El Carnaval de la vida
en tiempos no muy lejanos. Los bailes.
Después de un
largo tiempo sin él, motivado por la alargada pandemia a la que nos vemos
sumergidos desde dos años atrás, parece que este año verá la luz. Ya se acerca
y el cartel ya está. Carnaval de Cuenca, del 19 de febrero al 2 de marzo.
El carnaval es
una fiesta sui generis, universal,
muy antigua, de matices y colores variopintos. Podrá tener sus periodos de
apogeo y de decadencia, pero no desaparecerá nunca. Su carácter, le convierte
en fiesta eterna y sujeta a las mutaciones del tiempo pero subsiste y seguirá
existiendo.
Hubo un
tiempo, a principio del pasado siglo que la juventud esperaba ansiosa estos
días carnavalescos en Cuenca porque ello suponía una deliciosa ocasión para que
el joven tímido que llevaba tiempo paseando “La Carretería” sin atreverse a
decirle nada, a la joven amada por la que suspiraba, eran estos días propicios
para romper el fuego y decirle las palabras amorosas que sentía su
corazón, o entablar el acercamiento con
el papá-suegro aprovechando la careta y disfraz que le resolvía el
arduo problema, permitiéndole hablar impunemente con la reina absoluta de su
latido izquierdo, cuyos incomparables ojos agarenos, poco a poco le
hipnotizaban, haciéndole olvidar los fríos que el pobre pasaba.
Uno de los
mayores atractivos que había en Cuenca en los albores del siglo XX eran los
bailes, a ellos acudían, según nos cuenta la hemeroteca de aquellos tiempos: “La
soltería incansable que llevaba años haciendo la misma operación. En el género
femenino no faltaba la joven bonita pero
inexperta, que todos los años saca novio trimestral que no le resuelve el
problema, porque éste no suele solucionarse en los bailes de máscaras y por
último la niña que presume de mujer, a quien su madre debía haber dejado
acostada, pues tiempo tendría de aprender los misterios de la sociedad moderna”.
En el campo
masculino estaba el casadito-juerguista
que se persona por ver si reencuentra tiempos pasados; el pollo-solterón de esbelta figura, que refiere al joven de buenas
costumbres, guapetón que busca conquistar pero sin crear compromiso y, cómo no,
el llamado señorito-golfo que con
algún amigo golfean, bailan, gritan y se las llevan de cena y al final con su
conducta tiran por tierra el ilustre apellido que llevan. Por último, el quinceañero
que ni él mismo sabe a qué va por tener la cabeza lleno de grillos de conquista.
Diez años más
tarde, en 1910 encuentro en esta Cuenca variopinta los bailes carnavaleros en La Glorita, estaba donde hoy está enclavada
la Diputación Provincial. Según veo se trataba de un parque chiquito y coqueto,
cuidado sanamente y asiduamente visitado por conquenses y forasteros.
En el centro
había un gran paseo rectangular que llamaban el salón, y era, en efecto, un
esplendido salón de fiestas al aire libre, circundado de frondoso arbolado y
macizos de rosales, a su alrededor estaban situados los bancos en los que
charlaban descansadamente las mamás, mientras las lindas conquenses de aquel
entonces paseaban airosas entre la admiración y el galanteo de sus adoradores.
Pienso al leer estas líneas ¡Cuántas ilusiones se forjaron en el ambiente de aquel
salón entre miradas y sonrisas! En la placeta donde estaba la fuente, se
situaba la música; y alrededor del estanque, contemplando los peces de colores,
-¡si, si con peces! Formaban corro chiquillos, niñeras, soldados, criadas y
mozos en abigarrado conjunto y amoroso consorcio, los domingos.
Dando la
vuelta al salón y ocupando todo el terreno que la verja cerraba, estaban los
jardines, paseos y cenadores, todo distribuido con mucho acierto y excelente
gusto. En la parte alta había una péquela montaña que llamaban la selva por su
espeso follaje e intrínsecas sendas, lugar privilegiado de los enamorados. -¡Parece
un ensueño, lástima que no llegara a nuestros días! Era en este lugar donde se
celebraban los bailes en el Carnaval de Cuenca.
En un tiempo
fue en esta histórica ciudad el Carnaval la fiesta recibía con pleno
tributo de la juventud. Estudiantinas bulliciosas en competencia noble de
regocijo y elegancia, alegraban con las músicas festivas las calles más
concurridas; ágiles y traviesos postulantes repartían versos y flores, donaires
y piropos a cambio de monedas avaloradas con el perfume de manos enguantadas;
comparsas, hábilmente dispuestas, satirizaban asuntos de actualidad, y los ecos
de las coplas mordaces avivaban el regocijo y estimulaban el reír franco, tal
vez de los mismos que se encontraban aludidos con ingeniosa delicadeza.
La
estudiantina Alonso de Ojeda, las comparsas del Ferrocarril en burro y del Pleito
de las Majadas, la ingeniosísima de los
Cuatro Cincos, la de Las fichas
parlantes y muchas más que la hemeroteca del momento nos las
recuerdan, pruebas gallardas del ingenioso buen humos de la juventud de
aquellos tiempos.
Para cerrar
decir que la diversión va unida al pueblo como algo esencial y necesario. La
historia nos pone de manifiesto la existencia de los espectáculos públicos, en
todo pueblo o nación que ha alcanzado alguna ilustración y poseen cuando menos
los principales elementos de cultura y educación, que el Carnaval, es una
fiesta popular propia de la expansión del corazón y si las costumbres se
encauzaran por derroteros más morales, el Carnaval constituiría hoy, un medio
nada censurable para satisfacer la necesidad humana y la distracción,
universalmente sentida en todos los tiempos y países. Feliz Carnaval.
Cuenca, 11 de
febrero de 2022.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.