A San Andrés, los griegos, lo llamaban Apóstol Protókletos,
que quiere decir: el primer llamado. En efecto San Andrés fue uno de los
afortunados que vieron a Jesús en la verde llanura de Jericó. El Bautista lo señaló con su dedo de Precursor y dijo: “He aquí el Cordero de
Dios, que quita los pecados del mundo”. Andrés y Juan se fueron detrás de El,
con el temblor de una juventud que se abre a la vida.
No se atrevieron a hablarle hasta que Jesús se
volvió a ellos y les preguntó:
¿Qué buscáis?
Maestro, ¿Dónde habitas?
Venid y lo veréis.
Se fueron con El y pasaron juntos aquella
noche. Lo que oyeron y vieron ellos solos lo pueden contar. Noche que fue más
clara que el mediodía porque salió para los dos afortunados discípulos el sol
de la verdad. “Hemos encontrado al Mesías”, decía al día siguiente Andrés a su
hermano Simón-Pedro. Una entrevista afortunada decidió para siempre la vida
de San Andrés. Aquella tarde fue el amanecer de un día
de sol y de vida. El Apóstol vivirá siempre en su luz, junto a Jesús y con
Jesús.
Poco después aparecen Andrés y su hermano Simón
en la ribera del lago de Galilea. Los dos habían nacido en sus aguas, en la
aldea de Betsaida y eran pescadores. Jesús, que le gustaba
madrugar, y más cuando llama a las almas, pasea muy temprano por la playa y los
ve en las barcas, reparando las redes. “Venid conmigo, que os haré pescadores
de hombres”. Y los dos hermanos fueron con Él para siempre.
San Andrés. Catedral de Cuenca |
San Andrés era, como su nombre dice, animoso,
activo y práctico. En la playa norte del lago hay un día cinco mil hombres en
torno a Jesús. Se trata de darles de comer. Andrés averigua en seguida las
provisiones disponibles. Cinco panes y dos peces. ¿Qué era para cinco mil
hombres? Con la bendición de Jesús, los panes y los peces se multiplicaron y
todos comieron hasta saciarse.
Otro día unos griegos desean hablar con el Maestro;
muestran su deseo a Felipe. Este no se atreve a llevarlos al Señor y se lo
dice a su amigo Andrés. Animoso como siempre, se fue derecho a Jesús y le
transmitió el recado de los griegos. ¡Excelente intercesor en la tierra! ¿No lo
ha de ser igualmente en el cielo?
Ya no se vuelve a hablar más de San Andrés en los
libros sagrados. Pero una tradición muy antigua y autorizada, representada por
figuras tan ilustres como Eusebio y San Jerónimo en el siglo IV, nos habla de
él como evangelista en la Escitia y en Acaya. En esta última región, en la
ciudad griega de Patras, fue donde encontró el martirio, sellando así con su
sangre la fe que, como testigo de la verdad infalible, había predicado.
Las actas de su martirio son relativamente tardías,
del siglo IV, y revisten la forma de una carta que escriben los presbíteros de
Patras a la Iglesia universal, comunicando la noticia de la muerte y martirio
del Apóstol. Aunque de forma muy adornada, el fondo general es histórico. Tiene
especial interés los afectos que sugiere a San Andrés la vista de la cruz, el
instrumento de su martirio. Una cruz en forma de aspa, que se conocerá como la
cruz de San Andrés.
Tras aceptar su martirio, se
despojó de su ropa, los distribuyó entre los verdugos, se dejó atar de
pies y manos a la cruz y lo izaron en ella. Dos días enteros duró su sacrificio.
En el momento de su muerte. su cuerpo quedó envuelto en una nube de luz
celestial cerca de media hora y su alma voló a la verdadera mansión del Maestro
que conoció en las riberas del Jordán, a la casa solariega de su Padre. Ahora
es cuando supo dónde habitaba Jesús. La noche que pasó con Él en la tienda de
Jericó se convierte en la jornada eterna de la gloria. Ha amanecido la luz
eterna.
Sucedió su martirio el día 30 de noviembre en el
año de gracia de 63, y en el imperio de Nerón.
Publicado en Cuenca. 30 de noviembre de 2020.
Por: José María Rodríguez González. Profesor e
investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Croiset. Madrid. 1846.
-La
casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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