15 de agosto, festividad de la
Asunción de María en cuerpo y alma.
Tuvo que esperar veinte siglos
para que fuera declarado Dogma la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y
alma a los cielos y fue el 1 de noviembre de 1950 el Papa Pio XII quien lo hizo
desde el atrio exterior de San Pedro en Roma, rodeado de treinta y seis cardenales
y quinientos cincuenta y cinco entre Patriarcas, Arzobispos y Obispos. La plaza
del Vaticano estaba tomada por una muchedumbre de más de un millón de fieles
que aclamaban entusiasmados el dogma mariano.
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Asunción de María. Catedral de Cuenca |
La muerte es parte de la vida
como condición de nuestra naturaleza. Como decía el Papa Benedicto XIV, en este
aspecto Jesús y María, en virtud a la naturaleza humana a la que pertenecían,
estaban sometidos a la muerte y así como la carne santísima de Cristo no podía corromperse
en el sepulcro, saliendo viva de él al tercer día, del mismo modo la carne
inmaculada de María convenía que saliera del sepulcro para honra de su Hijo.
Los teólogos de hoy en día afirman que debió de ser así para asemejarse más al
proceso que siguió su Hijo.
Desde el siglo VI se comenzó a
celebrar en Oriente la festividad de la Dormición de la Virgen, fue un modo de
expresar el tránsito que experimentó María. Se dice que en vez de ser una
muerte fue más un sueño que sirvió de paso para dejar la Tierra.
A partir del siglo IV y V los
escritos hallados describen detalles sobre la Dormición y la Asunción de la
Virgen, basados en algunos relatos remontándose al siglo II.
Hoy cogiendo el libro de las
Festividades del año Litúrgico de principios del siglo XX he buscado el relato
que hace sobre los hechos: Muerte de María Santísima, Funerales de María y de
su Asunción a los cielos. Intentaré resumir su contenido entresacando lo más
significativo del relato para no hacerlo demasiado extenso:
“Los evangelios nos enseñan que
al morir Jesús en la Cruz, legó su Madre al discípulo amado, Juan: “Madre ahí tienes a tu hijo” y dirigiéndose
a Juan “Ahí tienes a tu Madre” (Jn.
19, 26-27) y a partir de ese momento el discípulo la recibió en su casa. María
se retiró a la casa de Juan cuyo emplazamiento se muestra a los peregrinos, en
el monte de Sión. Según los estudiosos y las tradiciones antiguas, María vivió
con Juan hasta la edad de 72 años.
La tradición nos cuenta los
últimos momentos de María y hay que considerarlos como históricamente verídicos,
confirmados por los monumentos que se conservan en Jerusalén.
Fue enviado el ángel San Gabriel
y saludándola respetuosamente le dijo: recibe la bendición del Salvador de
Israel. Te traigo del cielo, oh soberana mía, esta palma que precederá a tus
sagrados despojos, cuando dentro de tres días tu alma se separe del cuerpo,
porque el Hijo aguarda ya a su Venerable Madre”. Respondió María: “Yo te suplico el favor de ver aquí reunidos,
una vez más, a los Apóstoles de mi Hijo
y de ser amortajada por ellos”. Respondiendo el ángel: “Hoy mismo vendrán los Apóstoles traídos aquí
por ministerio de los Ángeles para ser testigos de tu gloria”. Dichas las
palabras el Ángel voló al cielo dejando la habitación bañada en claridad
celestial.
Juan estaba predicando en Éfeso,
de momento se oyó un gran trueno y arrebatado por una nube resplandeciente se
vió trasportado hasta el monte Sión, junto a la morada de la Virgen. María le
contó a Juan lo sucedido indicándole que la palma entregada por el Arcángel
debería presidir la comitiva de su féretro. Juan exclamó entonces: “Pluguiese a
Dios que todos los Apóstoles mis hermanos estuviesen ahora aquí presentes”.
Mientras así hablaba he aquí que los Apóstoles y algunos discípulos (1*) que a
la sazón predicaban en las regiones más apartadas del globo, transportados por
modo maravilloso se encontraron reunidos
junto a la casa de María, no sabiendo el por qué de los hechos Juan les anunció
que se acercaba ya los últimos momentos de vida de María y les recomendó que no
llorasen.
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Asunción de María
Reja de la Capilla que lleva su nombre
Catedral de Cuenca |
Increíble fue el gozo
de la Virgen cuando vió en su rededor aquella santa compañía, y luego
dando gracias a Dios por aquel incomparable beneficio, con rostro grave y
sereno les manifestó el deseo que ella había tenido de partir de esta vida
viéndolos de nuevo. Recostándose en su humilde cama y mirándolos a todos con
ternura les echó su bendición.
El cuerpo de María fue llevado en
procesión al Valle de Josafat, a un sepulcro nuevo, guardando el cuerpo durante
tres días. En su recorrido desde el monte Sión hasta el valle de Josafat el
Señor cubrió el féretro y a los que lo llevaban
con una nube luminosa, de forma que se oía su voz, pero no se los veía.
Los ángeles mezclaron sus voces con las de los Apóstoles y en el monte de Sión
resonaron conciertos de maravillosa armonía.
Al tercer día en la hora tercia
de la noche apareció el mismo Jesús, rodeado de todos los órdenes de los
Ángeles de la Asamblea de los Patriarcas, del ejército de los Mártires y de los
coros de los Confesores y de las Vírgenes.
Enseguida se inició el ascenso
desde el sepulcro hasta el trono de la Santísima Trinidad, precedida y acompañada
por todas las innumerables coros de espíritus angélicos, iba la Virgen
recostada sobre su Hijo, por cuya virtud subía por los aires con gran velocidad
recibiendo en su tránsito los obsequios de todas las criaturas, aclamándola con
místico entusiasmo”.
Así es relatado y así lo cuento,
para la mayor gloria de Dios
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(1*) San Dionisio Areopagita, que
estaba presente junto con su maestro Heroteo y relata este hecho, nombra a
Pedro jefe de la Iglesia, a Santiago, primo hermano del Señor, a los otros príncipes
de la jerarquía y a otros muchos discípulos de los Apóstoles.
Cuenca, 15 de agosto de 2016
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.