Relato de los incendios
más importantes que ha sufrido la ciudad de Cuenca
567 años de la primera
ordenanza para la extinción de incendios en Cuenca
Como lo dicho es deuda, el
miércoles día 30 de agosto subí de nuevo a ver a mis abuelos, temprano con la
fresca, con la intención de que siguiera explicándome las peleas de D. Diego
Hurtado de Mendoza con el Obispo Lope de Barrientos.
Cuando llegué al nº 23 de la
Calle Alfonso VIII eran las nueve de la mañana. Estaban desayunando y me uní a
ellos. ¿Cómo subes tan pronto? Es para que me cuentes las peleas de Don Diego
con el Obispo Barrientos. Bien, Josemari por el interés, haremos lo del otro
día, nos subiremos al Castillo para ubicar la contienda ¡Eso abuelo!, contesté.
Ya sentados en el murillo de la
Plaza del Trabuco, con la garrota me señalaba las líneas imaginarias hasta
donde llegaba el castillo, indicándome que el castillo poseía seis puertas y
tres portillo. En la parte izquierda de la Plaza del Trabuco y adosado a una
pared aparece parte del arco que constituía una puerta de acceso a la
mencionada plaza y donde se realizó la contienda. Seguidamente comenzó el
relato.
El origen de estas algaradas a que
tan aficionados fueron los nobles durante los largos períodos de tiempo en que
el trono de Castilla estuvo ocupado por monarcas débiles, no cesaron hasta que
los Reyes Católicos lograron la unidad nacional, ejerciendo su hegemonía sobre
todos los súbditos, señores y vasallos.
Estas contiendas hay que
ubicarlas entre las condiciones pactadas en 1446 para la reconciliación del rey
con el príncipe D. Enrique, soliviantado por los nobles, entre ellos D. Juan
Pacheco, marqués de Villena y Señor de Belmonte, para impedir el valimiento
(1*) de D. Álvaro de Luna y que llegaron a extremo de presentar batalla padre e
hijo. Entre otras cosas se estipuló en dichas condiciones, que se diera el
maestrazgo de Calatrava a D. Pedro Girón, hermano de Pacheco, con satisfacción
en rentas al que había sido elegido para el cargo y el de Santiago siguiera en
poder de D. Álvaro de Luna, satisfaciendo también a D. Rodrigo Manrique por el
derecho que tenía a él. Es decir abuelo que aquí todo el mundo quería sacar
tajá de la sartén, más o menos Josemari.
Pues mira, con todo este reparto
parecía que las cosas estaban arregladas, pero Manrique fue llamado por el rey
de Aragón, que pretendía ampliar sus estados a costa de los de Castilla y al
que además de hacerle un ofrecimiento en metálico, consiguió que el Papa
prometiera hacerle Maestre de Santiago, para embestir de nuevo contra D. Álvaro
de Luna. Enterado de la trama Lope Barrientos, solicitó al Rey que enviara a
Cuenca soldados a su mando, ante el temor de que Diego Hurtado de Mendoza, que
era suegro de D. Rodrigo Manrique, se alzase con ella por su yerno o por el
príncipe, a la vez que se enviaban tropas a otros lugares ocupados por D.
Rodrigo para rescatarlos. Valla lio Abuelo se montó, todos querían la plaza de
Cuenca, algo así Josemari.
Pues bien, El Obispo, por orden
del Rey, comunicó a Hurtado de Mendoza que abandonara la ciudad, llegando a
fijarse como fecha límite el día de Santiago, en cuya víspera el guarda del
castillo, D. Juan Hurtado, hizo entrar en él una fuerza de 400 hombres. Por su
parte el Obispo se había preparado poniendo barreras y guardas entre el
castillo y la población.
El día de Santiago, estando
diciendo misa, le llego un emisario comunicándole que los partidarios de D.
Rodrigo habían comenzado la escaramuza y habían pegado fuego a la puerta de la
ciudad, que entonces se llamaba del Mercado, corriéndose el fuego a las casas inmediatas. Se abrieron treguas a instancias
de D. Lope, a fin de llegar a un acuerdo, las que aprovechó D. Diego para
aumentar sus pertrechos y reforzar su guarnición y sin haber expirado el plazo
ni atender a la carta en que el Rey le ordenaba salir de Cuenca, comenzó la
pelea contra las tropas del Obispo que hubieron de pegar fuego a la casa de D.
Diego, trasladándose el fuego a las casas contiguas llegando a quemarse más de
cincuenta. Esto obligó a Hurtado de
Mendoza a pedir seguro para su salida de Cuenca, lo que hizo con su familia,
marchando a su villa de Cañete, pero dejando en el Castillo una pequeña
guarnición que junto con refuerzos luego enviados, mantuvieron más de un año el
desasosiego en Cuenca, hasta que el Rey indujo al Obispo a que celebrara un
acuerdo por el que abandonó D. Diego el castillo de Cuenca, a cambio de hacerle
merced del lugar de Cañada del Hoyo “en
que hay fortaleza antigua e ochenta o noventa vasallos: e así entregó el
castillo de Cuenca al Rey”, dice la crónica de Juan II.
Así Cuenca se vió libre de las revueltas, no sin haber pagado un gran precio
por los incendios ocasionados. A ver abuelo, estos se marcharon de aquí porque
se les dio una plaza mejor como fue Cañada del Hoyo, pues claro Josemarí. Todo
esto fue fruto de la codicia que esconde en su interior la deslealtad, la
traición deliberada, siempre en el propio beneficio personal. Los engaños o la manipulación
de la autoridad son todas acciones inspiradas por la avaricia y de ésto los
ricos saben mucho, pero no creas que es sólo patrimonio de los ricos, a veces
lo que tienen acceso a la riqueza, sin ser propia, son peores que los señores.
Así es abuelo. Pues Josemaría, vámonos para casa que va torrando la calva este
sol de canícula.
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(1*) El Valido fue una figura política (el valimiento)
propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud
bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como
una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto
que únicamente servía al rey mientras éste tenía confianza en la persona
escogida.
José María Rodríguez González. Profesor e Investigador
Histórico
19 de agosto de 2014
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