sábado, 23 de mayo de 2020

El niño Robado

Cuento popular de Escocia.

Según afirmaban los habitantes de Escocia, su patria era el país ideal para que los genios, las hadas y los duendes viviesen ocultos a los ojos de los mortales; sus numerosas colinas ondulantes, sus valles en que crecían unos helechos más altos que los hombres y la densa niebla que cubría toda la tierra, hacía que fuesen muy poco los seres humanos que hubieran visto alguna de aquellas fantásticas criaturas.

Pues bien; nuestra historia transcurre en aquel ambiente mágico, en un lugar muy frecuentado por duendes, hadas y genios.

En un pueblecito de las montañas de Escocia vivía con su tierno hijito de pocos meses una joven viuda llamada Estela. La joven madre carecía de bienes y era muy pobre, teniendo que afanarse todo el día para procurarse alimentos.

Y sucedió que un día fue al bosque en busca de leña para venderla después a sus vecinos. Estela abrigó muy bien a su hijito y lo acostó en una camita que hizo de helechos al pie de un nogal que había a la entrada del bosque, adentrándose para recoger ramas secas.

Poco después, acertaron a pasar por allí dos hadas que descubrieron al niño, quedando subyugadas por su delicada belleza.

-¡Mira, hermana!-dijo una de ellas-. Parece que los mortales han dejado abandonado a este niño tan encantador.

-Entonces nos pertenece –añadió la otra hada-: llevémoslo a nuestra morada. Y tomándolo en brazos, se alejaron con sus pasos silenciosos de aquel lugar.

Cuando volvió Estela y no encontró a su hijo donde le había dejado, creyó morir de dolor y lo buscó hora tras hora por todos los rincones hasta que se hizo de noche.

Luego, volvió llorando al pueblo y contó a los vecinos cómo había perdido a su niño.

Estela era muy apreciada en el lugar y muchos hombres y mujeres se unieron a ella para seguir buscando. Provistos de antorchas, recorrieron el bosque hasta los rincones más apartados, sin encontrar al niño. Volvieron al día siguiente, pero su búsqueda resultó también infructuosa, por lo cual perdieron toda esperanza de hallarlo.

Sólo Estela estaba decidida a continuar buscando a su hijo hasta el fin del mundo.

Después de dar las gracias a sus vecinos, Estela salió del pueblo y buscó y preguntó en todos los lugares cercanos; pero nadie había visto ni oído nada.

Varios días después, llegó a un campamento de gitanos y les preguntó por su niño llena de esperanza.

-No, no hemos visto a  tu hijo –dijo el jefe de la caravana-. Pero tal vez pueda darte alguna noticia sobre tu hijo la sabia Ágata, que posee toda la ciencia del mundo. Si quieres consultarla, puedes venir con nosotros, pues nos dirigimos al campamento del Norte en que habita la sapientísima Ágata.

Estela aceptó y caminó muchos días con aquella caravana al campamento de Ágata.

Ágata era una anciana encorvada y arrugada, pero con una inefable expresión de bondad en su cara y en sus palabras. Estaba calentándose junto a una hoguera y allí escuchó las angustias de la dolorida Estela.

-Buena mujer –dijo  Ágata después de meditar algún tiempo-: es mejor que desistas de seguir buscando a tu hijo. Te lo han robado unas hadas y lo han llevado a la morada de sus esposos, los genios. Serán inútiles tus esfuerzos, pues nadie que logre introducirse en su morada podrá salir con vida.

-¡Por grandes que sean los peligros, jamás dejaré de buscar a mi hijo! –Exclamó con entereza Estela-. Sé que los genios son muy poderosos; pero ¿no podría usted ayudarme?

La ancuana Ágata no contestó a la pregunta de la joven. Meditó largamente fijando su mirada en las ondulantes llamas de la hoguera y, como hablando consigo misma, dijo: -Los genios van a celebrar una reunión en su morada para elegir el nuevo rey que ha de gobernarlos durante cien años… ¡Ya sé lo que has de hacer! Escúchame, joven madre: te diré algo que pocos mortales saben; los genios, a pesar de todo su poder, nada saben hacer por sí mismos: todo lo que tiene, lo piden o lo roban. Además, son tan vanidosos, que lo que más desean son los objetos raros y bellos. Si consigues algo que no se parezca a nada de lo que existe, podrás tratar con ellos y recobrar a tu hijo.

