Festividad de la Virgen
de Lourdes, 11 de febrero.
Durante la aparición del 21 de febrero, en unos instantes, pareció que la mirada de la Virgen iba recorriendo toda la tierra, y
deteniéndose por fin en Bernardita, manifestó profunda pena. Conmovida la niña
le preguntó: “Qué tenéis, Señora? ¿Qué haremos?” “Rogad por los pecadores”,
contestó la Virgen.
El día 22, intimidado el padre de Bernardita por las
amenazas del comisario de policía, prohibió a su hija que fuese a la Gruta.
Obedeció la niña a pesar de la pena que tal mandato le causaba, pero después del mediodía,
no pudiendo resistir al impuso que hacia la Gruta la arrastraba, acudió ella.
Arrodillándose como de costumbre se puso a rezar, pero la Señora no apareció.
Regresó a su casa presa del mayor desconsuelo, y el padre, apenado de verla tan
afligida le levantó la prohibición.
A la mañana siguiente, reapareció la esplendente visión
llena de belleza y atractivos, confió un secreto a la niña y le dijo después: “Ve
a decir al señor Párroco que quiero me edifiquen aquí una capilla”.
El señor Peyramale recibió el celestial mensaje con interna emoción,
pero respondió a la niña con acento de autoridad que no tenía por qué creer en
sus palabras. “Antes de ocuparse de lo que la Señora desea, he de saber qué
derechos tiene para dar tales órdenes: pídele alguna señal de su poder”.
Deseaba el señor Peyramale que el rosal silvestre de la Gruta floreciese en
febrero y según se verá, la Virgen se mostró ampliamente generosa.
Durante la aparición del 24 de febrero, se adelantó
Bernardita hacia el interior de la Gruta caminando de rodillas, y por tres
veces repitió la palabra “¡Penitencia!, ¡Penitencia!,
¡Penitencia!” Es que la Virgen también las decía y pedía por segunda vez
que se rogase por los pecadores.
Al siguiente día confió la Virgen otro secreto a Bernardita,
tras de lo cual permaneció largo rato silenciosa y luego dijo: “Vete a beber y
lavarte en la fuente, y come de la hierba que crece cerca de ella”. Se dirigió
la niña al Gave para cumplir la orden, pero la Virgen le dijo: “No vayas allí,
no te he dicho que bebas en el río Gave, ven a la fuente que está aquí”. Y
mostraba con la mano el rincón de la Gruta.
Bernardita escarbó la tierra con la mano hasta formar un
pequeño hoyo, que empezó a humedecerse y se llenó de agua turbia. Venciendo su
repugnancia bebió de ella y comió de la hierba que allí cerca crecía. (Era todo
ello figurativo de la penitencia a que invitaba la Virgen a los pecadores).
Al día siguiente brotaba un chorro como un dedo y era el
agua limpísima. Un mes más tarde deba aquella fuente cien mil litros diarios.
En el mundo entero se conocen ya las maravillas que ha
obrado y obra incesantemente el agua milagrosa de Lourdes, y ni la medicina, ni
la química han podido descubrir agente alguno natural al que puedan atribuirle tan numerosos y
estupendos prodigios.
Uno de los primeros favorecidos fue Luis Bourriette, cantero
de Lourdes. Hacía unos veinte años que Bourriette había recibido graves heridas
en la cara por la explosión de una mina. Iba perdiendo poco a poco el ojo
derecho y en el momento a que nos referimos no distinguía con dicho ojo un
hombre de un árbol. Cuando supo que en la Gruta de Lourdes había brotado el
agua milagrosa dijo a su hija: “Vete a traerme del agua de la Gruta. Si es la
Santísima Virgen la que la ha hecho brotar, le basta quererlo para que con ella
me cure”. En cuanto se lavó el ojo enfermo con el agua milagrosa, dio un grito de gozo, porque
parecía que el aire se iluminaba a su alrededor, veía, estaba curado.
Poco después se encontró en una calle de Lourdes con el
médico que le había asistido desde los comienzos de su desgracia. “Ya estoy
curado –le dijo al verlo- replicó el médico –tiene usted una lesión orgánica
que imposibilita en absoluto su curación”.
