martes, 29 de octubre de 2019

San Alonso Rodríguez (1531-1617)


    El mes de octubre se va acabando y hoy día 30, celebramos la festividad de un jesuita insignificante en medio de una larga lista de jesuitas ilustres. Esto nos hace ver que todos estamos llamados a la santidad y todos tenemos esas posibilidades según los talentos que Dios nos ha dado.

Alonso Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1531 y fue,uno entre once hermanos, el hijo de Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado. Su madre le infundió desde pequeño una gran devoción a la Virgen. Absorto ante una imagen de María, se le oyó exclamar un día: ”¡ Oh Señora, si supieseis cuánto os quiero! En verdad que no podáis Vos amarme más a mí”. “Te engañas, hijo, oyó que le contestaba Ella suavemente; mucho más te quiero a ti, que tú a mí”.

A los 10 años tuvo su primer encuentro con los padres de la Compañía de Jesús al ser hospedados los misioneros en una casa de campo de su familia y él fue el encargado de atenderlos, fueron los misioneros los que le enseñaron el modo de rezar el Rosario en esos días.

En el año 1544 pasó a la Universidad de Alcalá con su hermano Diego, pero al morir su padre tuvo que volver a Segovia para hacerse cargo del negocio de paños y lanas. Instado por su madre se casó en 1557 con María Suárez y Dios le bendijo con un niño y un niña.

Las cosas se torcieron de golpe, los negocios empezaron a ir mal y sus hijos murieron, al año también murió su mujer. Él pensó que ese cambio hacia la desgracia, fue por sus pecados. El horror por el pecado fue una especie de obsesión a lo largo de toda su vida, pensando que prefería padecer todas las penas del infierno antes de ofender a Dios.

No uniéndole nada a este mundo pensó en entrar en la Compañía de Jesús. No tenía apenas estudios y llegaba a los cuarenta años por lo que le negaron la entrada en la Compañía.

Después de dos años más el padre Antonio Cordeses, provincial de la Orden, se apiadó de él admitiéndolo, diciendo que no quería privar a la Orden de un Santo.

Alonso empezó su noviciado en 1571 como hermano coadjutor, para servir a los oficios humildes de la casa. A los seis meses lo enviaron a Mallorca, al colegio de Monte Sión. Hizo sus primeros votos el 5 de abril de 1573 y los últimos en 1585. No tuvo más que un cargo hasta que murió: el de portero del colegio. Una cosa es cierta, que el alma da la fe y el amor es lo que da vida y mérito a las obras más pequeñas. Sin ella el más grande y glorioso a los ojos de los hombres, no vale nada delante de Dios.

San Alonso, aun en las acciones más vulgares y pequeñas, estaba en  Dios, amándole. Un día en la bendición de la mesa se sintió transportado. Dios se lo comunicó y le reveló que todos aquellos jesuitas, compañeros suyos en la mesa, lo serían también otro día en el convite de la gloria.

-¿Cuánto cree mi hermano que podré distraerse de todo el día?

-Me parece que todas mis distracciones juntas no excederán de algún Credo.

Estaba siempre con el Rosario en la mano, la llave del cielo. Jamás descuidó el colegio, pero le interesaba más el cielo. De tanto pasar las cuantas del Rosario, que para él era las escaleras del cielo, tenía hecho callos en los dedos.

El oficio de portero lleva a veces también la obligación de acompañar a los que salían para la realizar de una visita obligada. Ya anciano, recibía un día San Alonso, la orden de acompañar al padre Barrasá hasta el castillo de Bellver. El camino era una cuesta de tres kilómetros y el calor que hacía ese día era sofocante. El padre iba delante rezando el Breviario; el hermano detrás con su Rosario. De repente se le apareció la Virgen, acompañada de muchos coros de ángeles y santos; muy sonriente lo animó y sacando un blanquísimo lienzo le secó el copioso sudor que corría por su rostro. Así correspondía la Virgen a la devoción de su siervo.
Visión de Alonso Rodríguez. Obra de Zurbarán.

Con los regalos del cielo alternaban las tentaciones y tormentos del demonio. Siete años enteros padeció muy fuertes trabajos para defender la virtud angélica. El demonio no ahorraba medio para combatirlo. Imaginaciones, fantasmas, golpes con la amenaza de que no le dejaría dormir ni descansar nunca. “Hasta el día del juicio, contestó Alonso, estoy dispuesto a sufrir por Jesucristo”.

Desde los primeros meses de 1617 no pudo abandonar el lecho. Era su última purificación, para pasar limpio el abrazo del cielo. El 30 de octubre abrió los ojos, miró al Santo Crucifijo y se durmió con la palabra de Jesús en los labios.

Cuenca, 30 de octubre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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