Imágenes poéticas en la
Pasión Nazarena
Estos días, próximos a la
celebración de la Semana Grande de Cuenca, las hermandades se afanan en dejar
sus imágenes y andas en perfecto estado para su desfile por el gran calvario en
que se convierte esta ciudad.
Escritores, poetas, pintores e
imagineros, al compás de la pluma, del pincel, de la lira y de la gubia, año
tras año, siglo tras siglo, todas las generaciones de artistas y de literatos
dejaron su estela y su óbolo en pro de nuestra Semana Santa.
Siempre se cantó en España el
dolor de la Pasión y la suntuosidad de los cortejos procesionales. No hay en el
mundo ninguna literatura que haya dedicado tanta atención a los profundos y
emocionantes temas religiosos, como la literatura Española de todos los
tiempos.
Se puede afirmar que en el siglo
XVI que sólo los poetas españoles dirigieron corporativamente su inspiración a
narrar en verso el misterio maravilloso de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo. No es posible hallar en ninguna literatura creaciones tan
perfectas, tan llenas de emoción y tan inspiradas como los poemas de Lope y
sobre todo de Quevedo, que dentro del cielo poético del Misterio de la Muerte
del Salvador, alcanzan sin ningún género de dudas una de las cumbres de la
poesía universal.
Lope de Vega posee un rico
repertorio de poemas dedicados a la Pasión, como: “A Cristo en la Cruz”, “A la
muerte de Cristo Nuestro Señor”, “Al ponerle en la Cruz”, etc. Pero el que más
me llena es el soneto “A Jesús Crucificado”,
mil veces recitado en mis años de estudiante:
¿Qué tengo yo
que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta,
cubierto de rocío,
pasas las noches
del invierno a oscuras?
“¡Oh cuánto
fueron mis entrañas duras
pues no te abrí!
¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud
el hielo frío
secó las llagas
de tus plantas puras!
“¡Cuántas veces
el ángel me decía:
“Alma, asómate
agora a la ventana;
verás con cuánto
amor llamar porfía!”.
“¡Y cuántas,
hermosura soberana,
“mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo
responder mañana!
Pero hay otros gigantes del parnaso como Francisco
de Quevedo, el cantor más ilustre del inefable drama divino del Redentor, su
copiosa producción poética. No hay un soneto tan emocionante, tan profundo como
el que describe a las palabras que le dijo Cristo a Judas cuando le entregó ¿A
qué vienes amigo?:
Cuando le vende: ¿A qué viniste, amigo?
Del regalo de Hijo, a mi castigo;
De oveja humilde y simple, a lobo fiero;
De apóstol de mi ley, a carnicero;
De rico de mis bienes, a mendigo;
Del cayado a la horca, sin mi abrigo;
De discípulo, a ingrato despensero.
Véndete, y no te vendas, y mi muerte
Sea rescate también a tus traiciones:
No siento mi prisión, sino perderte.
El corcel que a tu cuello dispones,
Judas, ponle a mis pies con lazo fuerte:
Perdónate, y a mí no me perdones.”
Si una escena ha inspirado bellísima poesía ha sido
la situación de María a los pies de la cruz. Nuestro paisano Fray Luis de León,
de los muchos poemas que tiene dedicados a la Virgen, entresaco estos versos
del poema titulado “A Nuestra Señora”:
“… Virgen y madre junto,
De tu Hacedor pechos floreció la vida:
Mira cómo empeora
Y crece mi dolor, la amistad se olvida;
Si no es de ti valida
La justicia y verdad, que tú engendraste,
¿a dónde hallará seguro amparo?
Y pues madre eres, basta
Para contigo el ver mi desampara.”
Otros poetas dedicaron igualmente poemas al drama
de la Pasión de Cristo, así como: El Príncipe Esquilache, Góngora, Calderón. Ya
en los siglos XVIII y en el XIX la literatura española se enriquece con nuevos
poemas dirigidos a cantar la Pasión, como José Zorrilla que escribe los
romances y sonetos a los dolores del Salvador, así como otros poemas
románticos.
En el siglo
XX, Gerardo Diego escribía el poema “Vía-Crucis y los poetas Luis Felipe
Vivanco, Luis Rosal, Luis Rosales, José María Alfaro y José María Pemán,
cantaron en sus poemas la pasión y muerte del Redentor.
En este siglo que acaba de nacer, no estaría de
más, seguir cantando la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor, por parte de los
poetas actuales de Cuenca, evocando la religiosidad y devoción con que la
mayoría de las gentes de esta ciudad la viven. Esta ilustre ciudad cantada por
Federico Muelas:
“¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca cierta y soñada, en cielo y río!”
José María Rodríguez González. Profesor e investigador
histórico.
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