jueves, 31 de octubre de 2019

Festividad de Todos los Santos.


Todos los Santos.

La festividad de hoy se dedica a lo que San Juan describe como “una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas” (Ap. 7, 9); los que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos de más de las veces por nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección.

Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo el universo entero, y hay en abundancia.

¡Aquellos veintiocho carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos que quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan días en el calendario.

El famoso Panteón, conservado hasta nuestro tiempo para ilustrar monumento de la victoria que la Iglesia había conseguido de la ciega gentilidad, dedicándole a la santísima Virgen María y a todos los santos mártires, para que en adelante fuesen honrados todos los verdaderos santos en el mismo templo donde habían recibido sacrílegas adoraciones todos los dioses falsos; cuya famosa dedicación se solemnizó el día 12 de mayo del año 609; asegurando el cardenal Baronio haber leído en un documento muy antiguo, que el referido papa Bonifacio había trasladado al Panteón 28 carros cargados de huesos de santos mártires, sacados de las catacumba de los entornos de Roma. Sin embargo, no se debe decir que la fiesta o la dedicación de aquel magnífico templo, llamado al principio de Nuestra Señora de los Mártires, y hoy Santa María de Rotunda, fuese en rigor la fiesta de Rodos los Santos. La época de esta festividad se debe colocar en el pontificado de Gregorio III, que por los años 731 hizo erigir una capilla en la iglesia de San Pedro en honra del Salvador, de la Santísima Virgen, de los Apóstoles, de los confesores, y de todos los justos que reinan con Cristo en la celestial Jerusalén: fiesta que al principio se celebró en Roma; pero muy en breve se extendió a todo el mundo cristiano,  fue colocada entre las festividades de mayor solemnidad.

Habiendo pasado a Francia, el Papa Gregorio IV el año 835, mandó que se celebrase solemnemente la fiesta de Todos los Santos en la Iglesia universal, con cuya ocasión expidió un edicto el emperador Ludovico Pio, y se fijó el primer día de Nobiembre.

Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio y los oscuros: el  enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buna de todos los tiempos y todos los lugares.

Cualquiera que en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie, cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase convencional. Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a Cristo.

Feliz día a todos,

Cuenca, 1 de noviembre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


miércoles, 30 de octubre de 2019

Festividad del 31 de octubre. Jesucristo Rey

    Dos festividades se nos aproximan, la de Todos los Santos y seguidamente la de Los Fieles Difuntos. Todos los años, el último domingo de octubre, manda el Papa que se celebre la fiesta de Cristo Rey. Este año aunque hoy no sea domingo bien vale hacer una reflexión sobre nuestras creencias religiosas. El 11 de diciembre de 1925, al cerrarse el Año Santo, publicaba Pío XI en la Encíclica Quas primas, monumento litúrgico a la realiza de Cristo más duradero que el bronce, que mucho tenía que ver con esta festividad.

La festividad de Cristo Rey se proponía por parte de los liturgistas, en un principio, en las siguientes fechas: el domingo que sigue a la Epifanía, a la Ascensión, al Sagrado Corazón. El Papa escogió el domingo que precede a la fiesta de todos los Santos, que son los nobles y grandes de este reino.

Cuando esta sociedad impulsa, por lo menos aparentemente, el ideal de la realiza humana, la Iglesia propone con toda solemnidad la realiza de Cristo. Y es que la soberanía de Cristo no tiene que ver nada con la de los hombres. Ni en su origen, ni en su base, ni en su fin tiene nada que ver con la de los reyes de la tierra. Más de una vez opone Jesús su reinado al de los hombres. “Mi reino no es de este mundo”, dice a Pilatos. “Si mi reino fuera como el de los hombres, yo tendría soldados que defendiesen en mi persona e impidieran mi entrega a los judíos” (Jn. 18, 36),

Cristo legisla para el corazón, porque sólo su mirada penetra hasta allá dentro: El premia o castiga las obras del corazón; El enjuga las lágrimas del corazón y El lo alegra e ilumina con los rayos del iris de la paz. Las fuerzas de las armas y de los ejércitos se estrellan siempre ante las puertas y las murallas del corazón humano. Ningún hombre, por grande y poderoso que sea, puede imponer a otro sus ideas y su voluntad. Los tiranos más prepotentes se han quebrado ante la virgen casta y creyente, que había consagrado la pureza de su corazón a Cristo. El homenaje más puro, más hondo y completo es el homenaje del amor. Ni César ni Napoleón pudieron con las armas ser amados. Cristo con la caña, con las espinas y con la Crus “atrae hacia sí todas las cosas”, es el Rey del amor. Por esto Cristo no es un Rey; es sencillamente Rey.

