El hablar del tema parece que es tabú, es algo que ha quedado relegado al Día de Difuntos, o en algún momento que nos ha tocado de cerca. Nos gusta más montar la parodia de monstruos vivientes en el reciente Halloween.
El
miedo nos provoca desconcierto, rechazo a lo que nos pueda pasar y el
sentimiento que nos produce nos hace huir.
En
el Día de Todos los Santos los cementerios se llenan para rendir tributo a los
seres que no están ya con nosotros. Este día sirve de reflexión para repasar
todo lo que hay detrás de la industria funeraria, que vienen a ser en España
unas 1.700, que mueve 1.600 millones de euros al año y emplean a unas
10.000 personas (Datos de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios.
“Panasef”) para que estos datos se mantengan es necesario que haya un gran
número de defunciones. En España hay unas 400.000 al año, por lo que el mercado
es goloso.
Las costumbres cambian y las tradiciones se pierden. En la actualidad el número de entierros en nichos o tumbas es el 65% mientras que la incineración es de un 35% y creciendo. Saliendo de los números, vemos que esos entierros pomposos están desapareciendo en pos de organizar el entierro como una despedida, algo como un homenaje a la vida del difunto, a los sentimientos, a lo que nos ha dejado en su trascurrir en el contacto diario con el difunto.
En los últimos años las compañías ofrecen a los que son incinerados la opción de los columbarios o en su caso el esparcir las cenizas, en este caso se está pidiendo que se prohíba esparcir las cenizas en la naturaleza, al no existir ningún reglamento que regule este hecho, viene a ser una opción frecuente de los familiares del difunto. También se puede optar por convertir las cenizas en diamante o ponerlas en una urna biodegradable que enterradas junto a la plantación de un árbol, sirve de abono para su crecimiento y poderlo ver crecer, algo singular.
Con la pandemia del COVID-19 el incremento
de fallecimientos ha crecido y con ello el abuso de las compañías funerarias.
Las familias han pasado de controlar los sepelios a ser sólo los pagadores de
los servicios de estas compañías sin escrúpulos. Al tratarse del Covid, el
Gobierno dictó unas normas relacionados con los velatorios y enterramientos que
han llevado a colocar todo tipo de conceptos en el desglose de la factura para
inflar el precio final, como el de que es necesario un ataúd especial. Eso es
una trola. El Ministerio de Sanidad elaboró un documento técnico donde
explicaba el procedimiento para el manejo de cadáveres de casos de COVID-19. En
el punto quinto, al hablar del féretro y destino final, explica que la bolsa
sanitaria-estanca conteniendo el cadáver puede introducirse en un féretro
normal, sin que sean precisas precauciones especiales. El destino final puede
ser entierro o incineración, en las condiciones habituales.
La mayoría de la gente desconoce esta
información. La gente debe saber que cuando muere un familiar puede elegir la
funeraria que quiera y debe haber una lista de precios clara, sin opacidades.
Quiero terminar este pequeño artículo con
la letra del la canción: “La muerte no es el final”.
Tú nos dijiste que la
muerte,
No
es el final del camino
que
aunque morimos no somos
carne
de un ciego destino.
Tú
nos hiciste, tuyos somos,
nuestro
destino es vivir siendo felices contigo
sin
padecer ni morir.
Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós
dolorido
busca en la fe su
esperanza,
con la certeza que Tú
ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a
la luz.
Cuando, Señor,
resucitaste,
todos
vencimos contigo.
Nos regalaste la vida
como en Betania al
amigo.
Si caminamos a tu lado,
no va a faltarnos tu
amor, porque,
morimos, vivimos
vida más clara y mejor.
Letra : Cesáreo
Gabaráin.
Cuenca, 1 de noviembre
de 2023.
José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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