domingo, 4 de junio de 2017

Hoy la tierra se ha hecho cielo


Fiesta de Pascual de Pentecostés.

Así definí Crisóstomo el día de Pentecostés. Siempre me ha llamado la atención el cuadro majestuoso y monumental que adorna el cuerpo central del retablo de la Capilla del Espíritu Santo, tal vez porque sus figuras son de tamaño natural, en la que representa la Venida del Espíritu Santo, rodeado por una gloria de ángeles y en figura de paloma, desciende sobre María y los Apóstoles que se hallaban en actitud de oración. Obra de Federico Zúccari, pintor italiano, originario de Sant Angelo in Vado, Urbino, venido a España a instancias de Felipe II, para pintar en el Monasterio del Escorial.


De día grande califica el mismo Espíritu Santo el día de Pentecostés, y en el libro del Levítico lo llama el celebérrimo y santísimo, tal era ya en el Antiguo Testamento el carácter de esta fiesta. También se llamó la fiesta de las espigas o de las primicias, pues como la recolección del trigo en Palestina se terminaba en aquella época del año, era conveniente que los hebreos, en acción de gracias, ofreciesen a Dios los primeros frutos. Por solemne que fuese el Pentecostés mosaico, era sólo imagen de otro más importante y más santo, el Pentecostés cristiano que recuerda la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Cuenta la tradición que cincuenta días después de la resurrección de Cristo, los Apóstoles y otros discípulos, en número de ciento veinte, se hallaban reunidos en un mismos lugar; María, Madre de Jesús, estaba también con ellos, y perseveraban todos unánimes en la oración.

Hacía diez días que esperaban, según recomendaciones del Divino Maestro, en aquel retiro, la próxima venida de Aquél que había de traer al mundo el Espíritu de sabiduría y de entendimiento, el Espíritu de consejo y de fortaleza y el Espíritu de ciencia, de piedad y de temor de Dios.

Hacia las nueve de la mañana de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que soplaba, y llenó toda la casa donde estaban. Una ráfaga potente invadió en un instante el Cenáculo y al mismo tiempo vieron aparecer unas lenguas de fuego, que se repartieron y se asentaron sobre cada uno de los miembros de aquella asamblea.

Dicen alguno autores que un globo de fuego se pasó primero en la cabeza de la Virgen María y que dividiéndose allí en tantas lenguas encendidas como asistentes había en el Cenáculo, se fueron esparciendo como lluvia de estrellas: así se representa en el cuadro de la Capilla del Espíritu Santo de la Catedral conquense.

El viento impetuoso y las lenguas de fuego sólo eran signos exteriores y apariencias sensibles de los efectos que el Espíritu Santo produce interiormente en casa uno de los discípulos, y que debía producir en el corazón de los primeros fieles llenándolos de sus dones. El Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios igual al Padre y al Hijo, inauguraba su reino visible en  la Iglesia y en las almas.

Semejante a fuego irresistible, venía a renovar la faz de la tierra, a sustituir el espíritu de temor por la ley del amor, a establecer la caridad en lugar del antiguo egoísmo y a provocar un vasto incendio en el mundo de las lamas. “He venido- dijo el Verbo- a traer fuego a la tierra y mi mayor deseo es ver cómo se abrasa”. Del día de Pentecostés dice el elocuente Crisóstomo estas palabras:”Hoy la tierra se nos ha hecho cielo, no por haber bajado las estrellas del cielo a la tierra, sino por haber los Apóstoles subido de la tierra al cielo; porque la gracia copiosa del Espíritu Santo hoy se ha derramado por el mundo y le ha convertido en paraíso; no trocando la naturaleza,, pero enmendando y enderezando las voluntades. Halló el Espíritu Santo al publicano, y le hizo evangelista; halló el perseguidor y lo hizo apóstol; halló al ladrón y lo llevó al paraíso; halló a la pecadora y la hizo igual a las vírgenes; halló magos encantadores y los convirtió en evangelistas. Desarraigó la maldad y plantó la bondad; desterró la servidumbre y trajo libertas: perdonó la deuda y nos dio la gracia; y por esto digo, que hoy la tierra se ha hecho cielo”.

Cuenca, 4 de junio de 2017

©José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico

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