La rebelión de los
conquenses por su Patrón San Julián
La población de Cuenca es gente
pacífica y conformista, como así se aprecia en su historia, pero hubo algunas
ocasiones que hicieron a los conquenses salir de este letargo conformista. Uno
de ellos fue el motín conocido con el nombre del “Tío Corujo” provocado por la
subida del precio del pan.
Escudo de Cuenca San Julián el Tranquilo |
Anteriormente a lo expuesto, en
el año 1518, corrió el bulo por la ciudad de que los burgaleses querían robar
el cuerpo de San Julián. Tal convicción tuvo que los conquenses llegaron a
pensar que se habían llevado realmente el cuerpo de San Julián, ello hizo que
armados de hoces, palos, piedras y un sinfín de objetos y herramientas
punzantes se amotinaron ante el Corregidor y el Obispo de la ciudad,
solicitando a toda costa ver el cuerpo del Santo. No hubo otra manera de
apaciguar a la multitud que prometerles la exposición a público el cuerpo de San
Julián para que se pudiera verificar los hechos.
Hasta ese momento los restos de
San Julián estaban depositados a los pies del altar de Santa Águeda, adosado a
la columna derecha del crucero. La devoción despertada en el pueblo conquense
por su Patrón, a consecuencia de los maravillosos hechos milagrosos del San
Julián, se convirtió en obsesión por tener una reliquia que les protegiera de
cualquier eventualidad malsana, llevando a los devotos a arrancar astillas de
la caja del sepulcro del Santo, quedando al descubierto, por un gran agujero,
los restos de San Julián.
Ambos hechos llevaron a ofrecer
una ubicación más segura a los restos de San Julián, una vez que la población
se apaciguara, al comprobar que el cuerpo de Santo Patrón continuaba en la
ciudad y no había sido sustraído por nadie.
Para la realización y
cumplimiento de tal promesa hecha al pueblo, el cabildo comisionó a Don Eustaquio Muñoz y a Don Gómez Carrillo de
Albornoz, canónigos y este último Tesorero, que junto a los Licenciados Don
Pedro de los Ríos y Don Juan Yañez, de los inquisidores y de muchas otras
personas, como el Escribano y varios testigos, bajo la presencia del Obispo Don
Juan Tapia, vicario del Obispo de Cuenca, Don Rafael Galeote Riario, que
residía en Roma; procedieron en la noche del domingo 17 de enero de 1518, a
levantar la gran losa que cubría el sepulcro de San Julián, siendo separada un
palmo pudo observarse que allí seguía el cuerpo perfectamente conservado y con
las vestiduras intactas.
El viernes, 29 de enero de 1518
se procedió al descubierto y a la manifestación pública y veneración,
contemplándose con admiración y asombro la maravillosa conservación del cuerpo
de San Julián, que por su actitud de reposo e incorrupción parecía más bien
dormido que muerto, con las vestimentas pontificales tan bien conservadas, como
si acabaran de ponérselas. El día 1 de febrero se expuso al pueblo haciéndose
una solemne procesión quedando durante setenta días en la Capilla Mayor
protegido por las rejas hasta su definitiva ubicación.
Cuerpo de San Julián |
En el altar de Santa Águeda,
primer enterramiento del Santo Obispo. Por espacio de 311 años resplandeció con
innumerables milagros. Finalmente, en el año 1518, el cuerpo se colocó en el
lugar del altar de la Reliquia. Hacia el año 1590 el Obispo de Cuenca, Don Juan
Fernández Vadillo, restauró el altar de Santa Águeda colocando los cadáveres de
los Obispos Juan I, García III y Lupo IV en el lugar que ocupaba el de San
Julián.
La multitud de enfermos curados
milagrosamente por la intersección de San Julián, hizo que constantemente
llegasen gran número de enfermos a la Catedral de Cuenca en súplica y ruego de
exposición del Santo cuerpo, seguros que a su vista y contacto hallarían
remedio a sus dolencias.
Cuenca, 10 de enero de 2017 - José
María Rodríguez González.
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