domingo, 8 de diciembre de 2019

Santa Leocadia, virgen y martir. Festividad del día 9 de diciembre.

Santa Leocadia.
   En la oración de la Misa de esta Santa ruega así la Iglesia de Toledo: “Señor, os pedimos que seamos ayudados por los méritos y ruegos de la bienaventurada Leocadia, vuestra virgen y mártir, para que nos veamos libres de la cárcel eterna, por el patrocinio de la que por confesar vuestro nombre, sufrió la cárcel y la muerte”.

Y con más concesión decía la antigua liturgia española: “Fue interrogada, confesó, la atormentaron y Dios le dio la corona”. En esto se condensa todo lo que sabemos del martirio de esta virgen toledana, tan honrada de la Iglesia visigoda:

Había nacido en Toledo de padres nobles y cristianos. En los círculos paganos de la ciudad era muy conocida, pues apenas llegó Daciano con órdenes de acabar con los cristianos, le dieron en seguida el nombre de Leocadia. Le ponderaron su nobleza, su hermosura y su juventud, pero sobre todo su fervor religioso. El tirano lo hizo compadecer en su presencia, seguro de que renegaría de la fe por los halagos y promesas o por las amenazas y tormentos.

La religión cristiana era de gente pobre, de esclavos y plebeyos, ¿Cómo una joven rica y noble podía pertenecer a ella? Así arguyó Daciano a Leocadia. Más ella le contestó que toda su gloria se cifraba en adorar a Cristo, y que por nada dejaría su fe. Estaba dispuesta a morir como su Maestro. De esta resolución nadie la apartaría en el mundo.

El tormento era la respuesta común de los tiranos y nuestra Santa fue sometida a los azotes. Chorreaba sangre todo su cuerpo y su pudor virginal se cubría de una túnica morada y roja, mientras su rostro se iluminaba por un júbilo y paz celestial. Más fuerte que las varas y los golpes era su fe, pues siguió confesando su creencia cristiana.

La retiraron y encerraron en un calabozo para que curase de las heridas y estuviese preparada para nuevas torturas. Lloraban los cristianos al ver aquel cuerpo inocente destrozado por los látigos, surcado de cardenales, abierto por las heridas y deformado por el furor y la fuerza de las varas. La mártir se consolaba, porque sus heridas eran otras tantas puertas abiertas para que por ella saliese más presta su alma.

En la cárcel supo de la muerte dolorosa de Eulalia de Mérida; con sus uñas hizo una cruz en la pared y allí, abrasada en encendido amor de Cristo, expiró el 9 de diciembre del año 304. Las rosas de la sangre con los lirios blancos de la virginidad velaron su cuerpo sagrado.

Los cristianos toledanos le dedicaron muy pronto tres templos: uno, en la casa donde había nacido; otro donde estuvo presa y el tercero, en el lugar de su sepultura. El último fue célebre iglesia de Santa Leocadia, teatro de los grandes Concilios de Toledo.

Dios la honró después con múltiples milagros, pregoneros de su gloria y santidad. El más célebre tuvo lugar en su misma tumba. Oraban ante ella dos personajes más influyentes entonces de Toledo: su arzobispo y su rey, San Ildefonso y Recesvinto. De repente se levanto la losa que cubría el cuerpo de la santa y apareció vestida de amplio manto inmortal  Santa Leocadia, para felicitar y alentar al gran devoto de la Madre de Dios y defensor infatigable de su virginidad. La tradición añade que el Santo, con el puñal que se ceñía el rey, cortó una punta del manto de Santa Leocadia, preciosa reliquia que hoy muestran en el sagrario de la Iglesia de Toledo. 

Aparición de Santa Leocadia

Es patrona de la Ciudad de Toledo.

Cuenca, 9 de diciembre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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