Una de esas
figuras tremendas y apasionadas del Antiguo Testamento en las que la santidad
se entrevera de violencia y caídas; no hay nada en él de la convencional imagen
del santo de peana, es un humanísimo pecador con mucha fe, y con su nombre se
resume la estirpe del Mesías, al que se llama hijo de David.
David de Miguel Ángel. |
“Fuerte y
valiente, hombre de guerra”, le describe el primer libro de Samuel. ¿Quién no
recuerda al héroe triunfante y juvenil que esculpieron Donatello, Miguel Ángel
y Bernini, el pastor que triunfa con su honda del gigante Goliat? Porque “con él está Yahvé”.
David de Donatello |
Desterrado por
celos del rey Saúl, elegido monarca por Judá, luego reina sobre todo Israel,
conquista Jerusalén, traslada el Arca de la Alianza, ante la que baila “como un
juglar” con alegría incontenible. Momento cenital de triunfo y gloria, con las
grandes promesas que le hace Dios.
David de Bernini. |
Pasan años,
ciego de pasión hace matar a su general Urías para casarse con Betsabé, el
profeta Natán le reprocha homicidio y adulterio, él se arrepiente, pero le
espera el dolor y el luto en sus hijos: incesto de Tamar y Amnón, rebelión y
muerte de Absalón, usurpación de Adomías.
Finalmente, el
gran rey, ya muy viejo, ni siquiera puede entrar en calor, y buscan por todo
Israel a una joven virgen, Abisag, para que le cuide y le sirva. El músico que
adormecía la tristeza de Saúl con el arpa, el instrumento cantor de los salmos,
lleno de pesadumbre y de frío, recuerda su trepidante vida, y se duerme en Dios
como si oyese una misteriosa música. Ahora la escena es un sombrío claroscuro
de Rembrandt, con una claridad que ilumina el alma.
Saúl y David de Rembrandt. |
Publicado en Cuenca, 29 de
diciembre de 2019 y el 29 de diciembre de 2023.
Por: José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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