Y para comprobar lo que decía, arrancó el doctor una hoja de
su agenda, escribió en ella algunas palabras con lápiz, tapó con una mano el
ojo izquierdo de Bourriette, y le dijo con acento de triunfo: “Si puede usted
leer esto, le creeré”. Bourriette, con el otro ojo hasta entonces inservible,
leyó sin vacilaciones: “Bourriette tiene una maurosis incurable, jamás se
curará de ella”.
“Eso es un milagro –exclamó el doctor estupefacto- es un
verdadero milagro, mal que nos pese a mí y a la Facultad de Medicina. La verdad
es que no me da ningún gusto, pero hay que someterse a la voz imperiosa de un
hecho tan evidente y tan por encima de cuanto alcanza la pobre ciencia humana”.
Esa curación tuvo enorme resonancia en toda la comarca.
Pronto se siguieron nuevos prodigios. Por virtud del agua milagrosa, María
Daube, Bernarda Soubie, Fabián Barón, se levantaron repentinamente del lecho
del dolor donde llevaban una porción de años agarrotados por enfermedades reconocidas
como incurables.
El 2 de marzo llevó a Bernardita al señor Párroco otro
mensaje de parte de la Virgen: “Quiere la Señora que se le construya una
iglesia y que vayan en procesión a la Gruta”. Contestó el Párroco que lo
pondría en conocimiento del señor Obispo a quien correspondía dictaminar en el
asunto. En el ínterin, la Reina del cielo multiplicaba los prodigios. El 4 de
marzo por la tarde, en la pobre morada de los esposos Bouhohorts, se moría de
fiebre lenta un niño de dos años,
siempre enfermizo y mal constituido. El padre al ver los ojos vidriosos y la
inmovilidad de los miembros y que ya no respiraba dijo a su mujer: “Ha muerto”.
“No ha muerto- replicó la madre- la Santísima Virgen de la Gruta me lo va a
curar”. Y cogiendo de la cuna el cuerpo inerte de su hijo, corrió a la Gruta y
lo zambulló por completo menos la cabeza en el agua.
Los que presenciaron la acción tan temeraria lanzaron un
grito de espanto y murmuraban indignados: “Esta mujer está loca”. “Quiere usted
matar a su hijo”- le preguntaban todos.
“El niño está ya muerto- decía algunos. Déjenla en paz,
que es una madre perturbada por el dolor”.
Al cabo de un cuarto de hora, sacó la madre a su hijo del
agua y volvió con él a su casa. A la noche siguiente durmió apaciblemente, tomó
alimento por la mañana y manifestó deseos de levantarse. Al otro día cuando la
madre acudió a ver a su hijo, halló la cuna vacía. El niño se había levantado y
andado por el cuarto trasteando gozoso y lleno de vida. -“Cuidado que vas a
caerte” – le gritó la madre asustada-. Pero no se cayó, sino que con paso firme
fue a echarse en brazos de su madre, que le estrechó llorando de alegría.
El 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Santísima
Virgen, Bernardita preguntó por cuarta vez:
-¡Oh Señora mía!, ¡decidme , os lo
ruego, quién sois y cómo os llamáis!”. Entonces la Virgen, colgó el blanco
rosario en el brazo derecho, extendió las manos hacia la tierra como para
derramar sobre ella sus bendiciones, y con voz clara y llena de ternura y
gratitud dijo mirando al cielo: -“Soy la Inmaculada Concepción” y desapareció la
visión.
Ya no vio Bernardita más que la rosa para siempre célebre de
Massabielle, y a su alrededor la ingente multitud que la contemplaba ávida de
sus novedades que debía dar la niña privilegiada, y primicias de las que de
todos los pueblos y naciones habían acudir a aquel santificado lugar por la
presencia de la Virgen.
Bernardita se hizo religiosa y tomó el nombre de María
Bernarda. Murió santamente en el convento de Nevers el 6 de abril de 1879 y fue
canonizada por Pío XI en 1933.
Publicado en Cuenca, 11 de febrero de 2018.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador
histórico.