-¡0H, sabia mujer! –Suplicó Estela-. Dime: ¿Dónde puedo conseguir tales objetos raros y preciosos? Y, después de tenerlos, ¿cómo podré penetrar en la morada de los genios? –Sólo tú puedes conseguir tales objetos y has de obtenerlos con tu solo esfuerzo: solamente así podrás penetrar sin peligro en la morada de los genios. Yo, únicamente puedo ayudarte protegiéndote de todos los elementos que pudieran destruirte.

Y, poniendo sus manos sobre la cabeza de la joven, la ancuana Ágata la bendijo invocando un sortilegio que la preservaría de todos los poderes de la tierra, del agua y del fuego mientras buscara a su hijo.

Estela dio las gracias a la anciana y marchó del campamento gitano. Iba meditando que necesitaba, por lo menos, dos objetos extraordinarios: uno, para entrar en la morada de los genios; y el segundo, para presentarse ante el rey y pedirle que le devolviera a su hijo. Pero ¿cuáles podrían ser aquellos tan raros y maravillosos que despertaran la ambición de los genios?

Recordó Estela que las dos cosas más bellas y raras de las que había oído hablar a la gente eran un arpa de marfil con cuerdas de oro y una blanca capa de plumas de gaviota.

-Pero, ¿cómo podré hacerlas yo sola? –pensaba, desanimada, la pobre madre. Entonces se acordó de su hijo querido y se sintió llena de decisión y fortaleza.

Se encaminó a la costa del mar, donde las gaviotas construían sus nidos; allí podría encontrar el blanco y suave plumaje que se iba desprendiendo del pecho de las aves.

Sin pensar en los peligros que corría de caer por aquellas rocas escarpadas, y del furioso oleaje que batía los acantilados, Estela comenzó su afanosa búsqueda de las plumas para su capa.

A cada paso que daba, la valerosa madre arriesgaba su vida; pero a Estala nada le importaba, sólo pensaba que pronto podría recuperar a su hijito.

Por fortuna, el sortilegio de la anciana Ágata le protegía y ni las puntiagudas rocas lastimaban sus manos ni las olas poderosas lograban derribarla; ni siquiera sintió fatiga en su durísima faena.

Cuando tuvo reunido todo el plumaje que necesitaba, se puso a trabajar en la confección de la capa; la cual, una vez terminada, era blanca y suave como una nube. Después, bordó con sus dorados cabellos una ancha orla de hojas y flores, con lo cual la capa quedó realmente magnífica y elegantísima.

Estela ocultó la preciosa capa en un lugar seguro y luego bajó a la playa, donde encontró gran número de huesos de animales marinos, que las aguas habían ido torneando y que a los rayos del sol brillaban como pulido marfil.

Trabajó pacientemente aquellos huesos, uniéndolos después con gran arte hasta darles la forma de un arpa, en la que puso las cuerdas, hechas con sus cabellos dorados. Tensó bien las cuerdas y tocó una música delicadísima; la ilusionada melodía de una madre que esperaba reunirse pronto con el hijo que le habían robado.

Aquello animó a Estela, que, con el arpa bajo el brazo y la capa sobre sus hombros, emprendió el viaje a la morada de los genios.

Hubo de caminar durante varios días y varias noches por amplias carreteras y tortuosos caminos, hasta que, por fin, llegó al lugar que Ágata le había indicado.

Hubo de esperar bastante tiempo a la entrada de la morada de los genios. Al cabo, los genios y las hadas fueron llegando formando pequeños grupos; todos eran de elevada estatura y se asemejaban muchísimo.

Estela pensó que tenían un gran parecido con los seres humanos; únicamente se diferenciaban en sus orejas, enormes y puntiagudas en su parte superior, y en sus ojos alargados en forma de almendra.

Llegó después una gran multitud de duendecillos, que eran graciosos enanitos de ojos rasgados y enormes orejotas.

Pero lo que más llamó la atención de la joven madre fue un hada que se había rezagado. Rápidamente, Estela se puso ante el hada de modo que ésta pudiera admirar la hermosa capa en todo su esplendor.

El hada, que era esposa de uno de los genios, no pudo reprimir un primer impulso de desagrado al ver a Estela.

