lunes, 7 de junio de 2021

Cuenca, una ciudad querida y encantada.

     Me acuerdo, como si fuera un sueño de juventud, cuando volvía en período vacacional, por haber estudiado fuera, que al aproximarme a Cuenca, lo primero que se divisaba era el Corazón de Jesús, y más próximo las hoces, ello me llevaba a exclamar ¡Ya estamos en casa!

Cuenca desde el cerro San Cristóbal

Tal vez al haber permanecido fuera parte de mi adolescencia me haya quedado más marcado el amor por mi tierra y por sus cosas. Una vez en ella me gustaba recorrer la ciudad, paseando a diferentes horas, especialmente al anochecer y en los períodos del año de primavera y otoño.

Subiendo por la callejuela de Julián Romero me gustaba pararme en su mirador a la Hoz del Huécar y contemplar la casa de Federico Muelas, en aquella época completa y con su máximo esplendor, y recordar su poema primaveral. Venía a mi mente esa estrofa que dice:

“Dime, chopo soñador

nazareno de la orilla.

¿A dónde lleva Castilla

su dolor peregrino?

No sólo queremos los conquenses a nuestra ciudad, quienes vinieron quedaron enamorados de ella. Los trabajos de Wingaerde en el año 1563 y los de Juan de Llanos y Masa en el año 1773 y no digamos los de Saura, Torner y Zóbel, estos últimos en nuestro tiempo del siglo XX, son un ejemplo de ello.

Pío Baroja
    Uno de los comentarios que siempre me impresionaron, en parte coinciden con los míos, son los de Pío Baroja que escribió: “Admirable por lo extraño era recorrerla por la noche a la luz de la Luna llena, y sentarse en alguna piedra de la muralla, mirarla envuelta en luz de plata, hundida en el silencio”. Esa sensación me recuerda los anocheceres y las madrugadas que me pasé por la Hoz del Huécar durante los años 2008 y 2009, observando y fotografiando la Luna llena con la ciudad al fondo, para realizar el trabajo de: “Selene, mitología de la Luna llena en la Hoz del Huécar”.

Ello es algo parecido a lo que Federico García Lorca dijo sobre Cuenca en su soneto cuando pregunta a su amada:               

     “¿Viste la grieta azul de luna rota

que el Júcar moja de cristal y trino?”

 Siguiendo con Pío Baroja, a él le llama la atención su ubicación y la describe así: “Estas casas levantadas al borde del precipicio, con miradores altos, colgados y estrechas ventanas, producen vértigo… En aquellas noches claras, las callejas solitarias, las encrucijadas, los grandes paredones, las esquinas, los saledizos, alumbrados por la luz espectral de la Luna, tenían un aire de irrealidad y de misterio extraordinario. Los riscos de las hoces brillaban con resplandores argentinos, y el río, en el fondo del barranco, murmuraba confusamente su eterna canción, su eterna queja, huyendo y brillando con reflejos inciertos entre las rocas”.

Las vistas que se aprecian desde los cerros que la circundan: el de La Majestad, San  Cristóbal y del Socorro, muestran mil perspectivas diferentes del encajonamiento entre las dos hoces que la elevan como un nido de águilas.

Hay que salirse fuera, asomándose al paisaje circundante y volver a su interior para seguir disfrutando del paisaje que está incluido en la misma ciudad donde la naturaleza se mezcla con el interior y exterior haciéndose patente el verso de Federico: “de peldaño en peldaño fugitiva”.

Quiero cerrar este pequeño homenaje a Cuenca, y a sus gentes que supieron conservar para nosotros una ciudad llena de encanto, ojalá sepamos trasmitir nosotros la magia y el embrujo de aquellos que nos precedieron a las generaciones venideras. Termino con el verso de Florencio Martínez Ruiz, hecho metáfora en su décima titulada: A Cuenca:

“De hoz a hoz a cielo abierto suenas

Cuenca al aire, Cuenca sumergida,

Campaña de la luz, en luz tañida,

Volteada en pensiles y en almenas.

A tu columna de cristal atada,

Lluvia te azotan, te flagela el viento,

En una ruda y bárbara agonía,

Y doblas campanada a campanada.

Dando un sonido a Dios, al diablo ciento,

Crucificada en la alta serranía”.

 El periódico conquense de la Tribuna, hoy,  9 de junio de 2020, publica este artículo:



Cuenca, 9 de junio de 2021.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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