“En mi primera
edad serví al mundo, pero pagándome mal, como acostumbra, me cobré como pude,
volviéndole las espaldas y dirigiéndome al monasterio de Compluto (*).”
Encontró
dificultades para la administración en aquel monasterio, que había fundado san
Fructuoso, y se retiró a una soledad, lejos de todo trato humano. Entre Astorga
y Pedroso encontró una roca eminente, donde había un sitio consagrado a Dios
“que, por ser todo de piedra, correspondía a la dureza de mi empedernido
corazón”.
Aquí tuvo que
sufrir no solamente las inclemencias del tiempo, sino muchas sugestiones
abominable que le recordaban sus antiguos desvaríos en el siglo.
Duró varios
años en esta soledad, hasta que las gentes de los contornos acudieron allí para
visitarle, edificarse con su conversación y austeridad. Flaíno, cura de la
pequeña iglesia que había allí, se molestó mucho con la popularidad de san
Valero y volcó contra él toda la fuerza de su enojo. El Santo se quitó de en
medio y fuese a esconder en lo más áspero de las montañas del Bierzo. Hasta
allí le siguió la envidia de Flaíno. Le robó unos libros que Valerio había
compuesto “para alivio de su peregrinación” sobre la ley del Señor y los
triunfos de los Santos, y aun pagó a unos banqueros para que lo maltratasen. Lo
dejaron herido y medio muerto, hasta que vinieron sus devotos a curarlo. Allí
no estaba seguro y se lo llevaron a una finca llamada Ebronauto, donde había
una ermita.
En la nueva
celdilla san Valerio siguió con redoblado fervor su vida de penitencia y oración.
El demonio no le dejaba tampoco con tentaciones y penitencia y oración. El
demonio no le dejaba tampoco con tentaciones y perturbaciones internas y
externas. El mismo cuenta que por la noche le parecía oír unos ruidos extraños
que le infundían mucho miedo.
Richimiro,
dueño de la finca, determinó derribar la celdilla del Santo y levantar una
iglesia, que debía servir san Valerio, una vez que se ordenase de sacerdote.
Antes de acabarse, murió Richimiro y sus herederos pusieron al frente de la
iglesia a un tal Justo, que despidió a Valerio y le declaró la guerra a muerte.
Nuestro héroe
se dirigió al monasterio de san Pedro de Montes donde le dieron la celda que
había ocupado san Fructuoso. Aquí unos falsos monjes lo encerraron en una
cárcel y lo tuvieron en ella tres años enteros sin darle con qué cubrir sus
carnes en el rigor del frío. Las persecuciones parece que seguían por doquier
al Santo. Con éstas llegó a la antesala de la muerte; Dios intervino y le
socorrió por medio de un caballero, llamado Basilio. Las limosnas y socorros de
este señor fueron fuente de otras persecuciones y envidias mayores. El abad se
molestó y quiso que fueran para él dos magníficos caballos que le había
regalado Basiliano. San Valerio seguía siempre el consejo del Evangelio: “al
que te pido el manto, dale la túnica”. Lo dejaba todo y continuaba su
peregrinación por el mundo, bajo el manto azul y anchuroso de la Providencia de
Dios.
Ahora abrió
una escuela en pleno campo. En invierno se quedaba sin discípulos. Así vivió
cuarenta y dos años, envida solitaria y penitente, hasta que le llamó el Señor
a fines del siglo VII. Dejó varios escritos.
Murió a
finales del siglo VII y sus reliquias se conservaron en el altar mayor de la
iglesia del monasterio de san Pedro de los Montes, de la orden benedictina,
cerca de Ponferrada.
Publicado en Cuenca, 25 de
febrero de 2020. Actualizado, 25 de febrero de 2024.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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(*) Compluto: Es una localidad del municipio de Ponferrada, en la comarca de El Bierzo, provincia de León.
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