Reloj Catedral de Cuenca. Siglo XVI |
EL RELOJ DE LA CATEDRAL
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
Los hombres siempre hemos vivido al amparo del tiempo, unas veces hemos pensado si este concepto ha sido inventado o es algo real, lo cierto es que controla el devenir de nuestras vidas.
Hasta que el reloj se generalizó socialmente y se hizo portable han pasado muchos siglos. Intentaré centrarme en la época más importante, socialmente hablando, que tuvo el reloj, como fue el Medievo entre los siglos XIV al XVII.
El concepto del tiempo para el hombre del Medievo está enclavado en dos conceptos distintos. El primer lugar tiene un carácter físico: el Sol, en segundo lugar un carácter espiritual: el repique de campanas, de esta manera se manifiesta la dependencia del hombre respecto a la naturaleza. Hasta esa época los relojes de sol, de arena, la clepsidra o las velas eran los instrumentos que se usaban para calcular el tiempo que durante siglos estuvo en mano de la iglesia al introducir en el calendario cristiano los tiempos litúrgicos acomodados a las grandes divisiones del año, como el Adviento, Epifanía, Cuaresma, etc.
Las horas estaban inspiradas en las reglas monacales y las campanas de las iglesias y monasterios se encargaban de recordarlas. Este sistema dividía el día y la noche en períodos iguales: Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
Es en estos siglos cuando el concepto de tiempo cambia radicalmente con el nacimiento de las ciudades y la introducción del reloj en la vida urbana.
Se entabla una conflagración entre la iglesia y la burguesía que con la ayuda de los progresos tecnológicos y la aparición del reloj en las ciudades modifica el ritmo del tiempo. Los relojes de las torres y atalayas se consolidan frente al tiempo clerical del repique de campanas en las iglesias y conventos, produciéndose una alteración en la hora nona, es trasladada al mediodía. Esta pequeña variación es debida a la necesidad de subdividir el tiempo de trabajo más racionalmente, permitiendo una jornada de trabajo de sol a sol, didividas en dos medias jornadas equivalentes en cualquier época del año. Sin embargo aún pasarán varias décadas para conseguir llegar a controlar la división del día en 24 horas.
El nuevo tiempo ya no es divino y propio de Dios, sino que pasa a pertenecer al hombre que tiene el deber de administrarlo y utilizarlo con sabiduría. La utilización de sistemas de medición del tiempo fue fundamental para el desarrollo de las diversas actividades del tiempo a través de los relojes instalados en las torres de las iglesias y de los ayuntamientos.
La respuesta a los nuevos tiempos nos la da el reloj mecánico europeo; documentado en torno al 1300, que sustituirá a los anteriores sistemas.
El primer reloj mecánico, más antiguo que ha llegado hasta nuestros días es el de la catedral de Salisbury en Inglaterra, del año 1386. Durante los siglos XIV y XV aparecen relojes mecánicos en muchas ciudades de Alemania, Francia e Inglaterra. En Italia, fue Milán la primera en instalar en la torre del campanario el reloj mecánico.
Fue el rey Carlos V de Francia quien mandó colocar en la torre de la Cité de París el primer reloj público. Este reloj aún se conserva, al igual que el de Praga, uno de los más famosos de Europa. Se trata de un reloj astronómico, denominado “Orloj”, que fue realizado alrededor de 1486 por Nicholas de Kadan y Jan Sindel.
El hecho de tener este tipo de relojes provocó que naciera el nuevo oficio de RELOJERO que fue tan relevante en la ciudad de Colonia que disponía de su propio gremio.
En reloj de la Catedral de Cuenca se desconoce el momento de su colocación (sobre el siglo XVI) y el de su autor. Se tiene conocimiento de los relojeros que lo asistieron por los apuntes en el libro de fábrica de la Catedral. Es un reloj con calendario lunar, indicando gráficamente las fases de la Luna. El primer relojero que atiende el reloj data del año 1547 por lo que probablemente fuera por esas fechas cuando fue instalado en la Catedral.
Los relojeros que en ella se nombran son los siguientes:
Alonso Beltrán (el viejo) fue relojero de la catedral de 1547 a 1574, percibía por ello un salario de 3000 maravedíes y 18 fanegas de trigo al año.
En 1554 se le paga su salario de relojero de la catedral y a demás 50 ducados a cuenta del reloj que estaba haciendo (ACC, Libro de fábrica, 1548.1790, fols. 66v, 67c).
Francisco Beltrán obtiene el nombramiento de relojero a la muerte de Alonso Beltrán, en 1575 hasta 1613, con un salario de 3000 maravedíes y 18 fanegas de trigo al año. A partir de 1605 le aumentan el salario a 5000 maravedíes.
Francisco Beltrán era cerrajero, herrero y relojero, desde que en 1575 obtuvo el nombramiento su actividad en la catedral se centraba principalmente en el cuidado del reloj y en todo lo relacionado con las albores del hierro, también hay que destacar la fabricación de cohetes que desde 1585 se lanzaban en la fiesta del Corpus Chisti. A demás participó en la construcción del chapitel de la torre de las Campanas, cuya traza había realizado el arquitecto conquense Francisco de Mora, fallecido en 1613.
En 1609 se le pagan a Francisco Beltrán la cantidad de 3264 maravedíes por ocuparse de aderezar y hacer ciertas piezas que le faltaban al reloj.
En 1610 se hace efectiva la subida de su salario que años atrás los señores capitulares habían acordado. También se anota que recibe ayuda para reparar el reloj de un oficial de Pedro Arenas.
En 1613 se notifica el fallecimiento de Francisco Beltrán, recayendo el nombramiento en Pedro de Arenas. En ese mismo año de 1613 le sucede de relojero, Pedro de Arenas que cobraría un salario de 5000 maravedíes y 18 fanegas de trigo anuales.
Pedro de Arenas, además de la labor de relojero, ejecutó una serie de trabajos. En 1617 realiza unas lenguas para las campanas de la catedral que le obligan a viajar a Tragacete. En 1618 fabrica llaves para la puerta principal del claustro y las de una alacena que el entallador Juan del Villar había hecho para los libros (Mª Luz Rokiski Lázaro, “Las rejas de la catedral de Cuenca en la primera mitad del siglo XVII).
Pedro de Arenas cobra su último salario en 1644 al morir ese año.
Algunos personajes acaudalados del siglo XVI y gente de la aristocracia presumían de tener un reloj en su domicilio, aunque no dejaba de ser una rareza eran considerados más un juguete que un instrumento de precisión. Es un hecho que el pueblo del Renacimiento, a pesar de los avances técnicos en cuestiones de cálculo del tiempo, sigue rigiendo su vida diaria por las campanas, han de pasar algunos años más para contar su tiempo de forma natural.
Con relación a la torre de MANGANA que alberga el reloj de la ciudad de Cuenca, cuenta Cabeza de Vaca que emergía entre un abigarrado conjunto de casas, a partir del siglo XVI, una torre de piedra edificada con la exclusividad de situar en ella el reloj. En las crónicas de este siglo encontramos que el reloj era propiedad de Hernando de Montemayor, regidor de la ciudad, el cual cansado de soportar sobre su cabeza el constante ruido de la maquinaria, hizo construir la torre. La obra fue ejecutada por Juan Andrea Rodi, según demuestra Elena Lázaro en su artículo, cuyo título es “Historia del reloj de la ciudad”. Gracias a este hecho la ciudad de Cuenca tuvo su reloj público, que en la actualidad sigue manteniendo el nombre de Torre de Mangana.