lunes, 13 de agosto de 2018

El misterio de la Dormición de María y su Asunción al Cielo.

El cielo tiene un corazón, el de María, que fue llevada en cuerpo y alma junto a su Hijo para siempre.

Son muchas las preguntas que surgen sobre la vida de la Virgen después de la Ascensión de Jesús a los Cielos. No ofrece ninguna duda de la Asunción de María a los cielos, por lo que no me extenderé en esos detalles, recogeré y traeré a escena para edificación nuestra, algunas de las noticias que la tradición nos ha conservado acerca de los últimos años de María y sobre su muerte y gloriosa elevación al reino de los bienaventurados.
¿Cuántos años sobrevivió María en la tierra a su Hijo? Es difícil afirmar con certeza, según la opinión común y las tradiciones antiguas, la Virgen Murió a los 72 años.

A los pies de la cruz legó Jesús a su Madre al discípulo amado con estas palabras a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y estas otras a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”. A partir de ese momento Juan recibió a María por Madre (Jn. 19, 26).
Dormición de María
Capilla de la Asunción de Villaescusa de Haro
Como hace tiempo que no hablo de mi abuelo Sabino, voy a narraros este pasaje como me lo contó él para que lo entendiera con mi mente infantil. Espero que os guste.
Era un 15 de agosto y el sol caía a plomo por el escalerón de la calle Caballeros cuando subía a la casa de mis abuelos, en la calle Alfonso VIII, para acompañar a misa de doce a mí abuelo, a la Capilla de la Virgen del Sagrario donde se oficiaba la santa Misa en verano. Llegué acalorado a su casa y aún tuve que reponer el agua de los botijos bajando a la fuente de Zapaterias que caía un agua fresca y deliciosa donde me mojé la cabeza para reponerme del calor acumulado de la subida.

Ese día tocaban las campanas de San Felipe a muerto. Al volver a casa pregunté por tal hecho y mi abuelo contestó que había fallecido un vecino, diciendo: “Eustaquio ha muerto el mismo día que la Virgen María”.  En mi corta vida jamás había pasado por mi cabeza que la Virgen María pudiera haber muerto y eso me dio, como a cualquier mente infantil habida de aprender cosas, por preguntar por aquel hecho  misterioso.
Mi abuelo, como persona paciente dejó la narración para después de la Santa Misa. En el sermón el sacerdote habló de la Asunción de la Virgen y eso me llenó de más dudas, ¿Cómo había sido ascendida al cielo si había muerto como me había asegurado mi abuelo?

Todo se fue aclarando cuando después de salir de Misa nos refugiamos en la sombra que daban los árboles que lucían majestuosos en la Plaza. Sacando el vaso plegable que siempre llevaba mi abuelo en su bolsillo, me lo dio para que lo llenara del agua que salía cantarina de la fuente de la Plaza, y comenzó el relato después de dar un sorbo al agua fresca del vaso.

 “Los Apóstoles enterraron el cuerpo de la Madre de Dios, de acuerdo con su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardín de Getsemení, en la gruta donde se encontraban los cuerpos  de sus padres, San Joaquín y Santa Ana y el de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros, al tocar el féretro los ciegos recobraban la vista, los enfermos sanaban y los demonios huían”.
-¡Todo eso está bien, pero quiero saber cómo fue todo, como murió y después como se la llevan al cielo! –Le dije a mi abuelo- 
-Tranquilo Josemari-, todo a su tiempo, esto es para que sepas algo más.
- ¿Has traído la libreta que te regalé? -
-Si, pues toma nota –repicó mi Abuelo- . Has de saber que en el siglo II, la historia de que el cuerpo de María subió a los cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de Sardis. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición sobre la “Dormición” de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, le dijo a la Emperatriz Pulqueria de Bizancio: “Pese a que no existen datos sobre su muerte en las Sagradas Escrituras, sabemos por las creíbles tradiciones de su veracidad”. Dicha tradición fue expuesta en la historia de la Iglesia de Nicéforos Callisto durante el siglo XIV. 
-¡Deja eso y vamos a lo que interesa! 
–Paciencia eso es para que veas cómo antes que tú se interesó gante instruida que nos dará luz a las dudas que hoy podemos tener sobre este hecho. –Dijo mi abuelo-.

