Siete perlas de sufrimiento
El amor y el dolor van de la mano
me decía mi abuelo cuando me hablaba del sentimiento nazareno de la Semana
Santa, cuando desfilaban los pasos por debajo de sus balcones y mi abuela
Florencia replicaba “vosotros los hombres pensáis que el llorar es sólo de
mujeres” pero el mismo Cristo lloró al predecir la destrucción de Jerusalén
(Lc. 19,41) y cuando supo que había muerto su amigo Lázaro, estando con sus
hermanas Marta y María (Jn. 11,35). Así que Josemari no te de vergüenza llorar
cuando lo creas necesario porque con las lágrimas se enjuaga el alma del hombre
y sale el sentimiento profundo del amor. Llorar no es efecto de debilidad sino
de fina sensibilidad.
Al hilo de este episodio vivido,
en mi viaje a Italia, visitamos la Basílica Patriarcal de Santa María de los
Ángeles en la Porciúncula, lugar santo de fundaciones, pues allí fundó San
Francisco de Asís la Orden de los Hermanos Menores en 1211 y Santa Clara fundó
también la Orden de las Damas Pobres, Las Clarisas. En esta misma Iglesia
Cristo se le apareció y le concedió, por la intersección de María, la
indulgencia del Perdón de Asís (1216) y aquí mismo murió San Francisco cantando, el 3 de octubre de 1226, haciendo actualmente 800 de la aparición de Cristo a San
Francisco. Lo que más me llamó la atención, entre tanta grandeza, fue el
encontrar la “Capilla de las lágrimas” donde San Francisco muchas veces lloró
al contemplarse tan pecador ante la santidad de Dios, aquí descubrí lo que mis
abuelos querían trasmitirme.
Año tras año recordamos cada
momento de la vida del Redentor del Mundo. El pueblo de Cuenca se vuelca en
conmemorar y representar la Pasión. De los pasos siempre me llamaron la
atención las Vírgenes, por esos rostros desencajados por el dolor.
¿Hemos reparado en algún momento
en el dolor de la Madre viendo y viviendo el proceso lamentable de la muerte
anunciada de su hijo?
¡Qué fácil es sucumbir a los
deseos de este mundo! como la riqueza, la salud, la dicha, el amor. Reflexionemos,
todo cuanto ambicionamos en la tierra se desvanece en esos momentos de la
muerte.
No es fácil ser madre y María fue
soportando los dolores de la vida con resignación, cuando Simeón le profetizó la Pasión y Muerte de su
Hijo (Lc. 2, 22-35) que fue su primer dolor.
Todos preparamos la venida de
nuestro primer hijo con todo amor. El Hijo de María, no nació en una alcoba
cómoda y confortable, con ricas cortinas de seda que se cruzaran delante de una
ventana, con gruesas alfombras, sino en un entorno al revés, la alfombra se sustituyó por el musgo y la
habitación por una cueva llena de heno para encontrar el calor que facilitara
el sueño y el descanso de la madre que había dado a luz al Divino Redentor del
Mundo. Pero no se quedó ahí, de noche tuvieron que partir a fin de salvar a su
Hijo de la matanza de Herodes. Cuánta angustia la de María, cuántas fueron sus
privaciones durante el largo viaje y no menos sufrimiento experimentó ella en
la tierra del exilio. Ello condujo a su segundo dolor (Mt. 2, 13-15).
¿A alguien se le ha perdido su
hijo? Que angustioso sería el dolor de María cuando se percato de que Jesús no
iba en la caravana. Durante tres largos días buscaron a Jesús, hasta que lo
encontraron en el templo. Tercer dolor en su vida (Lc. 2, 41-50).
No hay mayor dolor en el mundo
que ver morir a un hijo, dicen los psicólogos en la actualidad, cual dolor
inmundo sería el de María al encontrarse con su hijo camino del Calvario con la
cruz a cuestas, ¡qué terrible dolor cuando sus ojos se encontraron con los de
Jesús! El cuarto dolor de una vida de amor.
No quiso dejar sólo a Jesús en
sus últimos momentos, ella con el corazón roto aguantó debajo de la cruz.
Triste es el espectáculo al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo
a un ladrón y perdonar a sus enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella:
“Madre, he ahí a tu hijo”, “Hijo he ahí a tu Madre” (Jn. 19, 17-39) Quinto
dolor insoportable.
Lo contemplamos en nuestro paso
de la “Virgen de las Angustias” de Marco Pérez. Considera el amargo dolor que
sintió el corazón de María cuando el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz y colocado en su
regazo. (Mc. 15, 42-46) Así fue su sexto dolor en este caminar de la vida
terrenal.
La vida se le escapó de sus manos
terrenales cuando el cuerpo de Jesús fue enterrado como un ser humano más,
completando así los siete dolores más terribles que una Madre puede soportar en
esta vida (Jn. 19, 38-42)
Hay muchas formas de sufrimiento
que pueden afectar al cuerpo, pero los sufrimientos mayores son los del
corazón. Nadie se ve exento del sufrimiento en este caminar, sepamos ofrecerle
a Dios en comunión con Cristo.
Cada día de la Semana de Pasión
pasaba, bajo el balcón las imágenes: La Virgen de la Esperanza, el Domingo de
ramos; María Santísima de la Esperanza el Martes Santo; Ntra. Sra. De la
Amargura y San Juan, el Miércoles Santo; La Soledad del Puente, el Jueves
Santo; La Soledad de San Agustín, Ntra. Sra. De las Angustias, Ntra. Sra. De la
Soledad y de la Cruz el Viernes Santo. Perlas en sus mejillas para designar las
lágrimas del dolor de la Madre de Cristo, nuestro Redentor.
En el sueño de la inconsciencia
vi al ángel coger lo corona del sacrificio, levantándola sobre su cabeza,
brillaba como una estrella de siete colores, eran las perlas de los dolores.
Sobre éstas, se elevaba la última, uniéndolas, como un arco iris que fusiona el
Cielo con la tierra. En la noche de la vida miraremos eternamente a las
estrellas y sobre ellas las perlas del dolor, en ellas están encerradas las
alas del Espíritu, que nos llevará a la Vida Eterna.
Semana Santa 2016
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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