"No hallo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma"
Guardo de mi infancia el recuerdo
de una talla de Santa Teresa que tenía mi tía Angustias, la modista. Cuando por
las tardes, después de salir del Colegio Español me dirigía a su casa a merendar
y hacer los deberes del cole, siempre me paraba delante de esa imagen. El quince de octubre de cada año le solía poner una vela, permaneciendo encendida las veinticuatro horas de día. Me
decía, hay tres cosas que hacen de ella algo entrañable, amable y
admirable para todos: el ser española, el ser sublime y el ser humana, tres
lazos que nos deben de unir y que hacer que podamos tener arrestos para
conseguir semejarnos a ella.
Santa Teresa. Talla en madera policromada |
La Santa, nació en Ávila, el 28
de marzo de 1515, de una familia de hidalgos. Su nombre completo era: Teresa
Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. Desde su tierna edad tuvo el deseo de la
conversión de almas y ser mártir. A los nueve años de la mano de su hermano
Rodrigo se iba a tierra de moros cuando un tío suyo los encontró y devolvió a la
casa paterna. A los 18 años ingresó en el convento de Santa María de Monte
Carmelo.
En el año 1555, a sus 40 años, una
imagen de Cristo amarrado a la columna la transformó cambiando su vida. Seguido
de las visiones de Cristo empieza su época activa, emprendiendo la reforma de
la Orden Carmelitana.
A lo largo de su vida desarrolla
una prodigiosa labor literaria. En 1562 escribió la Vida y el Camino de la
Perfección; en 1563 las Constituciones de la Reforma del Carmelo; siguen las
Fundaciones, los Conceptos, y otros libros que le merecieron de los Papas
Gregorio XV y Urbano VII el título augusto de Doctora, que a ninguna otra mujer
ha sido dado. En 1573, inmovilizada en Toledo por orden del Nuncio, entre abstracciones
y apariciones, entre luchas con los demonios y contradicciones de los hombres,
acaba en seis meses el libro inmortal de “Las Moradas” que como diría Fray Luis
de León: “expone la más generosa
filosofía que jamás imaginaron los
hombres”.
Celebración litúrgica. Catedral de Cuenca |
No puedo dejar de mentar el
primer capítulo de este libro de “Las Moradas” en el que trata de la hermosura
del alma: “Es considerar nuestra alma
como un castillo todo de un diamante o cristal muy claro a donde hay muchos
aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos
no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso a donde dice ÉL tiene sus
deleites. Pues ¿Qué tal os parece que será el aposento donde un Rey tan
poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No
hallo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad. Y
verdaderamente, apenas deben llegar a nuestros entendimientos, así como no
pueden llegar al considerar a Dios pues. Él mismo nos creó a su imagen y semejanza.
Pues si esto es, como lo es, no hay para qué cansarnos en querer comprender la
hermosura de este Castillo, pues se criatura, basta decir su Majestad es
hermosa a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y
hermosura del alma”.
Procesión de Santa Teresa con la tuna al fondo. Plaza Mayor de Cuenca |
Fundadora de treinta y dos
conventos de la Orden Carmelitana, pasó su vida en ininterrumpida actividad.
Tan grande, que ha merecido el sobre nombre de “Fémina Andariega”, y así, a
lomos de un pollino o en un carricoche cualquiera por los caminos abrasados del
sol o los ventisqueros de nieve, marcha ella, latiendo bajo el sayal su corazón
apasionado por el Amor que la abrasa en ansias de fundar muchas casas donde
haya muchas almas que amen a su Creador.
Reliquia de Santa Teresa |
“En el principio de estos grandes trabajos, que dicho tan en breve os
parecerán poco y padeciendo tanto tiempo, ha sido muy mucho estando yo en
Toledo que venía de la fundación de Sevilla de MDLXXVI, que me llevó cartas un
clérigo de Villanueva de la Jara del Ayuntamiento de este lugar que iba a
negociar conmigo admitiese para Monasterio nueve mujeres que se habían entrado
juntas en una ermita de la gloriosa Santa Ana que había en aquel pueblo, con
una casa pequeña cabe ella algunos años habían y vivían con tanto recogimiento
y santidad, que convidaban a todo el pueblo a procurar cumplir sus deseos que
eran ser monjas. Escribióme también un doctor; cura que es de este lugar,
llamado Agustín de Ervias, hombre docto y de mucha virtud (este sincero
admirador de Santa Teresa y su Reforma, había sido canónigo de Cuenca, y por su
afición a la cura de almas permutó la canonjía con el
párroco de esta villa, D.
juan de Rozas), ésta le hacía ayudar
cuando podía a esta santa obra”.
Monjas Carmelitas portando las reliquias de su fundadora |
Aquella alma gigantesca dejó este
mundo, pequeño para ella, en Alba de Tormes, a los 67 años de edad, el 4 de
octubre de 1582.
Poetisa fue la Santa y trascribo su sentir, hizo de su amor
su vida y de su vida amor a Dios:
Ya toda me entregué y di,
y de tal
modo he trocado
que mi Amado
es para mí
y yo soy
para mi Amado.
Cuando el
dulce cazador
me tiró y
dejó rendida
en los
brazos del amor,
mi alma
quedó caída,
y cobrando
nueva vida
de tal
manera he trocado.
Que mi Amado
es para mí
y yo soy
para mi Amado.
Tiróme con
una flecha
enarbolada
de amor,
y mi alma
quedó hecha
una con su
Creador.
Ya yo no
quiero otro amor,
pues a mi
Dios me ha entregado,
y mi Dios es
para mí
y yo soy
para mi Amado.
(Autora:
Santa Teresa de Jesús)
Cuenca,
15 octubre de 2014
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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