Una rama de palmera como trofeo de Victoria
“El ayuno hace puro el corazón y al cuerpo más sano y robusto”, así
pensaba San Julián cuando se retiraba a la cueva de la montaña, paraje que hoy lo conocemos con el nombre de “San Julián el Tranquilo”. Incansable
personaje que quiso recorrer su diócesis, sabedor de que le quedaba poco Lesmes , dejaban las crestas de la
Serranía y se internaban en las tierras de Molina, para luego descender, por
los collados alcarreños, a las llanuras inmensurables de la Mancha. Seis meses
llevaba el Prelado en su labor santificadora cuando decidió volver de nuevo a
la ciudad de Cuenca, pasando por Alarcón, pasando por la ostentosa Velería, para dirigirse a las tierras de Huete e internándose en su altiva
Sede después de haber dado la vuelta en redondo a todo el Obispado. Siempre fue un problema para San
Julián el cruzar las calles de la población, porque aquello no es un asedio, es
un asalto a su sagrada persona al disputarse unos y otros la primacía por besar
el anillo pastoral, para todos tenía una palabra edificante, una sonrisa
paternal.
La Virgen entrega la palma a San Julián (C) Foto: José María Rodríguez González Catedral de Cuenca |
Al mes del regreso del viaje
apostólico por la diócesis, San Julián se siente mal. Recostado en el suelo,
sobre lecho humilde, yace; el pulso late con vehemencia y el corazón siente el
espoleo de la fiebre. Aún en este estado, conserva perfecta lucidez mental y ha
pedido le administren los santos Sacramentos; después de oído en confesión, se
ha revestido de los ornamentos pontificales para recibir la extremaunción y la
Eucaristía. Recibido el Viático, se despoja de sus vestiduras episcopales,
abandonando la cama y sobre el suelo alfombrado de ceniza descansa su cuerpo.
San Julián a quedado en silencio. Un golpe de luz viva, ha llenado la estancia
y en el rostro de San Julián van marcándose tintes de sorpresa. Sus pupilas
miran absortas, embelesadas a una Mujer coronada de rosas y túnica de
resplandores que desplazándose de un grupo de ángeles y vírgenes, viene hacia
él con una palma. La mente del Santo se encuentra invadida por un alud de
interrogantes, a que él no puede dar contestación; puesto de rodillas, la Mujer
de guirnalda de rosas y manto de luz, hablándole con dulzura dejó en su mano
una rama de palmera como trofeo de victoria, desapareciendo acto seguido. San
Julián es devuelto a su lecho. En un 28 de enero de 1208 en medio de repiques
de campanas, su alma subía al Cielo.
El sepulcro de San Julián
permaneció cerrado desde el año 1208 hasta el año 1518, es decir 310 años. El viernes, 29
de enero de 1518 delante del comisionado creado para tal efecto se abrió la
losa por los canteros sepulcrales Diego de Flandes, maestro entallador y Juan
Vizcaíno, en unión del carpintero Alfonso de León en presencia de los señores:
Don García de Villareal, chantre y canónigo; Don Juan de Ervías, Abad del
Assey; Don Juan del Pozo, Canónigo; el Licenciado Carrascosa, Previsor; Alonso
del Peso y otras autoridades eclesiásticas, más el Doctor Pedrosa que fue el
cronista de esta manifestación. Separada la losa se contempló con admiración y
asombro la maravillosa conservación del cuerpo de San Julián que parecía estar
más bien dormido que muerto. Tenía a su lado la palma que le había dado la
Santísima Virgen María cuando le visitó en su agonía, y que conservaba tan
fresca y lozana como recién cortada del árbol. El Padre Alcázar, en la página
418 de la biografía que escribió del Santo, dice que la palma se quitó del lado
del Santo Obispo y se repartió entre muchos. Veintinueve años después,
Sebastián Chirino de Loaysa, el Viejo, confesó, bajo juramento, haber tenido en
su poder un pedazo de aquélla, y que a su contacto, muchos alumbramientos
desesperados se habían hecho fáciles y ventajosos, consiguiéndose la salvación
de la madre y del hijo. Así se hace constar en el folio 135 de la información
Apostólica de los milagros del Patrón de Cuenca.
Cuenca, 28 de enero de 2017
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico
josemarogo@live.com