miércoles, 10 de agosto de 2016

Dormición y Asunción de María



15 de agosto, festividad de la Asunción de María en cuerpo y alma.


Tuvo que esperar veinte siglos para que fuera declarado Dogma la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma a los cielos y fue el 1 de noviembre de 1950 el Papa Pio XII quien lo hizo desde el atrio exterior de San Pedro en Roma, rodeado de treinta y seis cardenales y quinientos cincuenta y cinco entre Patriarcas, Arzobispos y Obispos. La plaza del Vaticano estaba tomada por una muchedumbre de más de un millón de fieles que aclamaban entusiasmados el dogma mariano.
Asunción de María. Catedral de Cuenca

La muerte es parte de la vida como condición de nuestra naturaleza. Como decía el Papa Benedicto XIV, en este aspecto Jesús y María, en virtud a la naturaleza humana a la que pertenecían, estaban sometidos a la muerte y así como la carne santísima de Cristo no podía corromperse en el sepulcro, saliendo viva de él al tercer día, del mismo modo la carne inmaculada de María convenía que saliera del sepulcro para honra de su Hijo. Los teólogos de hoy en día afirman que debió de ser así para asemejarse más al proceso que siguió su Hijo.

Desde el siglo VI se comenzó a celebrar en Oriente la festividad de la Dormición de la Virgen, fue un modo de expresar el tránsito que experimentó María. Se dice que en vez de ser una muerte fue más un sueño que sirvió de paso para dejar la Tierra.

A partir del siglo IV y V los escritos hallados describen detalles sobre la Dormición y la Asunción de la Virgen, basados en algunos relatos remontándose al siglo II.

Hoy cogiendo el libro de las Festividades del año Litúrgico de principios del siglo XX he buscado el relato que hace sobre los hechos: Muerte de María Santísima, Funerales de María y de su Asunción a los cielos. Intentaré resumir su contenido entresacando lo más significativo del relato para no hacerlo demasiado extenso:

“Los evangelios nos enseñan que al morir Jesús en la Cruz, legó su Madre al discípulo amado, Juan: “Madre ahí tienes a tu hijo” y dirigiéndose a Juan “Ahí tienes a tu Madre” (Jn. 19, 26-27) y a partir de ese momento el discípulo la recibió en su casa. María se retiró a la casa de Juan cuyo emplazamiento se muestra a los peregrinos, en el monte de Sión. Según los estudiosos y las tradiciones antiguas, María vivió con Juan hasta la edad de 72 años.
La tradición nos cuenta los últimos momentos de María y hay que considerarlos como históricamente verídicos, confirmados por los monumentos que se conservan en Jerusalén.

Fue enviado el ángel San Gabriel y saludándola respetuosamente le dijo: recibe la bendición del Salvador de Israel. Te traigo del cielo, oh soberana mía, esta palma que precederá a tus sagrados despojos, cuando dentro de tres días tu alma se separe del cuerpo, porque el Hijo aguarda ya a su Venerable Madre”. Respondió María: “Yo te suplico el favor de ver aquí reunidos, una vez más, a los Apóstoles de mi Hijo  y de ser amortajada por ellos”. Respondiendo el ángel: “Hoy mismo vendrán los Apóstoles traídos aquí por ministerio de los Ángeles para ser testigos de tu gloria”. Dichas las palabras el Ángel voló al cielo dejando la habitación bañada en claridad celestial.

Juan estaba predicando en Éfeso, de momento se oyó un gran trueno y arrebatado por una nube resplandeciente se vió trasportado hasta el monte Sión, junto a la morada de la Virgen. María le contó a Juan lo sucedido indicándole que la palma entregada por el Arcángel debería presidir la comitiva de su féretro. Juan exclamó entonces: “Pluguiese a Dios que todos los Apóstoles mis hermanos estuviesen ahora aquí presentes”. Mientras así hablaba he aquí que los Apóstoles y algunos discípulos (1*) que a la sazón predicaban en las regiones más apartadas del globo, transportados por modo maravilloso  se encontraron reunidos junto a la casa de María, no sabiendo el por qué de los hechos Juan les anunció que se acercaba ya los últimos momentos de vida de María y les recomendó que no llorasen.
Asunción de María
 Reja de la Capilla que lleva su nombre
Catedral de Cuenca

Increíble  fue el gozo  de la Virgen cuando vió en su rededor aquella santa compañía, y luego dando gracias a Dios por aquel incomparable beneficio, con rostro grave y sereno les manifestó el deseo que ella había tenido de partir de esta vida viéndolos de nuevo. Recostándose en su humilde cama y mirándolos a todos con ternura les echó su bendición.

El cuerpo de María fue llevado en procesión al Valle de Josafat, a un sepulcro nuevo, guardando el cuerpo durante tres días. En su recorrido desde el monte Sión hasta el valle de Josafat el Señor cubrió el féretro y a los que lo llevaban  con una nube luminosa, de forma que se oía su voz, pero no se los veía. Los ángeles mezclaron sus voces con las de los Apóstoles y en el monte de Sión resonaron conciertos de maravillosa armonía.

Al tercer día en la hora tercia de la noche apareció el mismo Jesús, rodeado de todos los órdenes de los Ángeles de la Asamblea de los Patriarcas, del ejército de los Mártires y de los coros de los Confesores y de las Vírgenes.    

Enseguida se inició el ascenso desde el sepulcro hasta el trono de la Santísima Trinidad, precedida y acompañada por todas las innumerables coros de espíritus angélicos, iba la Virgen recostada sobre su Hijo, por cuya virtud subía por los aires con gran velocidad recibiendo en su tránsito los obsequios de todas las criaturas, aclamándola con místico entusiasmo”.

Así es relatado y así lo cuento, para la mayor gloria de Dios

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(1*) San Dionisio Areopagita, que estaba presente junto con su maestro Heroteo y relata este hecho, nombra a Pedro jefe de la Iglesia, a Santiago, primo hermano del Señor, a los otros príncipes de la jerarquía y a otros muchos discípulos de los Apóstoles.

Cuenca, 15 de agosto de 2016

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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