Monsieur
Vicent, el gran santo de la caridad en la Francia de Luis XIII, el más popular
y simpático de los hombres de su tiempo. Popular y simpático porque a simple
vista su acción parece más amplia y humanitaria: mientras los demás discuten y
riñen con jansenistas, protestantes y libertinos incrédulos, él tiendo una mano
a los necesitados, a los pobre, a los galeotes, a los más desamparados de
Francia.
Todo eso es
verdad, pero conlleva cierto equívoco. La Fama moderna de Monsieur Vicent se
debe, por ejemplo a dos circunstancias ajenas a él: la célebre sociedad caritativa
de seglares que lleva su nombre, fundada por Ozanam en siglo pasado, y una película
de los años cuarenta en la que el santo aparece en su forma más laica imaginable,
entregado a los demás, pero casi sin que se mencione a Dios.
A los ojos de
hoy la caridad sólo está bien vista como beneficencia, si es que ésta no se
repudia a favor de la lucha de clases. Pero para San Vicente (por algo era
cristiano) la caridad se asentaba necesariamente en la verdad –la Iglesia y la
doctrina de Jesucristo-, y abarcaba una doble acción, primero espiritual y
luego material. Socorrer a los necesitados, pero evangelizándoles, ser
compasivo con todos pero hablándoles de Dios.
Esta caridad
interesa, la única concebible para el santo, con su orden de prioridades –primero
lo espiritual, luego todo lo demás-, informa las dos fundaciones de San Vicente
y llena toda su labor de afanes de salvación que no son más que las
bienaventuranzas puertas en práctica.
Estará rodeado
de gigantes de la espiritualidad, hombres brillantes e inteligentísimos, unos
ortodoxos, otros heréticos, él será siempre un campesino gascón rústico y
desmañado que se consume en la tarea de asistir al prójimo en el alma y en el
cuerpo, dando pan y vida eterna con una sonrisa inmoral por la que aun le
recordamos.
Cuenca, 27 de
septiembre de 2019 y el 27 de septiembre de 2023.
José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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