Cuenca, 31 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


martes, 29 de octubre de 2019

San Alonso Rodríguez (1531-1617)


    El mes de octubre se va acabando y hoy día 30, celebramos la festividad de un jesuita insignificante en medio de una larga lista de jesuitas ilustres. Esto nos hace ver que todos estamos llamados a la santidad y todos tenemos esas posibilidades según los talentos que Dios nos ha dado.

Alonso Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1531 y fue,uno entre once hermanos, el hijo de Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado. Su madre le infundió desde pequeño una gran devoción a la Virgen. Absorto ante una imagen de María, se le oyó exclamar un día: ”¡ Oh Señora, si supieseis cuánto os quiero! En verdad que no podáis Vos amarme más a mí”. “Te engañas, hijo, oyó que le contestaba Ella suavemente; mucho más te quiero a ti, que tú a mí”.

A los 10 años tuvo su primer encuentro con los padres de la Compañía de Jesús al ser hospedados los misioneros en una casa de campo de su familia y él fue el encargado de atenderlos, fueron los misioneros los que le enseñaron el modo de rezar el Rosario en esos días.

En el año 1544 pasó a la Universidad de Alcalá con su hermano Diego, pero al morir su padre tuvo que volver a Segovia para hacerse cargo del negocio de paños y lanas. Instado por su madre se casó en 1557 con María Suárez y Dios le bendijo con un niño y un niña.

Las cosas se torcieron de golpe, los negocios empezaron a ir mal y sus hijos murieron, al año también murió su mujer. Él pensó que ese cambio hacia la desgracia, fue por sus pecados. El horror por el pecado fue una especie de obsesión a lo largo de toda su vida, pensando que prefería padecer todas las penas del infierno antes de ofender a Dios.

No uniéndole nada a este mundo pensó en entrar en la Compañía de Jesús. No tenía apenas estudios y llegaba a los cuarenta años por lo que le negaron la entrada en la Compañía.

Después de dos años más el padre Antonio Cordeses, provincial de la Orden, se apiadó de él admitiéndolo, diciendo que no quería privar a la Orden de un Santo.

Alonso empezó su noviciado en 1571 como hermano coadjutor, para servir a los oficios humildes de la casa. A los seis meses lo enviaron a Mallorca, al colegio de Monte Sión. Hizo sus primeros votos el 5 de abril de 1573 y los últimos en 1585. No tuvo más que un cargo hasta que murió: el de portero del colegio. Una cosa es cierta, que el alma da la fe y el amor es lo que da vida y mérito a las obras más pequeñas. Sin ella el más grande y glorioso a los ojos de los hombres, no vale nada delante de Dios.

San Alonso, aun en las acciones más vulgares y pequeñas, estaba en  Dios, amándole. Un día en la bendición de la mesa se sintió transportado. Dios se lo comunicó y le reveló que todos aquellos jesuitas, compañeros suyos en la mesa, lo serían también otro día en el convite de la gloria.

-¿Cuánto cree mi hermano que podré distraerse de todo el día?

-Me parece que todas mis distracciones juntas no excederán de algún Credo.

Estaba siempre con el Rosario en la mano, la llave del cielo. Jamás descuidó el colegio, pero le interesaba más el cielo. De tanto pasar las cuantas del Rosario, que para él era las escaleras del cielo, tenía hecho callos en los dedos.

El oficio de portero lleva a veces también la obligación de acompañar a los que salían para la realizar de una visita obligada. Ya anciano, recibía un día San Alonso, la orden de acompañar al padre Barrasá hasta el castillo de Bellver. El camino era una cuesta de tres kilómetros y el calor que hacía ese día era sofocante. El padre iba delante rezando el Breviario; el hermano detrás con su Rosario. De repente se le apareció la Virgen, acompañada de muchos coros de ángeles y santos; muy sonriente lo animó y sacando un blanquísimo lienzo le secó el copioso sudor que corría por su rostro. Así correspondía la Virgen a la devoción de su siervo.
Visión de Alonso Rodríguez. Obra de Zurbarán.

