jueves, 16 de octubre de 2014

Pequeño Grande, Rey del Carmelo

Niño Jesús de Praga

El jueves, día 15 de octubre tuve la suerte de asistir a los oficios en conmemoración del quinto centenario del nacimiento de  Santa Teresa en la Catedral de Cuenca y a su posterior procesión hasta la parroquia del Salvador. Me llamó la atención que muchos de los presentes desconocieran el vínculo de unión entre el Niño Jesús de Praga y Santa Teresa e incluso su historia. Pero lo que realmente me ha decidido a contarlo es que esta mañana, en el trabajo, me lo han vuelto a preguntar ¿Por qué desfilaba el Niño Jesús de Praga con Santa Teresa? ¿Y de Praga?

Niño Jesús de Praga
Son muchas las versiones existentes sobre la devoción al Niño Jesús de Praga. No encontrarás una carmelita que no conozca la anécdota que tuvo lugar en una escaleta del Carmelo de la Encarnación de Ávila, en la que Santa Teresa se encuentra con el Niño Dios y éste le asegura que: “si ella es la Teresa de Jesús, él es el Jesús de Teresa”. Otra curiosidad la encontramos en nuestra tierra. Ana de San Agustín, priora del Carmelo de Villanueva de la Jara de Cuenca y compañera de Santa Teresa, recibió la misión especial de venerar y propagar la devoción a la divina infancia de Cristo. “Yo te escogí para honrar y hacer visible en ti mi infancia y mi inocencia, cuando yo yacía en el pesebre”, le dijo el Niño Dios, mientras ella rezaba delante de una imagen suya existente en el convento, conocida como “El Rey de la Gloria”. Ella fundó la Familia del Niño Jesús, invitando a todos los que quisiesen a celebrar con fervor los días 25 de cada mes, en recuerdo de la Santa Natividad y a rezar la Corona del Niño Jesús (tres padrenuestros y doce avemarías) en honra de los 12 primeros años de su vida.

¿Pero cuál es su historia? Toda historia tiene su leyenda y esta nace de un convento cerca de Sevilla que fue destruido por los moros. Cuatro de los monjes que sobrevivieron se asentaron en las ruinas e intentaron levantar de nuevo el monasterio. Pasaban los días trabajando y orando. Los trabajos de recuperación del convento iban muy despacio. Uno de estos días sucedió algo especial. Ese día lucía un cielo azul sobre el monasterio cuando un niño se acercó a un fraile que en el jardín estaba barriendo, invitándole a rezar. Fray José de la Santa Casa, dejando la escoba a un lado, juntando las manos y bajando la mirada comenzó la salutación angélica y al llegar a las palabras “et benedictus fructus ventris tui” (y bendito es el fruto de tu vientre), el niño le dijo: “Ese soy yo”. El monje miraba al niño con sorpresa, intentando comprender lo acontecido. Desapareciendo en un instante. Fray José busco y gritó ¡Vuelve pequeño! Pero no volvió aparecer.
Cabecera de la procesión de Santa Teresa y el Santo Niño de Praga

Pasaron años y nuevos y números frailes poblaban el convento ahora. Los muros habían sido restablecidos y el convento lucía esplendido. Ese joven fraile, envejecido por los años, nunca olvidó aquel bello encuentro, jamás perdió la esperanza de poder mirar, una vez más, aquel rostro encantador. El monje había intentado guardar en su mente los rasgos del rostro de aquel Niño. Una y mil veces había intentado reproducir en cera con sus dedos aquel semblante, no dejaba pasar día que no orara para que volviera a repetirse ese encuentro. En un instante sus pensamientos se tornaron en realidad y delante de él, sonriente estaba el deseado Niño, diciéndole: “Aquí estoy, para que puedas terminar la escultura”. Con sus dedos temblorosos de emoción empezó a trabajar la cera intentando reproducir con la mayor precisión los rasgos de aquel atractivo Niño. Sus dedos bailaban sobre la cera templada como si se moldeara sola, apareciendo finalmente el rostro del Niño reproducido. Pasó la noche y al día siguiente los compañeros del monje lo encontraron recostado en el suelo. A su lado, la figura del precioso y divino Niño. Fray José, bajo el sueño de la muerte seguía sonriente, como si estuviera mirando la cara del Niño que lo llevó al Paraíso Eterno.  

Procesión de la imagen del Santo Niño de Praga 
¿Cómo llego a Praga? Se sabe que en la región de Córdoba y más concretamente en la casa de los Manríquez de Lara se veneraba al Niño Jesús. Cuando en 1566, la hija de la familia Doña María se casó con el noble bohemio Vratislav de Pernstejn a quien conoció en el séquito del emperador Maximiliano I, se llevó a Praga con ella, el Niño Jesús, como regalo de boda, pasando la devoción a su esposo,  muy apreciado en la corte imperial y Gran Canciller del Reino de Bohemia desde 1547. De este matrimonio vivieron dos varones y cinco mujeres de los veinte que tuvieron. Polixena, la más pequeña, favorita de Doña Maria heredo la escultura del Niño Jesús. En 1628 Polixena, al enviudar por segunda vez entrega la preciosa imagen al prior de la comunidad de Padres Carmelitas Descalzos de Praga, diciéndole: “Le entrego lo que más quiero, lo más precioso que poseo, adórenle y la fortuna les acompañará”. El prior se inclinó en veneración, tomó la imagen de las manos de Doña Polixena y la colocó en el oratorio. Ambos se arrodillaron y juntando las manos oramos ante Él. La luz de las velas iluminó el rostro del Niño Jesús de Praga que en ese instante pareció sonreírse.

Las gracias y maravillas innumerables debidas al “Pequeño Grande” (así llaman en Alemania al Niño Jesús de Praga), se divulgaron hasta en las comarcas más lejanas, con lo que su culto se ha extendido en nuestros días de una manera prodigiosa. “Sea bendito el Nombre del Señor ahora y por los siglos de los siglos”.

El Niño de Praga original, una imagen de cera de Jesús en su etapa infantil, fue esculpido en España en el siglo XVI, se encuentra en la Iglesia de Santa María de  la Victoria y San Antonio de Padua en la ciudad de Praga (República Checa). La imagen perteneció a Santa Teresa de Jesús y es considerada una imagen muy milagrosa, denominándose cariñosamente: “Pequeño Grande”.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico

Cuenca, 16 de octubre de 2014

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