domingo, 16 de enero de 2022

San Antonio Abad. Festividad del 17 de enero.

   San Antonio nació en Qeman, al sur de Masr (Menfis), el año 251. Sus padres eran cristianos, ricos y bien acomodados. Murieron muy pronto. Entre los 18 y 20 años, San Antonio sintió la vocación de la gracia. Le hizo cambiar en su interior oyendo el Evangelio de San Mateo, donde dice: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme” (Mt. 19, 16-22), esto lo oyó un día en la asamblea de los cristianos.
San Antonio Abad

Meditó, oró y se puso a ejecutar lo que su corazón le indicaba. Primero aseguró el porvenir de una hermana más pequeña, vendió todo lo sobrante, lo distribuyó entre los más necesitados y se entregó a la vida de perfección bajo la sabia guía de un viejo que vivía austeramente en el pueblo vecino al suyo.

Su noviciado consistió en hacer oración, leer la Biblia, trabajar con sus manos. Sintiéndose formado en la vida espiritual, se retiró a una oquedad excavado en la ladera de una montaña.

San Antonio es llamado “La estrella del desierto”, es el fundador del monacato, pero paradójicamente también hombre de soledad absoluta, que se destina a la oración, al estudio, a la penitencia y al trabajo manual para ganarse el sustento (trenzando hojas de palma para hacer cestillos y esteras). Es el maestro de los anacoretas Egipcios, y la tradición le ha hecho protector del ganado y de los animales domésticos.
Se cuenta que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos, que estaban ciegos, en actitud de súplica. San Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces su madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se le acercaba.

Pero San Antonio llevaba atrás, como todo hombre el bagaje de las inclinaciones humanas y cuando menudearon las más terribles tentaciones, buscaba lugares más solitarios para vivir, subsistiendo tan sólo con pan y agua, durmiendo dos o tres horas por la noche. Y por mucho que se alejaba le asaltaban tentaciones bestiales, asechanzas de temor o seducción, de lujuria o de orgullo, monstruos que se le aparecían, insistentes visiones, poblando su soledad de serpientes, dragones, formas de lascivia, centauros, larvas, sátiros, fieras inimaginables, toda la teratología diabólica que el Bosco plasmó en sus cuadros.
Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad, óleo sobre tabla de roble,
 
LisboaMuseo Nacional de Arte Antiga

Pero “los rezos y las lágrimas purifican hasta lo más impuro”, y tras una nueva retirada hasta el fin del desierto, cerca del mar Rojo (donde hoy un monasterio copto del siglo IV perpetúa su recuerdo), triunfó de todo artificio infernal, tuvo numerosos discípulos, fundó monasterios y hasta se traslado a Alejandría para confundir a los herejes.

Después de su visita a San Pablo, murió muy viejo. De él se cuenta que era reconocible por su cara resplandeciente de alegría. Murió el 17 de enero del año 356. El que vivió ciento cinco años, decía también que la vida del hombre es brevísima: “Trabajamos en la tierra y heredamos el cielo. Un hombre que diese un dracma de cobre por cien de oro, daría poco y ganaría mucho. Así hará que, señor de toda la tierra, renuncia a ella para ganar el paraíso”.

Publicado en Cuenca, 17 de enero de 2021.

Por; José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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