Con los regalos del cielo alternaban las tentaciones y tormentos del demonio. Siete años enteros padeció muy fuertes trabajos para defender la virtud angélica. El demonio no ahorraba medio para combatirlo. Imaginaciones, fantasmas, golpes con la amenaza de que no le dejaría dormir ni descansar nunca. “Hasta el día del juicio, contestó Alonso, estoy dispuesto a sufrir por Jesucristo”.

Desde los primeros meses de 1617 no pudo abandonar el lecho. Era su última purificación, para pasar limpio el abrazo del cielo. El 30 de octubre abrió los ojos, miró al Santo Crucifijo y se durmió con la palabra de Jesús en los labios.

Cuenca, 30 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

Visita guiada gratuita en la Catedral de Cuenca


Siglo XIV y XV en la Catedral de Cuenca
Visitas guiadas por la Catedral de Cuenca. Iconografía del siglo XV


    Este sábado, día 2 de noviembre a las 11:00 horas realizaremos una visita guiada por la iconografía marginalista de los arcos góticos del siglo XV.

El mes pasado visitamos la obra realizada en los siglos XII y XIII, este mes nos corresponde XIV y XV.

    El siglo XIV fue un siglo poco productivo para la Catedral, en cambio para Cuenca fue importante porque es un momento de expansión para la ciudad al configurarse los barrios de San Antón y los Tiradores, aún así sigue siendo la Plaza Mayor y la Plaza del Carmen sitios de gran importancia al ser sitios donde se reúne el Concejo. 
    El primer Obispo de Cuenca en el siglo XV fue D. Diego de Anaya Maldonado, de él nos queda el grupo de la Piedad de Anaya, obra insigne y preciosa en alabastro, que si es posible la veremos.  Otra obras importante dl siglo XV es el Altar de Todos los Santos, en cual también visitaremos.


  Esta visita marca un momento especial para los amantes de la lectura a través de la imagen y de forma gratuita para los conquenses que quieran descubrir el legado que nos dejó el Obispo Lope de Barrientos, en la ampliación que se llevo a cabo en 1448 y que terminaron en 1505. Durante este período se descubre América, hecho que hace que la zoología descubierta en el Nuevo Mundo sea reflejado en sus arcos.  


Cuenca, 29 de octubre de 2019,

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

sábado, 19 de octubre de 2019

Santa Irene. Fiesta del 20 de octubre.


    Hay varios relatos de diferentes Santas con este mismo nombre, una de ellas fue la emperatriz de Constantinopla, la viuda de León VI, que colaboró con la organización del séptimo concilio de Nicea, donde se estableció la canonicidad de la veneración de los iconos, los santos, las reliquias y los restos de los santos.
Otra Santa Irene fue una virgen que murió como mártir en alguna de las ciudades del imperio Romano. No hay informes sobre esta santa mártir hasta el Menologio bizantino de Basilio II, sobre el siglo X, que consiste en una abreviada obra sobre las vidas de los santos del año completo, cuya historia relataré aquí.

En los breviarios antiguos de Evora y Braga y en los monumentos conservados por los escritores lusitanos, es célebre la memoria de Santa  Irene, virgen y mártir, cuya fiesta la Iglesia celebra el 20 de este mes de octubre.

Según estos documentos, residía con sus padres en un lugar llamado Navancia, a orillas del Tajo, perteneciente al señorío de un ilustre magnate, allá por los años del rey Recesvinto, en el siglo VII. El hijo del conde, por nombre Britaldo, se había enamorado ciegamente de la belleza de Irene. Quiso conquistar la fortaleza cristiana de su corazón, donde había puesto su trono el Rey de las vírgenes, el Cordero Inmaculado, que se apacienta entre lirios y azucenas, de candor y pureza celestial. Irene se había consagrado a Dios en un monasterio que dirigía su tío, el abad Salio.

Mucho costó al desgraciado Britaldo persuadirse de que peleaba en vano. Creía que por ser el único heredero del conde Castinaldo, lo podía todo y se le debía todo. Al fin se convenció de que Irene, mejor, la gracia de Cristo que habitaba en ella, podía más. El amor se convirtió en odio y vino la venganza cruel. Avergonzado de verse despreciado y vencido, concertó con un soldado que matase a la inocente joven y la arrojase al río, mientras él huía de la ciudad, que le resultaba una cárcel después de si derrota.