En el momento de su dormición, María había regresado a Jerusalén, pues durante las persecuciones del rey Herodes contra la joven Iglesia de Cristo (Hch. 12, 1-3) viajó, con San Juan, a la ciudad de Éfeso, en el año 43. También viajó a Chipre para estar con San Lázaro, el resucitado por Cristo, donde San Lázaro era Obispo.
Pues bien María un día recibió la visita del Arcángel Gabriel y le anunció que pronto dejaría esta vida. Por ello decidió visitar por última vez Belén llevando consigo a las tres jóvenes que le atendían de diario, éstas eran: Séfora, Abigail y Jael. Antes de ésto anunció a José de Arimatea y a otros discípulos que pronto dejaría este mundo.

María pidió al ángel que el Apóstol Juan viniera a verla por última vez. El Espíritu Santo lo trajo desde Éfeso. En sus oraciones pedía que en ese monto estuviera acompañada por los Apóstoles de su Hijo y pronto ellos y discípulos llegaron hasta el lugar en el que Ella se encontraba. Ninguno sabía la razón de encontrarse en este lugar hasta que San Juan les explicó que el Señor había decidido juntarlos a todos para presenciar la muerte de su Madre. También estaba entre los presentes Pablo con sus discípulos Dionisio el Areopagita, Hieroteos y San Timoteo.
A las nueve de la mañana, tuvo lugar el fallecimiento, los Apóstoles se acercaron a su lecho y ofrecieron alabanzas a Dios. De repente, la luz de la Divina Gloria resplandeció enfrente de ellos. El mismo Cristo apareció rodeado de ángeles y profetas. Viendo la Virgen a su Hijo exclamó: “mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador por que ha visto la humildad de su esclava”. (Lc. 2, 46) Así entregó su alma a su Hijo y Dios.

Sabido por Jerusalén lo acontecido, muchos de ellos se juntaron en la morada de María, llevando muchas velas, ungüentos olorosos y especies aromáticas, como los hebreos tenían por costumbre y cantaron himnos y cánticos para celebrar el glorioso tránsito.
Los apóstoles fueron los encargados de llevar el féretro sobre sus hombros hasta llegar al jardín de Getsemaní. Juan tomó la palma que le había entregado la Virgen y la llevó delante del féretro. Todo el cortejo se cubrió de una nube luminosa, de forma que se oían los cánticos pero no se veían. Los ángeles mezclaron sus voces con las de los Apóstoles y en el monte Sión resonaron conciertos de maravillosa armonía.

La ciudad de Jerusalén, despertada por los ecos de los cantares acudió en masa preguntando que era aquello, al decirles que era el entierro de la Madre de Jesús el que fue crucificado, algunos judíos fueron a por armas animando a otros diciendo: “Venid todos, matemos a los discípulos y arrojemos al fuego el cadáver de la que fue la Madre del Seductor”. Un sacerdote judío llamado Efonio, lleno de odio quiso tirar el féretro de la Virgen empujando con sus manos el féretro. Sus manos sacrílegas se secaron de repente y se desprendieron del cuerpo quedando allí secas. Al propio tiempo, los ángeles que iban en la nube luminosa cegaron a los demás judíos, cambiando su furia en lamentaciones. Efonio arrepentido pidió perdón y comenzó a ser un ferviente seguidor de Cristo quien le devolvió sus manos.
Cuando el cortejo llegó al jardín de Getsemaní, comenzaron a dar el último adiós a la Virgen. Por tres días no se fueron de ese lugar, orando y cantando salmos. El Apóstol Tomás, como le pasó en la aparición de Cristo no estuvo presente en el funeral. Llegando al tercer día a Getsemaní y acercándose a la tumba lloró preguntándose por qué no se le había permitido a él presenciar la partida de María. Los apóstoles decidieron abrir la tumba para que Tomás pudiera dar su último adiós a la Madre de Cristo. Cual fue su sorpresa que sólo encontraron sus lienzos y entendieron que su cuerpo también había sido recibido en los cielos por el mismo Cristo.
Asunción de María
Capilla de la Asunción de Villaescusa de Haro (Cuenca)
Por la tarde de ese mismo día, estando los apóstoles reunidos en una casa de Juan para comer, la Madre del Salvador se les apareció diciéndoles: “Regocijaos, porque estaré con vosotros todos los días de vuestras vidas”, ellos exclamaron: “Santísima Madre de Dios, sálvanos” y tras esas palabras la Virgen les fue acompañando en la evangelización del mundo, como fue en la aparición de la Virgen a Santiago en Zaragoza y muchas otras para darles ánimos en la misión que les fue encomendada a cada Apóstol.

Ese día entendí que cada hombre había nacido para cumplir la voluntad de Dios y que todos somos parte de su Creación.
Cuenca, 16 de agosto de 2018.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario