domingo, 31 de mayo de 2020

Medio Pollito.

Cuentos populares del mundo (España).


En una granja Española había una hermosa gallina que tenía varios polluelos. Era una gallina muy bondadosa y estaba muy orgullosa de todos sus hijos. Es decir, del más pequeño de todos no podía sentirse nada orgullosa, porque era un pollito muy raro; tan raro, que parecía como si le hubieran cortado su cuerpo justamente por la mitad: sólo tenía una pata, un ala, un ojo y media cabeza. Y, como sólo estaba completo de un lado, todos le llamaban Medio Pollito.

Más, precisamente porque era tan feo y tan raro, su mama le quería mucho más y le cuidaba mejor que a los otros pollitos.

-Mi querido hijito –le decía su mamá cariñosamente-: sé que nunca llegarás a ser el más fuerte del gallinero ni podrás convertirte un día en un hermoso gallo. Más, precisamente por eso, quiero que sepas que siempre te querré mucho.

También sus hermanitos le querían mucho y tenían buen cuidado de no derribarle cuando Medio Pollito saltaba junto a ellos con su única patita; y cuando la granjera les echaba la comida en el suelo, todos dejaban que Medio Pollito diera los primeros picotazos.

Rodeado de tantas atenciones y de tanto cariño, Medio Pollito pudo haber sido muy feliz y hacer dichosos a cuantos le rodeaban con su docilidad y afecto.

Pero Medio Pollito nunca estaba contento y, lo que era aún peor, se había convertido en un ser egoísta y desagradecido. Era como si su carácter, al igual que su cuerpo, sólo se hubiera desarrollado en su mitad menos noble, pues para él no parecían tener ningún significado ni la obediencia, ni la bondad ni la amabilidad con los demás.

Cuando su madre le llamaba fingía no haberla oído con su única oreja y si salían  a dar un paseo por el campo. Medio Pollito se escapaba de sus hermanos y se escondía entre las espigas de trigo, aun sabiendo que su madre se preocuparía y entristecería.

-¡Oh, Medio Pollito! –Suspiraba su madre-. ¿Por qué te empeñas en crearnos a todos tantos problemas?

Pero Medio Pollito nunca hacía caso y continuaba con sus travesuras y desobediencias.

Tenía un espíritu aventurero y audaz y, como se aburría en aquella pacífica granja, le gustaba alejarse de ella dando saltitos sobre su única patita.

Un día, Medio Pollito dijo a su madre: -Mamá: todo esto es muy aburrido; vosotros podéis quedaros aquí y haceros viejos sin haber visto un poco del mundo; pero yo me voy a Madrid a ver al Rey de España.

-¿Qué dices, Medio Pollito? –Le respondió su madre-. ¿Cómo podrás hacer tan largo viaje tú, tan pequeñito y con sólo una pata? Ni un gallo robusto se atrevería a hacer ese viaje, ¿y crees que tú podrás llegar a Madrid, tontuelo? Vamos, Medio Pollito: olvídate de tus locuras y confórmate con esta vida. Verás: mañana podemos dar un corto paseo; ¿qué te parece si vamos a visitar a la vaca que pace en el valle cercano?

-¿Visitar a la vaca? –se enfadó Medio Pollito-. ¡No, no y no: te digo que yo quiero ir a visitar al Rey! Y muy pronto me concederán un patio del palacio para mí solito y, entonces, es posible que envíe un mensaje a la granja para que sepáis a qué horas podéis visitarme.

Viendo que de nada servía sus razones, la mamá dio a Medio Pollito sus últimos antes de que emprendiera el viaje.

-Ten cuidado, pues mi querido y tonto Medio Pollito –le advirtió prudentemente-; y recuerda que nadie te ayudará si no eres amable y servicial con la gente.

Pero Medio Pollito no quiso escuchar a su madre y, agitando su única ala y saltando sobre su única pata, emprendió el largo y duro camino que conducía a Madrid.

Después de varias horas de andar sobre la pedregosa carretera, sintió dolor en su patita y buscó un campo de mullida hierba, en la que se encontraba muy aliviado.

Un riachuelo atravesaba aquel campo, pero en lugar de correr por su cauce, sus aguas estaban retenidas por un gran montón de raíces y plantas acuáticas.

-¡Ayúdame, por favor” gritó el riachuelo a Medio Pollito, que estaba brincando por una de las orillas-. ¡Si me quitaras, al menos, unas pocas raíces y plantas…!

Pero Medio Pollito no quiso hacerle caso.

-¡Tonterías! –exclamó Medio Pollito. Yo soy un viajero muy importante y no puedo perder tiempo en esas bobadas. ¡Voy a Madrid a ver al Rey!

Y se alejó de allí saltando. No había andado mucho camino cuando vio las últimas brasas de un fuego que se iba extinguiendo; eran los restos de una hoguera que encendieron unos gitanos y que habían marchado del lugar hacia unas horas.