Se realizó el diabólico plan con tan completo resultado, que el pueblo, al notar la falta de Irene y de Britaldo, con general escándalo, pensó en una fuga amorosa. Así se denigraba la honra de una mártir virgen y se sepultaba en las ondas del Tajo la noticia de un doble crimen: Britaldo había quitado la vida a Irene y había echado sobre su honor, más estimable que la misma vida.

Pero, al decir los biógrafos, no permitió Dios por mucho tiempo tal deshonor para la mártir de la pureza, y dio pronto público testimonio de su virtud y valentía. El Abad Selio tuvo revelaciones secretas del martirio y ordenó que fuese recogido el cadáver con honores de mártir, en presencia de todo el pueblo. Divulgó el santo abad la noticia, y rodeado de sus monjes, acompañado de inmenso y curioso gentío, se encaminó por la ribera del Tajo al lugar que le había sido revelado. Todos pudieron admirar el celestial prodigio; el caudaloso río había replegado sus aguas hacia la orilla opuesta, dejando un espacio seco, donde, sobre un suntuoso sepulcro, fabricado por manos de ángeles, guardianes de los niños inocentes, yacía el cuerpo virginal de Irene, con la herida del puñal y la sangre fresca.

Desde entonces aquel lugar se hizo célebre y olvidado el nombre antiguo de Scalvis, comenzaron a llamarle Santa Irene, de donde nació, por usual abreviatura, la palabra que hoy lleva de Santarem.

Nuestro cronista Ambrosio de Morales refiere así el suceso: “Por esto, y para mayor gloria de Dios y muy extrema honra de esta Santa, con mucha razón se comenzó a perder el nombre de Scalvis y nombrarse Santa Irene, que un poco abreviado, ahora vulgarmente dicen Santarem. Así le quedó a la bienaventurada virgen una gran ciudad por epitafio y todo el río Tajo por templo de su celestial sepulcro”.

“¿Qué gloria mayor, podemos exclamar con San Agustín, que estas mujeres, a las cuales aún los hombres más fácilmente admiran que imitan?”.

Cuenca, 20 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

lunes, 14 de octubre de 2019

Santa Teresa de Jesús (1515-1582)

    Teresa de Cepeda y Ahumada, castellana de Ávila, fue de adolescente soñadora y novelera, con gran afición a los libros de caballería, coqueta. A los 20 años entra en el Carmelo, que le decepciona por sus blandura, cae muy enferma y después de sanar prosigue un penoso camino de arideces, tentaciones e incomprensiones que van edificando su alma.

Cuando quiere reformar la orden carmelitana es ya una mujer madura, con hondas experiencias místicas que le dan aliento para sus constantes viajes por toda España, afrontando luchas y persecuciones, quebrantada de salud, “sin ninguna blanca”, pero inflexible en el propósito, porque “nunca dejará al Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventura”.

Al convento de San José de Ávila seguirán otras dieciséis fundaciones (sin contar quince de varones carmelitas descalzos, a las que contribuyó ayudado de San Juan de la Cruz), y tras un despliegue de actividad, dulzura y fortaleza que maravillan (Todo lo que hay en ti de águila y de paloma”, le cantó un poeta), muere extenuada en Alba de Tormes: “Tiempo es ya que nos veamos, Señor mío”.

Mujer excepcional por todos los conceptos, humanísima y alegre, franca, enérgica, tenaz, de un humor incomparable, rebosante de espiritualidad y manejando muy bien, siempre por obediencia, la pluma: sus libros, escritos al desgaire, que le han hecho doctora de la Iglesia, son un prodigio de gracia personal, simpatía y elevación.

El tópico, muy fiel a la verdad esta vez, de la monja andariega, resume la paradoja de esta gran figura femenina que ha cautivado a todo el mundo. En éxtasis o entre pucheros, es la santa de la naturalidad sobrenatural, de una sencillez altísima que parece inasequible a los humanos sin la ayuda de Dios.

Cuenca, 15 de octubre de 2019

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

sábado, 12 de octubre de 2019

Luna Llena del Cazador.

    Dicen que la Luna de Octubre es un tiempo de magia y luz. Un momento en que los miedos, los rencores, las lejanías y las tristezas desaparecen y renace, como Luna en toda su plenitud, la esperanza y la ilusión por las cosas péquelas de la vida.

Puesta de la Luna Llena del Cazador. 7.15horas.
La Luna del Cazador y la de la Cosecha salen antes en el horizonte que cualquier Luna llena, por lo que permanece en el cielo toda la noche, sin dejar de dar luz durante toda ella.

