San Antonio
nació en Qeman, al sur de Masr (Menfis), el año 251. Sus padres eran
cristianos, ricos y bien acomodados. Murieron muy pronto. Entre los 18 y 20
años, San Antonio sintió la vocación de la gracia. Le hizo cambiar en su
interior oyendo el Evangelio de San Mateo, donde dice: “Si quieres ser
perfecto, ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme” (Mt. 19, 16-22),
esto lo oyó un día en la asamblea de los cristianos.
San Antonio Abad |
Meditó, oró y
se puso a ejecutar lo que su corazón le indicaba. Primero aseguró el porvenir
de una hermana más pequeña, vendió todo lo sobrante, lo distribuyó entre los
más necesitados y se entregó a la vida de perfección bajo la sabia guía de un
viejo que vivía austeramente en el pueblo vecino al suyo.
Su noviciado
consistió en hacer oración, leer la Biblia, trabajar con sus manos. Sintiéndose
formado en la vida espiritual, se retiró a una oquedad excavado en la ladera de
una montaña.
San Antonio es
llamado “La estrella del desierto”, es el fundador del monacato, pero paradójicamente
también hombre de soledad absoluta, que se destina a la oración, al estudio, a
la penitencia y al trabajo manual para ganarse el sustento (trenzando hojas de
palma para hacer cestillos y esteras). Es el maestro de los anacoretas
Egipcios, y la tradición le ha hecho protector del ganado y de los animales
domésticos.
Se cuenta que
en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos, que estaban ciegos,
en actitud de súplica. San Antonio curó la ceguera de los animales y desde
entonces su madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que
se le acercaba.
Pero San
Antonio llevaba atrás, como todo hombre el bagaje de las inclinaciones humanas
y cuando menudearon las más terribles tentaciones, buscaba lugares más
solitarios para vivir, subsistiendo tan sólo con pan y agua, durmiendo dos o
tres horas por la noche. Y por mucho que se alejaba le asaltaban tentaciones
bestiales, asechanzas de temor o seducción, de lujuria o de orgullo, monstruos que
se le aparecían, insistentes visiones, poblando su soledad de serpientes, dragones,
formas de lascivia, centauros, larvas, sátiros, fieras inimaginables, toda la
teratología diabólica que el Bosco plasmó en sus cuadros.
Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad, óleo sobre tabla de roble, Lisboa, Museo Nacional de Arte Antiga |
Pero “los
rezos y las lágrimas purifican hasta lo más impuro”, y tras una nueva retirada
hasta el fin del desierto, cerca del mar Rojo (donde hoy un monasterio copto
del siglo IV perpetúa su recuerdo), triunfó de todo artificio infernal, tuvo
numerosos discípulos, fundó monasterios y hasta se traslado a Alejandría para
confundir a los herejes.
Después de su
visita a San Pablo, murió muy viejo. De él se cuenta que era reconocible por su
cara resplandeciente de alegría. Murió el 17 de enero del año 356. El que vivió
ciento cinco años, decía también que la vida del hombre es brevísima: “Trabajamos
en la tierra y heredamos el cielo. Un hombre que diese un dracma de cobre por
cien de oro, daría poco y ganaría mucho. Así hará que, señor de toda la tierra,
renuncia a ella para ganar el paraíso”.
Publicado en Cuenca, 17 de
enero de 2021.
Por; José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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