-¿Qué está haciendo en este lugar una persona mortal y vulgar como tú? –dijo. Pero en seguida fijó su atención en aquella capa maravillosa: ¡ninguna de las hadas lució jamás algo tan bello y delicado!

Estela vio que los ojillos almendrados del hada lucían con extraño fulgor: era evidente que sentía gran envidia y un gran deseo de poseer la blanca capa.

-¿Qué deseas a cambio de esa capa? –Preguntó el  hada con ansiedad-. Si dejas tu capa en el suelo, tendrás tanto oro como se preciso para cubrirla por completo.

-La capa no está en venta y no te la daría a cambio de todo el oro del mundo .replicó Estela- sin embargo, tiene un precio.

-Cualquiera que sea su precio, yo te lo pagaré –afirmó el hada, cada vez más entusiasmada por aquella sin igual.

-Para poseerla –propuso Estela-, no tendrás que darme oro ni joyas: únicamente tendrás que introducirme en vuestra morada. -¡Dámela entonces! –exclamó el hada. Pero Estela sabía que no debía confiar en las promesas de aquellos seres, que eran muy aficionados a la mentira y al engaño.

-Sólo te daré la capa cuando me hayas llevado a vuestra morada; antes no.

Llena de impaciencia y ansiedad, el hada tomó  Estela de la mano y ambas subieron por un sendero apenas visible que conducía a las entradas de las Moradas de los genios. Estela penetró en la morada con la ayuda del hada y le entregó su capa.

Después, abriéndose paso entre los grupos de hadas curiosas y duendes asombrados, se dirigió directamente hasta el tono en que se sentaba el nuevo Rey de los genios.

-¡Qué nos trae, mortal? –preguntó el Rey de los genios al ver el arpa de Estela.

-Un arpa como no hay otra en todo el mundo –contestó la joven madre.

Y, diciendo esto, comenzó a pulsar delicadamente las cuerdas de oro, produciendo unos sonidos tan agradables y unas melodías tan bellas, que todos los reunidos quedaron admirados.

-¡Qué deseas a cambio de tu arpa? –preguntó al Rey de los genios con fingida indiferencia cuando Estela terminó su melodía.

-Tengo mucho cariño a mi arpa –respondió Estela-; la hice con mis propias manos y sus cuerdas están hechas de mis cabellos. Y vosotros habéis podido apreciar que no hay en el mundo un arpa igual a la mía.

-No estoy muy seguro de que tu arpa sea tan maravillosa como dices – dijo el Rey de los genios.

Estela pensó que el Rey de los genios era muy astuto y era preciso emplear con él mucho más ingenio y habilidad. Así, pues, fingió que no le interesaba seguir negociando.

-En realidad –dijo-, no tengo ningún interés en venderos mi arpa. Y se dirigió a la salida. Creyendo que marchaba, el Rey de los genios gritó: --¡Pídeme lo que quieras por tu arpa!

La joven madre dijo entonces:  -¡Devolvedme el hijo que me habéis robado: sólo así os daré mi arpa!

Pero el Rey de los genios parecía dispuesto a dar cualquier cosa antes de devolver su hijo a Estela; y ordenó a unos duendes que trajeran un gran saco de oro.

-No me interesa vuestro oro –replicó firmemente Estela-: sólo quiero a mi hijo.

Viendo que no tenía otro remedio, el Rey de los genios hizo que le trajeran al niño y , guardándolo en sus brazos, dijo a Estela:

-Dame el arpa y te daré a tu hijo.

-De ningún modo –exigió Estela-: primero, devuélveme mi hijo y luego te daré el arpa.

Y, hasta que no tuvo al niño en sus brazos, Estela no le entregó el arpa.

Rey de los genios comenzó a tocar y era tan maravillosa la música que brotaba del instrumento, que los demás genios, las hadas y los duendes la escucharon embobados y boquiabiertos. ¡Y Estela pudo salir de aquella morada sin que nadie se diera cuenta de su partida!

Estela volvió a su pueblo llevando en brazos a su querido hijo, recibiendo felicitaciones y enhorabuenas.

La joven madre se sentía la mujer más feliz de la tierra; sabia que tendría que seguir viviendo pobremente, pero nada le importaba haber renunciado a las riquezas que la había ofrecido el Rey de los genios: para ella, como para todas las madres, su hijo valñia infinitamente más que todos los tesoros del universo.

Cuenca, 23 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.




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