Lugares de encanto que
parecen olvidados en el tiempo
Los Hocinos de Cuenca
¿Qué conquense no ha paseado
alguna vez por los hocinos de Cuenca? recorriendo los senderos paralelos al
antiguo canal del agua, labrado en la misma piedra, hasta su inicio en la Cueva
del Fraile o la senda que saliendo de las Angustias llega hasta el mismo puente
de Valdecabras.
Canal antiguo de suministro de agua a la ciudad por los hocinos de Cuenca |
Nuestros hocinos se mueren
lentamente ante la pasividad de nuestras autoridades, otras ciudades poseen
también hocinos y son potenciados y cuidados, como los de Granada. Al visitar
la ciudad quedé asombrado de su cuidado y esplendor. Los hocinos se escalonan
en las faldas del Albaicín al murmullo del río Darro y mirando al Generalife, a
la Alhambra o a la Vega, recibe las brisas de Sierra Nevada perfumando la
ciudad que se extiende hasta el río Genil.
Los de Cuenca no son tan
conocidos como los “Cármenes” granadinos pero no por eso no dejan de ser
originales y pintorescos. Algunos somos unos enamorados de los hocinos de
Cuenca y nos duele que se vayan perdiendo, que sean pasto de los depredadores y
carroñeros, al estar un gran número de casas deshabitadas. ¿Qué son los hocinos
en realidad? diría que son esos huertecillos que la mano del hombre ha ido
modelando, con sentimiento de artista, en los bancales que se han ido
aprovechando entre las quebradas de nuestras Hoces del Huécar y del Júcar, creados por el paso del tiempo y
la mano de Dios.
En el Júcar destacaba el hocino
de Paco de León y un poquito más allá, medianero a las Angustias, las
construcciones adosadas a las rocas, que dan paso al camino por donde las
jóvenes parajes les gusta pasear su amor en verano buscando el frescor de la
tarde y la paz que desprende el lugar.
Hocino de San Pablo |
En el Huécar, el convento de San
Pablo se edificó sobre uno de los hocinos, como así consta en la escritura de
cesión al convento del 16 de mayo de 1526 y otra propiedad que viene
determinada con el nombre de “Huerta Hocino Nogueral”, es el paraje de la Cueva
de la Zarza, que va cambiando de nombre según el propietario, en 1483 aparece con
la denominación de “Hocino de la Parra”, apellido de su propietario. En 1556 la
propiedad pasa al clérigo: “Julián de la
Çarza”, pasando a denominarse “Hocino de la Zarza”, como vemos nombre del
antiguo propietario y no del abundante arbusto del lugar.
Hocino de Federico Muelas |
En el lado contrario del río
Huécar, sobre un saliente del conjunto rocoso se encuentra el hocino del poeta
Martínez Kleyser que en herencia disfrutó nuestro Federico Muelas, ahora está
siendo pasto del tiempo, perdiéndose lo emblemático del lugar, tornándose en peligroso
lugar por los desprendimientos de su edificación.
Otro de los salientes pronunciados
y sobre él, la existencia de las ruinas de lo que fue el “Hocino del VII Conde
de Torino” José María Queipo de Llano. Nacido en Oviedo en 1786, su madre fue Dña.
Dominga Ruiz de Sarabia, que poseía extensas posesiones en Cuenca. José María
Queipo de Llano, parte de su infancia y juventud la pasó entre Cuenca, Madrid y
Toledo, cursando estudios de Humanidades y Ciencias en Cuenca, Salamanca y
Madrid. Es de destacar que fue diputado a Cortes en 1810, polémico nombramiento
por no tener la edad de 25 años como exigía la Ley para ocupar ese puesto, pero
que un año después se le permitió ocuparlo en virtud de su patriotismo. Fue un
auténtico revolucionario que deseaba limitar el poder del Rey fomentando la
división de poderes por lo que tuvo que exiliarse a Londres (Inglaterra) al ser
condenado a muerte por Fernando VII en el año 1814. A la muerte del Rey, vuelve
a España. El 7 de junio de 1835 ocupó la Presidencia del Gobierno. En 1843
fallece en Paris.
Hocino del VII Conde de Torino |
Los Hocinos son como balcones que
ofrecen a la mirada la contemplación de un paisaje maravilloso, es una suave armonía de luz y
color, donde predominan los tonos fríos en las mañanas y los cálidos al
atardecer. Donde se disfruta contemplando el nacer de la Luna llena al unísono
con el sol que se va ocultando entre los tejados de las casas centenarias de la
hoz y tumbado en el suelo rocoso, soñar contemplando las estrellas que inundan
sus cielos en las noches del estío.
Sin este milagro de los hocinos
donde desemboca el laberinto de callejuelas de la vieja ciudad, encaminada
hacia el abismo labrado sobre los ríos Júcar y Huécar, no se concibe nuestra
Cuenca y esto es lo que más admiran los que nos visitan, el gozo de disfrutar
de algo imposible de hallar en otro lugar del mundo.
¡¡No dejemos morir nuestros
hocinos!!
Cuenca, febrero de 2015
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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