viernes, 11 de octubre de 2019

La Virgen del Pilar y el descubrimiento de América por Colón el 12 de Octubre de 1492.


   “Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino, en carne mortal a Zaragoza” Así canta la copla que hoy llena los aires de toda España y aún América.

La historia del Pilar, cien veces repetida en tantas obras literarias desde finales del siglo XIII, en que aparece por primera vez escrita, se evoca por sí sola. Fue hacia el año 40 cuando, viviendo aún la celestial Señora y predicando el Apóstol Santiago a las orillas del Ebro, se presentó en una noche cuajada de estrellas la Virgen, rodeada de ángeles y le habló desde una columna, dándole orden de que levantarse en aquel sitio una capilla.

De aquí nace el primer carácter de la devoción a la Virgen del Pilar: su carácter tradicional, antiguo y vetusto.

Apenas reconquistada Zaragoza por Alfonso el Batallador, a principio del siglo XII, su obispo, Pedro Librana. Escribe a todos los fieles del mundo cristiano una carta pidiendo limosna para restaurar el templo de la Virgen, "que como sabéis goza de antigua nombradía por su santidad y dignidad”. El Papa Gelasio II, el 10 de diciembre de 1118, recomendó a todos los cristianos la súplica del obispo de Zaragoza. Todos los documentos del siglo X al XIII insisten en la antigüedad y universal veneración del templo de “Santa María la Mayor”, en Zaragoza. El título de “Santa María del Pilar” no aparece escrito hasta el año 1299.

El segundo carácter es el sobrenatural y divino. El Pilar de Zaragoza es un puente tendido entre el cielo y la tierra; es la escala misteriosa de Jacob, por donde suben nuestros deseos, nuestras plegarias, la voz angustiosa de  nuestra pobreza, de nuestras enfermedades y por donde bajan al mismo tiempo los ángeles del Señor con la respuesta consoladora del cielo, las gracias para el alma, los milagros y curaciones para el cuerpo.

Uno de los milagros más reconocidos universalmente es el de Calanda, en la persona de Miguel Juan Pellicer. Tuvo la desgracia de perder la pierna derecha al pasarle la rueda de un carro sobre ella. A finales de octubre de 1637 le tuvieron que cortar la pierna, cuatro dedos por debajo de la rodilla y fue enterrada en el cementerio del hospital. Después de pasar un tiempo en las puertas del Pilar pidiendo limosna regresó en marzo de 1640 a su pueblo natal, Calanda. Despertando una noche, con la pierna original en su cuerpo. El milagro corrió por toda Espala y traspasó las fronteras. Declaró el médico que le amputó la pierna y el ayudante, declararon los padre, declaró el mismo Miguel Juan Pellicer y hasta 25 testigos que lo habían visto sin pierna. El 27 de abril de 1641 se pronunció sentencia sobre el milagro. El agradecido joven visitó a la Virgen del Pilar, fue a la corte de Felipe IV quien apenas lo vio se arrodillo ante él y le besó la pierna milagrosamente restituida.

El tercer carácter de la devoción a la Virgen del Pilar es su españolismo. Nombrar el Pilar es nombrar a España y nombrar a sus hijas, las Repúblicas de Hispanoamérica. Todos nuestros reyes desde Alfonso el Batallador, han orado en el Pilar, todos nuestros grandes hombres, nuestros conquistadores y guerreros, nuestros santos y misioneros. Dos de los cuatro ángeles del plata que sostienen los cirios que arden ante la Virgen son regalo de Felipe II. En el año 1681 se empieza la construcción de la actual basílica por orden del Carlos II, aunque no había de terminarse hasta 1872; el año 1723 las Cortes de Aragón obtienen el rezo y el Oficio; en el 1908 se le conceden los honores de capitán general del ejército español y se le regala el fajín; en el año 1908 bendice San Pío X las diecinueve banderas, regalo de otras tantas repúblicas americanas, que hoy penden ante la sagrada imagen en grupos de cinco, presididas desde 1909 por la bandera de España.

América no puede menos de mirar con fe y amor a la Virgen del Pilar. Para los cristianos no existe la casualidad, sino la Providencia de Dios, que todo lo rige suavemente, pero con sabiduría. Colón y sus compañeros tomaron tierra americana el 12 de octubre de 1492, cuando en la lejana España las campanas repicaban a gloria anunciando la venida de la Virgen  al Pilar.

La imagen mide treinta y ocho centímetros de altura; lleva en la cabeza una pequeña corona de talla puesta sobre el manto que cae hacia atrás; ciñe en su cintura una correa; con la mano derecha tiene el extremo del manto y con la izquierda al Niño, que agarra un pájaro y el mato de la Madre. Por fondo, el cielo estrellado, recuerdo de la noche serena en que se dignó bajar a nosotros.

En el año 1905 fue solemnemente coronada por el nuncio. Las dos coronas de la Madre y del Hijo habían sido antes bendecidas por el Papa San Pío X. La corona de la Virgen tiene 2.836 brillantes, 5625 rosas, 145 perlas, 64 esmeraldas, 62 rubíes y 46 zafiros. El resplandor que hace de fondo a la corona, en sus rayos y en las fajas, que son de oro lleva 46 brillantes, 2.311 rosas, 1.906 perlas hiladas, etc. todas fueron donadas espontáneamente por el pueblo español, recogido en poquísimos días y elaborado primorosamente en cuarenta y cuatro días por treinta y tres obreros.

En la corona el Niño hay 547 brillantes, 200 rosas, 12 perlas, 16 esmeraldas y 16 rubíes. En suma, la Virgen del Pilar tiene todo lo mejor que se pudo encontrar en España. Hay una cosa que allí no brilla, pero que lo sostiene y avalora todo. Sin ello, nada valdrían tanta riqueza y tanto arte. Es el corazón de España, de sus reyes, de sus Gobiernos, de todos los españoles. Allí está nuestra fe y nuestro amor, allí nuestro ideal, allí nuestra esperanza. Un ángel, armado de escudo, blande su espada, junto a la Virgen. Es el ángel de España que guarda la Columna y con ella la fe y grandeza de España.

Cuenca, 12 de octubre de 2019.

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