El fuego chisporroteó esperanzado cuando vio a Medio Pollito y le pidió: -Oye, Medio Pollito: llegas a tiempo de salvarme. ¡Arroja sobre mí algunas ramitas secas antes de que mi fuego se apague! Peor Medio Pollito siguió saltando tontamente sobre su única matita diciendo: -¿Por qué se empeñan todos en tomarme por su criado? ¡Yo soy un viajero muy importante y voy a Madrid a ver al Rey! ¡Así que, soluciona tú mismo tus problemas que yo no puedo perder mi tiempo en atenderte! Y Se alejó presuroso camino de Madrid.

Siguió caminando todo el día y toda la noche y, cuando el sol se levantaba sobre las sombras para alumbrar un nuevo día, Medio Pollito  divisó a lo lejos la gran ciudad a la que se dirigía e, impaciente por llegar, saltaba cada vez más presuroso.

En los alrededores de Madrid, pasó junto a un gran nogal, entre cuyas ramas se había enredado el Viento del Norte.

-¡Ayúdame, Medio Pollito! –Susurraba el Viento- ¡Sácame de entre estas ramas que me ahogan y me tiene aprisionado!. Pero, como las veces anteriores, Medio Pollito no  quiso escucharle porque se había vuelto tan egoísta que únicamente podía ya atender a sus propios deseos. Así, pues, contestó con vos desagradable: -Si estás en ese apuro, es porque tú mismo te lo has buscado. De modo que ya puedes librarte tú solo. Yo tengo cosas muy importantes que hacer. ¿Qué lo pases bien, Viento del Norte! ¡Adiós, adiós: me voy porque yo veré muy pronto al Rey! Y, abandonando a su suerte al Viento del Norte, Medio Pollito siguió saltando, llegando a la ciudad y atravesando sus calles hasta que estuvo frente al Palacio Real.

Subió brincando los doce escalones que conducían a la entrada principal del palacio del Rey, picoteando con toda su fuerza ante la enorme puerta de roble.

Un momento después, un  lacayo saló a recibir al extraño visitante.

-Buenos días –dijo Medio Pollito-. Llévame ante Su Majestad, pues quiero visitarle. ¿Ante Su Majestad? –Replicó irónicamente el lacayo-. Yo pienso que será más oportuno llevar a la cocina.
    Y. cogiendo a Medio Pollito con gran desdén, lo llevó a una gran cocina y lo entregó a un cocinero, que lo metió sin contemplaciones en un puchero llevo de agua fría que coloco inmediatamente sobre el fuego.

Medio Pollito sentía cómo el agua iba humedeciendo sus plumas y llegaba a su cuerpo haciéndole estremecer de frío.

-¡Oh agua! –Exclamó Medio Pollito- ¡No me mojes, por favor, que tengo frío! Pero el agua contestó: -No te escucharé, Medio Pollito. Recuerdas que, cuando yo era un pobre riachuelo en apuros y pedí tu ayuda, tú tampoco quisiste hacer caso de mis ruegos.

Pero Medio Pollito no tembló por mucho tiempo, pues el agua fue calentándose poco a poco por la acción del fuego, bullendo a la su alrededor hasta que Medio Pollito sintió que se estaba  abrasando.

-¡Oh, fuego! –Rogó Medio Pollito-. ¡No calientes tanto, que me quemas! Pero el fuego le respondió: -No me pidas que te ayude, Medio Pollito: recuerdas cuando yo me estaba muriendo en el bosque y no quisiste ayudarme.

Un momento después el Cocinero Mayor levantó la tapa del puchero y, viendo dentro aquella ave insignificante, gritó enfurecido: -¿Quién se atrevería a presentar esta birria en la mesa del Rey?

Y, cogiendo a Medio Pollito, lo arrojó por la ventana de la cocina.

Medio pollito fue a caer a un pario del Palacio Real; pero bien pronto el viento lo arrastró volando de un modo tan violento que el infeliz apenas si podía respirar.

-¡0h, viento! –Suplicó Medio Pollito-. ¡No soples tan fuerte, que me matarás! Pero el Viento le replicó: -Cuando estaba prisionero entre las ramas de aquel nogal, tú no quisiste ayudarme: ¿y quieres que yo te escuche ahora? Y l revolcó por el suelo, elevándolo después por el aire hasta que lo puso como veleta en la elevada torre de una iglesia, haciéndole dar vueltas y más vueltas.

Y allí continúa aún Medio Pollito en castigo a su egoísmo, apoyándose sobre su única patita y pensando con tristeza que había vivido mucho más feliz olvidándose un poco de sí mismo y procurando la felicidad de aquellos con quienes vivió.


Cuenca, 31 de mayo de 2020.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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FUENTES CONSULTADAS:

-Nuestros cuentos. Publicaciones FHER. Bilbao.1987.




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