El cazador aprovecha esta situación para poder contemplar mejor a los animales en la noche sirviendo para avistar mejor a los venados y zorros cobrando por la noche sus presas.




Cuenca, 13 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

viernes, 11 de octubre de 2019

La Virgen del Pilar y el descubrimiento de América por Colón el 12 de Octubre de 1492.


   “Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino, en carne mortal a Zaragoza” Así canta la copla que hoy llena los aires de toda España y aún América.

La historia del Pilar, cien veces repetida en tantas obras literarias desde finales del siglo XIII, en que aparece por primera vez escrita, se evoca por sí sola. Fue hacia el año 40 cuando, viviendo aún la celestial Señora y predicando el Apóstol Santiago a las orillas del Ebro, se presentó en una noche cuajada de estrellas la Virgen, rodeada de ángeles y le habló desde una columna, dándole orden de que levantarse en aquel sitio una capilla.

De aquí nace el primer carácter de la devoción a la Virgen del Pilar: su carácter tradicional, antiguo y vetusto.

Apenas reconquistada Zaragoza por Alfonso el Batallador, a principio del siglo XII, su obispo, Pedro Librana. Escribe a todos los fieles del mundo cristiano una carta pidiendo limosna para restaurar el templo de la Virgen, "que como sabéis goza de antigua nombradía por su santidad y dignidad”. El Papa Gelasio II, el 10 de diciembre de 1118, recomendó a todos los cristianos la súplica del obispo de Zaragoza. Todos los documentos del siglo X al XIII insisten en la antigüedad y universal veneración del templo de “Santa María la Mayor”, en Zaragoza. El título de “Santa María del Pilar” no aparece escrito hasta el año 1299.

El segundo carácter es el sobrenatural y divino. El Pilar de Zaragoza es un puente tendido entre el cielo y la tierra; es la escala misteriosa de Jacob, por donde suben nuestros deseos, nuestras plegarias, la voz angustiosa de  nuestra pobreza, de nuestras enfermedades y por donde bajan al mismo tiempo los ángeles del Señor con la respuesta consoladora del cielo, las gracias para el alma, los milagros y curaciones para el cuerpo.

Uno de los milagros más reconocidos universalmente es el de Calanda, en la persona de Miguel Juan Pellicer. Tuvo la desgracia de perder la pierna derecha al pasarle la rueda de un carro sobre ella. A finales de octubre de 1637 le tuvieron que cortar la pierna, cuatro dedos por debajo de la rodilla y fue enterrada en el cementerio del hospital. Después de pasar un tiempo en las puertas del Pilar pidiendo limosna regresó en marzo de 1640 a su pueblo natal, Calanda. Despertando una noche, con la pierna original en su cuerpo. El milagro corrió por toda Espala y traspasó las fronteras. Declaró el médico que le amputó la pierna y el ayudante, declararon los padre, declaró el mismo Miguel Juan Pellicer y hasta 25 testigos que lo habían visto sin pierna. El 27 de abril de 1641 se pronunció sentencia sobre el milagro. El agradecido joven visitó a la Virgen del Pilar, fue a la corte de Felipe IV quien apenas lo vio se arrodillo ante él y le besó la pierna milagrosamente restituida.

El tercer carácter de la devoción a la Virgen del Pilar es su españolismo. Nombrar el Pilar es nombrar a España y nombrar a sus hijas, las Repúblicas de Hispanoamérica. Todos nuestros reyes desde Alfonso el Batallador, han orado en el Pilar, todos nuestros grandes hombres, nuestros conquistadores y guerreros, nuestros santos y misioneros. Dos de los cuatro ángeles del plata que sostienen los cirios que arden ante la Virgen son regalo de Felipe II. En el año 1681 se empieza la construcción de la actual basílica por orden del Carlos II, aunque no había de terminarse hasta 1872; el año 1723 las Cortes de Aragón obtienen el rezo y el Oficio; en el 1908 se le conceden los honores de capitán general del ejército español y se le regala el fajín; en el año 1908 bendice San Pío X las diecinueve banderas, regalo de otras tantas repúblicas americanas, que hoy penden ante la sagrada imagen en grupos de cinco, presididas desde 1909 por la bandera de España.

