Miércoles de ceniza
La ceniza, símbolo de humildad y
penitencia, tuvo un papel importante en la vida de muchos justos antes del cristianismo. Dieciocho siglos antes de Jesucristo, el Santo Job, herido por la
mano de Dios, acostado en un estercolero, cubierto de llagas, deshecho de
dolor, imploraba misericordia cubriéndose la cabeza de ceniza.
Los hebreos acostumbraban a cubrirse
de ceniza cuando hacían algún sacrificio. En los primeros siglos de la Iglesia,
las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves
Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad
vestidos con un hábito penitencial, eso significaba la voluntad de convertirse.
En siglo III d.C., sobre el año
384, la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y
desde el siglo XI, la Iglesia acostumbre a poner la ceniza al inicio de la Cuaresma
como símbolo de arrepentimiento, penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se
obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior.
Hay ejemplos de grandes arrepentimientos
en el A.T. y de como Dios cambia su actitud al ver el cambio de comportamiento
de personas e incluso de pueblos. Jonás aconseja a Nínive, pagana, que haga
penitencia con la ceniza y el cilicio, y los ninivitas, dóciles a los avisos del
profeta, se cubren de ceniza como señal de profunda contrición; Dios detiene
por entonces su brazo vengador pronto a castigar sus delitos.
Los antiguos miraron la ceniza
como símbolo de duelo y de tristeza. Cubriendo completamente la cabeza y el rostro, dando al hombre un aspecto lúgubre muy propio
para las dolorosas circunstancias de la vida. Los orientales, dotados de
imaginación vivísima, no olvidaron esta forma tan adecuada de expresar la
humillación y el dolor; aún en la nueva ley echaron mano de ella los grandes
penitentes de aquellas tierras en los días de sus mayores austeridades.
Tampoco nuestros Santos occidentales
descuidaron símbolo tan elocuente. Muchos de ellos, antes de morir, acordándose
de Jesús crucificado, quisieron participar de algún modo a sus humillaciones y
se hicieron acostar en duro lecho cubierto de ceniza, tal fue el caso de nuestro Santo Patrón San Julián.
De ello dio singular ejemplo San
Luis rey de Francia. “Al sentirse herido de muerte –dice el cronista- se entregó
de todo al Señor. Su tienda se había trocado en casa de oración. La cruz se
alzaba al pie de su cama ante sus ojos; pero no la bastaba verla; a menudo la
besaba, y alabando a Dios de todas sus mercedes, le daba gracias de la
enfermedad que padecía.
La víspera de su muerte y a pesar
de su extremada flaqueza, intentó levantarse para recibir el Viático; al pie de
su cama, de rodillas y juntas las manos se confesó y comulgó.
En sus últimos instantes, mandó
que le acostasen sobre ceniza, con los brazos en cruz y así dio su alma a Dios
el 25 de agosto de 1270; era la hora en que Jesús había expirado en la cruz”.
Con la imposición de la ceniza,
se inicia una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano
que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Publicado en Cuenca, 5 de marzo de 2019. Se vuelve a publicar el 2 de marzo de 2022.
Por: José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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