El valor de una ciudad se lo dan sus habitantes
El otoño ha comenzado, las hojas
de los chopos se tornan de oro dejando a cada minuto una alfombra de color
amarillo y ocre, el día se acorta y la melancolía se adueña de los corazones.
Ha trascurrido más de un siglo desde el hundimiento de la torre del Giraldo y
desde ese fatídico 13 de abril de 1902 la Catedral ha enmudecido, ya no se
escucha el ronco sonido de la “Santa María” y “San Julián”, ni el más leve de
esquilones y cimbalillos; ya no suena la “Santa Bárbara” ni la del reloj, que
iba lentamente desgranando sus horas. Callaron sus ecos, mucho tiempo ha, y hoy
arrinconadas boca abajo en cualquier rincón, rememoran aquellos tiempos en que,
suspendidas en las alturas, llamaban a los fieles con sus voces bronceadas a
los actos litúrgicos de la comunidad cristiana. Contaban quienes las oyeron que
en la hora prima las campanas de la Catedral con su voz ronca, honda, grave y
majestuosa, desparramaba sobre la ciudad sus notas como pedriscos del sonido
que llegaban al corazón de cada casa conquense para implorar a Dios que no cesara
nunca sus sones de paz y cristiandad y les concediera la gloria eterna.
Torre de San Gil |
Es el lenguaje de las torres el
sonido de sus campanas; si éstas faltan, aquéllas perdieron algo de lo que es
su vida, la expresión del por qué y para qué de su existencia. Las torres de
las antiguas iglesias de San Miguel, San Andrés, Sto. Domingo y San Gil. San
Gil: ”Jardín de los Poetas” convertido en nido de ruinas inhábiles por la
dejadez de nuestro ayuntamiento, ni siquiera la voz de nuestros poetas pueden
resonar en su recinto, años de parsimonia y falsas promesas que viene acallando
la voz poética de un barrio que añora sus tiempos de esplendor como esas noches
de poetas, bajo la torre de San Gil, en los albores de mi alumbramiento. El
domingo 9 de septiembre de 1956, se homenajeaba a D. Luis Astrana Marín. Noche
en la que intervinieron con sus poemas: Eduardo de la Rica, Andrés Vaca Page,
D. Miguel Valdevieso, el Padre Carlos de la Rica, Mauricio Monsuares y Federico
Muelas; viniendo a coronar la noche la poetisa, Acacia Uceta, con un excelente
poema. El Sr. Alcalde cerró la velada. Afirma el cronista que ese día se dejó
muchas ideas claras sobre Cuenca y flotaba en el aire sosegado de la noche la
emoción y la renovación de los votos de que éste lugar fuera para siempre
recinto de poesía y amor por Cuenca, promesas truncadas en nuestro tiempo.
Torre de la Iglesia de San Miguel |
Torre de la Iglesia de San Andrés |
Pues bien, estos gigantes, actualmente
son torres mudas que muestran sus desnudos ventanales al viento, cual cuencas
vacías en ojos ciegos. Perdieron sus campanas, su medio de expresión, su culto y
poco a poco van perdiendo su vida. Hoy todavía las vemos enhiestas. Si el
silencio de la Catedral se rompiera y pudiéramos escuchar el sonido de una tan
sola de sus campanas os aseguro que nos acordaríamos más de ella y se
estremecerían nuestros corazones al conjuro de su vieja voz.
Nostalgia otoñal, sí me hubiera
gustado escuchar cómo cantaban las campanas de nuestra Catedral. El otoño aviva
la melancolía en nuestro interior, tal vez sea por eso que piense que quizás
mis ojos se cierren antes de que pueda oírlas; no sé cómo eran, ni si aún
existen; las únicas referencias que de ellas tengo son las que pude leer en
Muñoz y Soliva.
Torre de San Juan |
¿Cuántas campanas había en la
torre y cómo las llamaban? Abramos los legajos de los archivos y exploremos su
nacimiento: Allá por el año 1674, se fundieron seis campanas para nuestra
Catedral. Fueron sus artífices Agustín de Arena y su hijo Juan, vecinos de
Teruel, y Antonio de la Puente Montecillo. Las dos campanas mayores llevaban
por nombre “Santa María” y “San Julián”, de cuarenta y seis y medio quintales
(4.605Kg.), y treinta y cuatro quintales (3.400kg.) de peso; seguían el
esquilón, llamado “San Salvador” de cuarenta y cuatro arrobas (506kg.) y “San
Pedro y San Pablo” con cuarenta arrobas (460kg.); después los cimbalillos: “San
Mateo” de diez arrobas (115kg.) y “Santa María” de ocho arrobas (92kg.). Posteriormente,
se fundieron la “Santa Bárbara” y la campana del reloj.
Por su feliz colocación y
terminación de la torre, se festejó con la suelta de toros enmaromados;
diversión ésta a la que somos muy aficionados los conquenses. Para terminar
esta reseña histórica desear que se den los pasos precisos para activar la
reconstrucción de nuestra torre del Giraldo y que podamos oír el sonido de su
voz como lo hicieran nuestros abuelos y antepasados.
Torre de Santo Domingo |
Cuenca, 29 de septiembre de 2014
José María Rodríguez González.
Profesor e Investigador Histórico
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