América no puede menos de mirar con fe y amor a la Virgen del Pilar. Para los cristianos no existe la casualidad, sino la Providencia de Dios, que todo lo rige suavemente, pero con sabiduría. Colón y sus compañeros tomaron tierra americana el 12 de octubre de 1492, cuando en la lejana España las campanas repicaban a gloria anunciando la venida de la Virgen  al Pilar.

La imagen mide treinta y ocho centímetros de altura; lleva en la cabeza una pequeña corona de talla puesta sobre el manto que cae hacia atrás; ciñe en su cintura una correa; con la mano derecha tiene el extremo del manto y con la izquierda al Niño, que agarra un pájaro y el mato de la Madre. Por fondo, el cielo estrellado, recuerdo de la noche serena en que se dignó bajar a nosotros.

En el año 1905 fue solemnemente coronada por el nuncio. Las dos coronas de la Madre y del Hijo habían sido antes bendecidas por el Papa San Pío X. La corona de la Virgen tiene 2.836 brillantes, 5625 rosas, 145 perlas, 64 esmeraldas, 62 rubíes y 46 zafiros. El resplandor que hace de fondo a la corona, en sus rayos y en las fajas, que son de oro lleva 46 brillantes, 2.311 rosas, 1.906 perlas hiladas, etc. todas fueron donadas espontáneamente por el pueblo español, recogido en poquísimos días y elaborado primorosamente en cuarenta y cuatro días por treinta y tres obreros.

En la corona el Niño hay 547 brillantes, 200 rosas, 12 perlas, 16 esmeraldas y 16 rubíes. En suma, la Virgen del Pilar tiene todo lo mejor que se pudo encontrar en España. Hay una cosa que allí no brilla, pero que lo sostiene y avalora todo. Sin ello, nada valdrían tanta riqueza y tanto arte. Es el corazón de España, de sus reyes, de sus Gobiernos, de todos los españoles. Allí está nuestra fe y nuestro amor, allí nuestro ideal, allí nuestra esperanza. Un ángel, armado de escudo, blande su espada, junto a la Virgen. Es el ángel de España que guarda la Columna y con ella la fe y grandeza de España.

Cuenca, 12 de octubre de 2019.

lunes, 7 de octubre de 2019

La Virgen del Rosario. 7 de octubre.


     La Virgen de Murillo, Ntra. Sra. de Pompeya, la Inmaculada de Lourdes, la de Fátima, todas ellas se muestran siempre con un Rosario en la mano o en el brazo. La Iglesia consagra un día en su liturgia a esta advocación de la Virgen. 

El primero que instituyó la fiesta del Santísimo Rosario fue el Papa Gregorio XIII, en el año 1573, a los dos años de haber instituido el Papa San Pío V la fiesta de Ntra. Sra. de la Victoria, por la que alcanzaron las tropas cristianas en el golfo de Lepanto la victoria contra los musulmanes.
Virgen del Rosario. Obra de Murillo.

Según el decreto del Papa Gregorio XIII, la fiesta del Rosario solamente se podía celebrar en las iglesias en que hubiera un altar dedicado  la Virgen bajo la advocación del Rosario. El Papa Clemente XI quitó esta condición y la extendió sin más a toda la Iglesia. Luego el Papa León XIII, devotísimo del Rosario, la elevó de rito y enriqueció con grande indulgencias.

El Rosario, en una forma más o menos parecida a la nuestra, es muy antiguo. En la vieja Nínive se han encontrado esculturas de mujeres que tienen en la mano izquierda un rosario y extienden la mano derecha en actitud de rezar. Los más devotos de los mahometanos emplean una cuerda con noventa y nueve nudos para contar las veces que pronuncian el nombre de Alah. Marco Polo nos cuenta a finales del siglo XIII vio al rey de Malabar con un collar de ciento cuatro piedras preciosas para llevar la cuenta de sus devociones, y San Francisco Javier escribe que los bonzos del Japón se servían también de este método para contar sus oraciones.

Algunos eremitas del siglo IV reunían cierto número de guijarros y los iban tirando según decían sus oraciones; otros pasaban sus dedos por entre unas cuentas enhebradas en un cordón más o menos rústico, ora rezando salmos, ora la oración del Padrenuestro, ora la salutación angélica que son las oraciones más antiguas en la Iglesia. Pedro el Ermitaño, para enardecer a sus gentes a la conquista de Tierra Santa, enseñaba a los cruzados a rezar el salterio lego, es decir, ciento cincuenta Avemarías, a semejanza del salterio de David, que se compone de otros tantos salmos.

