El origen posible del Carnaval
puedo iniciarse en las bacanales y saturnales, fiestas que se celebraban en
Grecia y Roma. Las Bacanales eran fiestas públicas que se celebraban en honor
al dios Baco y con este pretexto los jóvenes patricios y las matronas de igual
condición, se arrojaban en brazos de la embriaguez y de la lujuria, llegando a
un punto elevado de la degradación y la inmoralidad durante
esos días.
Inultamente los cónsules Quinto Mario y Septilio Póstulo quisieron prohibirlas,
pero el pensamiento humano cuando es contrariado en un medio busca otro para su
expresión, por esto los citados Cónsules de la República Romana aunque
prohibieron las fiestas Bancales hicieron la vista gorda, contentándose con
declarar que no debería asistir los sacerdotes, magistrados, senadores y todo
aquel que hubiese adquirido la suprema categoría de ciudadano romano.
Máscaras Venecianas (Italia) |
Una cosa parecida a las Bacanales
fueron las fiestas Saturnales o de Saturno, Se celebraban en Roma los días 17,
18 y 19 de diciembre. En estas fiestas no había más móvil que el libertinaje,
la licencia, la orgía, impudencias y todo aquello significase escamoteo del
pudor y del honor.
El Carnaval en la actualidad es
considerado un espectáculo público y lejos de aquella nota discordante, es una
verdadera necesidad del espíritu. En los últimos años, desde su vuelta a las
celebraciones carnavalescas en nuestra época, se ha convertido en una fiesta
popular propia de la expansión del corazón, donde el disfraz y los desfiles no
dejan de ser una expresión jovial y divertida.
Foto del desfile de Carnaval del año 2009 |
¿Cómo se celebraban los
carnavales en Cuenca a principio del siglo XX? Consultada la hemeroteca, la
prensa del año 1900 nos cuenta en las crónicas de sociedad, que lo más
importante y atractivo eran los bailes, la concurrencia a ellos era muy numerosa
y casi obligada. Las máscaras les permitían, sobre todo a los jóvenes tímidos,
flirtear con las chicas y viceversa. A ellas se les presentaba la ocasión de
hablar con el joven timorato que llevaba meses paseando la calle sin atreverse
a decirles las palabras amorosas que sentía en su corazón. Con la careta resolvían
el problema de timidez, permitiéndoles hablar con cierta soltura con la persona
que reinaba absolutamente en su ladito izquierdo del pecho.
A estos bailes, de la Constancia
y del Casino de Cuenca, dice la crónica, que entre las mujeres acudían la
soltería incansable que llevaba años intentando buscas pretendiente, la joven
bonita pero… inexperta que sacaba novio trimestral y no resolvía su estado de
soltería y por último la niña que presumía de mujer, a quién su madre debía
haber dejado acostada, pues tiempo tendría de aprender los misterios de la
sociedad de la época.
Foto en Venecia (Italia) |
Con relación al género masculino
nos habla que no faltaba el casadito-juerguista
que iba por si recordaba tiempos pasados…; el
pollo, solterón de esbelta figura, joven de buena familia, conquistador por
guapo y adinerado. También acudía el quinceañero que ni él mismo sabía a qué
iba. Dicen que unos y otros intentaban sacar el mayor partido a la careta y al
disfraz. Se decía que en esos bailes estaba permitido todo lo socialmente conocido.
Valga de ejemplo la poesía anónima del año 1900:
¡Vaya una mujer bonita!
Vamos a hacer un arrojo.
¿Quieres que bailemos prenda?
Lo
que tú quieras Antonio.
Claro
está
que yo te conozco,
más que
puedes figurarte.
¿A
quién haces ahora el oso
por
esa Carretería
dónde
estás hecho un tenorio
pasándote
el día entero
y la
noche haciendo cucos
a
una rubia muy bonita
y
que se gasta unos ojos
más
negros que el azabache?
¡Ya
ves tú si te conozco!
Como que soy… algo amiga
de tu novia, pero… poco…
pues apenas la he tratado.
Solamente allá en agosto
la conocí, cuando tu
comenzaste a hacerle el oso,
(menos mal) en fin, bailemos.
¡Ese cuerpo salero
me tiene ya dislocado
por lo vivo y lo garboso
para moverse!
¿De veras
te gusta mi cuerpo Antonio?
Si se entera la rubia
de lo que aquí entre nosotros
está pasando…
- No me hables
ya de nadie, pues tus ojos
me hacen olvidar a mí
por lo grandes y hermosos,
hasta que tango otra novia.
-Yo no puedo más, Antonio,
y me quito la careta
para que lo deshonroso
de tu voluntad se vea.
¿Me conoce usted ahora bobo?
-¡Pero eres tú Nicolasa!
Ahora si que te conozco.
¿Y a qué has venido tú al baile?
-Pues medite usted un poco
y sabrá a lo que he venido;
siguiéndole a usted al foco
de su perdición; Anselma
me dijo: sigue a ese tonto
y habla con él en el baile
para ver así, hasta el fondo
de sus pensamientos.
Ahora
voy comprendiéndolo todo,
que me ha metido en un lío
pero en un lío hondo,
que si de él tu no me sacas,
me ha tocado el premio gordo.
Cuenca, febrero de 2015
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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