martes, 5 de marzo de 2019

Costumbres en el Miércoles de Ceniza


La imposición de la ceniza y el ayuno.
En el siglo XV y XVI subsistían aún en algunas comarcas extraños vestigios de antiguas disciplinas.
Cuentan varios cronistas, que en Alberstad (Halberstadt, Sajonia, Alemania) y en otros puntos, cada año se nombraba en ese día a quien se consideraba como el mayor pecador de la localidad; se le vestía de luto y se le tapaba enteramente la cabeza. Así le llevaban a la iglesia como si se tratara de un reo que va al cadalso. Al terminar la función religiosa, se le arrojaba del templo y se le mandaba que pasara toda la cuaresma en peregrinación incesante, descalzo y vestido de penitente. Debía descubrirse la cabeza al pasar por delante de la iglesia y dar vueltas alrededor de ella, pero no podía entrar ni hablar con nadie.

Cada día le invitan a comer en cosa distinta y debía comer aquello que le pusieran. El día entero debía pasarlo caminando y para dormir debía hacerlo en alguna plaza pública o pajar si el tiempo era adverso. Esta práctica duraba desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo, en cuyo día le acompañan a la iglesia obteniendo la absolución y se le entrega buena suma de dinero, fruto de las limosnas que para él habían dado los fieles. Este dinero pasaría posteriormente a la iglesia. Este personaje siniestro era el encargado de expilar los pecados de toda la comunidad y se le llamaba Adán.

En el siglo IX, los griegos anticipaban la cuaresma una semana, para ayunar exactamente cuarenta días como Jesucristo. Por entonces advirtieron al resto de la cristiandad que la Cuaresma de seis semanas que ellos guardaban, no contaba, excluyendo los domingos, sino treinta y seis días de ayuno. Por devoción y también por condescendencia con sus hermanos orientales, anticiparon cuatro días el ayuno cuaresmal, por lo que le correspondió empezar el miércoles después del domingo de Quincuagésima. La ceremonia de imposición de ceniza se trasladó a dicho día, llamado desde entonces Miércoles de Ceniza.
Al cesar la disciplina de la penitencia canónica, se mantuvo no obstante el rito de la imposición de la ceniza. Hacía largo tiempo que muchos fieles se sometían de por sí, a dicha ceremonia; presentándose también como pecadores y se juntaban con los penitentes públicos por devoción. Aún pasado el siglo XI perduró esta costumbre.

Con esto se llegó al rito actual, en el que no se echa de la iglesia a ningún pecador, sino que todos los fieles, juntos con los mismos sentimientos de humildad, presentan su frente al sacerdote para que trace en ella la señal de la cruz con ceniza, al tiempo que les dice estas palabras: Acuérdate, oh hombre, que eres polvo y que en polvo te convertirás.
Antiguamente los fieles se acercaban descalzos a recibir este símbolo de la nada del hombre; aún en el siglo XII, el Papa y los cardenales que le acompañaban recorrían descalzos el camino que hay desde la iglesia de Santa Anastasia hasta la de Santa Sabina, desde el pie del monte Aventino hasta su cumbre.

La Iglesia aflojó este rigor exterior, teniendo en cuenta desde luego con los sentimientos de humildad y deseos de penitencia que una ceremonia tan importante debe despertar en nuestros corazones. ¿Asistimos fielmente, como desea la Santa Iglesia, a la conmovedora ceremonia de la imposición de la ceniza? ¿Sentimos por ventura en nuestra alma, al recibir este símbolo de penitencia, el arrepentimiento del Rey David, la humildad del santo Job, la contrición de los ninivitas?
Tomemos hoy la resolución de llevar en la Cuaresma, más que de costumbre, vida de oración, penitencia y cristiana piedad, oyendo así la vos de nuestra Madre la Santa Iglesia que nos invita a la práctica del recogimiento y de la mortificación.

Cuenca 6 de marzo de 2019.

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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