En el siglo XI, una dama inglesa, para adornar una estatua de la Virgen, regaló un gran número de perlas, que ella había ensartado en un hilo de oro a fin de contar con exactitud las oraciones que hacía.

En suma, el instrumento del rosario no es exclusivo el cristianismo, y se ha empleado para fines diversos, como oraciones en general, salmos, misereres, jaculatorias y sobre todo, padrenuestros. Por eso antiguamente las cuentas se llamaban paternóster. En el siglo XIII Santo Domingo dio un gran impulso a la salutación angélica y posteriormente sus hijos, que siempre se han distinguido en la devoción de Ntra. Señora. Desde el siglo XIV los papas aceptan como verdad histórica universal recibida la fundación del Rosario por el gran patriarca español, de acuerdo con nuestra copla popular:

Viva María, viva el Rosario

Viva Santo Domingo, que la ha fundado.

El Rosario se llamaba Salterio de los laicos. También Breviario del pueblo; ha prevalecido el nombre figurado y poético del Rosario, cuyo sentido explica una bella leyenda del siglo XIII.

Había en un monasterio un joven religioso muy devoto de la salutación angélica. Cada vez que la rezaba delante de una imagen de la Virgen caía de sus labios una rosa, que la celestial Señora recogía, formando una guirnalda, que después colocaba en la cabeza del devoto.

La leyenda será o no verdad, pero la realidad es ésta. El Rosario se puede considerar como un manojo o ramillete de vivas rosas, que ponemos a los pies de María, para Ella después entreteja nuestra propia corona en la sala de la gloria. No hay flor que agrade más a la Virgen que las que encierra la primera parte del Avemaría, donde todo son alabanzas inspiradas en la Reina de los Cielos. Y nada más provechoso para nosotros que la súplica sentida de la segunda parte, donde le pedimos que ruegue por nosotros en vida y en la muerte. Es imposible que el Corazón maternal de María abandone al devoto que le repite cincuenta veces, o ciento cincuenta cuando el Rosario es completo, la humilde súplica que pide auxilio: ”ahora y en la hora de nuestra muerte “.

El agrado por el Rosario en la Virgen lo observamos en las apariciones de Lourdes, donde se apareció con el rosario en el brazo y Santa Bernardita espera la aparición rezando fervorosamente el Rosario. Mientras la vidente rezaba el Avemaría, la Virgen callaba; más cuando llegaba al: Gloria al Padre, la misma celestial Señora la acompañaba haciendo una suave inclinación de cabeza. A los niños de Fátima se les apareció en el año de 1917 también con el Rosario; les recomendaba su práctica diaria y constante, y el día 13 de octubre se da a Sí misma el nombre de “Nuestra Señora del Santo Rosario”.

Cuenca, 7 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


viernes, 4 de octubre de 2019

San Plácido, 5 de octubre.

   Los estudios actuales han desenmarañado una complicada madeja histórica que se había formado en torno a la figura del simpático niño, San Plácido, discípulo del patriarca San Benito. Hoy no cabe duda de que la Pasión de San Plácido es una piadosa leyenda, obra del diácono Pedro de Monte Casino, que escribió en el siglo XII. El autor ha confundido en ella a dos Santos del mismo nombre, de épocas muy distintas. Identifica al Plácido, discípulo de San Benito y que vivió en el siglo VI, con otro Plácido del siglo IV, a una con San Eutiquio y treinta compañeros más, padeció el martirio en la persecución de Diocleciano, y cuya fiesta ponen los antiguos Martirologios, entre otros el Jeronimiano, tal día como hoy 5 de octubre.

Pedro Casinense supone como cierto que San Plácido, el discípulo de San Benito, había edificado un monasterio en Sicilia, donde fue sorprendido con sus compañeros de hábito por los piratas sarracenos que venían de España y que le dieron bárbara muerte.

Esta desgraciada confusión halló crédito en los autores posteriores y cuando en 1588, se encontraron en la iglesia de San Juan de Mesina numerosos cuerpos de mártires, se tomaron como las reliquias veneradas del discípulo de San Benito y sus compañeros monjes, y Sixto V extendió entonces a toda la Iglesia su fiesta. Siguiendo los libros litúrgicos más antiguos y los datos ciertos de la historia, el Plácido mártir de hoy y sus compañeros, no es el discípulo de San Benito, sino otro más antiguo, de quien no sabemos más que el hecho general de su martirio, hecho suficiente para que nuestra devoción y respeto.

San Plácido, discípulo de San Benito, era hijo del patriarca Tértulo, quien lo llevó a San Benito, y lo consagró a Dios, como se manda la Regla benedictina. No poseemos d eél mas datos que los que nos ha conservado la pluma de San Gregorio. De su culto tenemos una tradición segura desde el siglo X, sobre todo en la gran familia benedictina. Su nombre va regularmente unido a San Benito y San Mauro en las letanías de los Santos, como fresco lirio de las perfumadas primicias de la primavera benedictina.

Estando todavía en Subiaco, se puso hacer oración San Benito, bajo el cielo estrellado, sobre una de las peladas rocas en que tenía construido uno de sus doce monasterios. Con la confianza de un Moisés o de un Eliseo, San Benito pidió a Dios que hiciese brotar el agua en aquella roca. De rodillas junto a él tenía como testigo a su compañero, el niño Plácido. La oración infantil de Plácido se entrelazó con la del maestro y así juntas subieron al cielo y obtuvieron el  milagro.

Nada más sabemos de su vida que San Benito lo quería entrañablemente y en el año 529 le acompañó en la fundación de Monte Casino.

Cuenca, 5 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

miércoles, 2 de octubre de 2019

3 de octubre de 1700, firma del testamento de Carlos II


El fin de la casa de los Austrias en España

Un 3 de octubre de 1700 Carlos II firmaba el testamento que ponía fin a la dinastía de los Austrias en España. La Corona Española pasaría al duque de Aunjou, futuro Felipe V y primero de la Casa de Borbón en España.
Carlos II el Hechizado

El seis de noviembre de 1661 nació Carlos II. La Gaceta de Madrid anunciaba su nacimiento don estas palabras: Un robusto varón, de hermosísimas facciones cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes. Crónica poco real pues en Embajador de Francia en su carta al rey de Francia Luis XIV lo describe de esta otra forma: El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración, tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura… (Terminando) asusta de feo.

Carlos II, el último rey del linaje de los Austrias fue un pobre enfermo desde su nacimiento hasta su muerte, tal vez por la continua endogamia de su familia, pues su padre estaba casado con una hija de su hermana, por lo que a la vez, era tío segundo de su hijo y su madre resulta ser prima de su propio hijo. Posiblemente padeciera el Síndrome de Klinefelter.

Esta enfermedad se caracteriza por infertilidad, niveles inadecuados de testosterona, disfunción testicular, aspecto eunucoide, etc.

Para que este débil personaje sobreviviera fue alimentado por 14 amas de cría distintas, que lo amamantaron hasta la edad de 4 años, no se continuó durante más tiempo porque se consideraba indecoroso. Padeció epilepsia desde la infancia hasta los 15 años. No aprendió a leer hasta la edad de 10 años y nunca supo escribir correctamente. Padeció ataques de cólera desmesurados y tuvo adicción alimentaria al chocolate.

Como se esperaba que muriera pronto se descuidó su educación. Pero con el tiempo se abrió el tema de la sucesión. Se caso a los 18 años con María Luisa de Orleans de 17 años, nunca llegó a consumar el matrimonio. María Luisa falleció virgen diez años más tarde.

Al año de la muerte de su primera esposa casó con Mariana de Neoburgo, la descendencia no llegaba. Se pensó que había sido hechizado por lo que le impedía engendrar, por lo que mandó en 1698 investigar el  tema al Inquisidor General el cardenal Rocaberti.

A los 28 años, su salud era muy precaria, envejeció muy rápidamente, presentaba frecuentes problemas gastrointestinales, fruto de la dificultad de masticación de los alimentos.

Los resultados del inquisidor fueron: Que el rey había sido víctima de un hechizo que se lo habían dado en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675, en la que había disuelto sesos de un ajusticiado para quitarle el gobierno; entrañas para quitarle la salud y riñones para corromperle el semen e impedir la generación.

Ante tales resultados Carlos II fue exorcizado mediante una serie de pócimas las cuales  fueron empeorando su salud hasta el día uno de noviembre de 1700 que entregaba su alma a Dios a las 14.49 horas. De esta forma terminó la vida del último rey de los Austrias en España.

Cuenca, 3 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.