lunes, 2 de septiembre de 2019

San Gregorio I. Primer monje que fue Papa.

San Gregorio el Grande.
Doctor de la Iglesia de Roma, nació alrededor del 540 y murió el 12 de marzo de 604. Fue declarado Doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya aparecía hacia el año 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia Occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.

Cuando todo parece que se derrumba el pueblo elige por aclamación a un papa y santo que se llama Gregorio. El Tíber se desborda, la peste diezma la ciudad, brotan herejías por todas partes, desde el norte los lombardos amenazan con engullir Italia entera y los bizantinos resultan amos orgullosos e incómodos. Roma, humillada y desmoralizada, entre ruinas y grandes recuerdos, cree ver acercarse su final.

Gregorio tiene cincuenta años, pertenece a una familia de patricios y ha sido prefectus Urbis, pero lo dejó todo para hacerse benedictino, convirtiendo su palacio del monte Celio en el monasterio de San Andrés (es el primer papa que ha sido monje); más tarde fue nuncio de Constantinopla, buena experiencia de la tortuosa diplomacia de Bizancio. Cuando le eligen su primera reacción es sobornar a unos mercaderes para que le ayuden a huir de Roma.

No hay escapatoria, en estos tiempos de desolación y catástrofe (“este mundo es una antorcha ya apagada”) será un gran papa, tan grande que adopta el título de “siervo de los siervos de Dios” para subrayar la humildad servicial del que ocupa la Silla de Pedro.

Corto de estatura, frágil y enfermizo, desengañado de la vida y muriéndose de nostalgia por el claustro, pendiente de su lectura predilecta que es nada menos que el libro de Job, este hombre que parece no dar valor a las cosas humanas rige la Cristiandad de un modo firme, inteligentísimo y eficaz.
Gregorio I. Obra de Francisco de Goya.

Oacta con la fuerza bruta de los lombardos y para los pies a la altivez de Constantinopla, sofoca cismas, manda misioneros a Inglaterra, socorre a los desvalidos, exige piedad y pobreza a los religiosos, adoctrina a los fieles y ejerce muy bien la autoridad (“el gobierno de las almas es el arte de las artes”). Quizá sin fundamento, su nombre va unido al canto llamado “gregoriano”, pero en la historia de la santidad representa sobe todo la primacía de los espiritual que aporta como por añadidura el secreto de manejar admirablemente las desdeñadas cosas de este mundo.


Cuenca, 3 de septiembre de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.


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