Procesión de Ramos. Simbolismo y recuerdo
Es verosímil
que Oriente, Palestina y sobre todo Jerusalén, tendrían desde los comienzos del
cristianismo, en festejar el aniversario del triunfo de Cristo con la procesión
de Ramos. Ya en el siglo IV, san Cirilo, obispo de Jerusalén, asegura que la
palmera cuyas hojas sirvieron para honrar al Salvador, existía aún en el valle
de Cedrón. Motivo natural –concluye Dom
Guerarger- para tener ocasión de instituir una conmemoración anual de este
gran acontecimiento, en el mismo en que sucedió.
Más tarde
vemos establecida la costumbre, no sólo en los monasterios de Oriente, sino en
los desiertos de Egipto y de Siria, poblados por numerosos ermitaños. Retirados
en sus grutas solitarias durante la cuaresma para entregarse a la penitencia,
tenían costumbre de volver para domingo de Ramos al monasterio común y hacer
juntos una solemne procesión. Luego volvían a su desierto del que no salían
sino para la fiesta de Pascua, tras una semana de oración y austeras
penitencias.
El Occidente
introdujo muy pronto la solemnidad de los Ramos. El rito principal tuvo por
objeto primordial, representar lo más fielmente posible la procesión de los
hebreos escoltando a nuestro Señor con el canto del Hosanna.
La Edad Media sobresalió
en la representación de este drama sagrado. La procesión de un calvario erigido
para la circunstancias a la entrada de las ciudades o aldeas. Al pie de este
calvario, había una mesa, o altar de piedra, sobre la cual se depositaban los
ramos para bendecirlos.
La fe de
nuestros padres deba a este lugar el nombre de Betfage. Allí recordaba
primeramente con la lectura del Evangelio los pasajes a los cuales se refería
la ceremonia presente: el sacerdote, bendecía a continuación los ramos, los
distribuía, y la multitud se ponía en marcha para la iglesia, como si
acompañara a nuestro Señor al Templo de Jerusalén cantando todos el Hosanna. La
cruz, a la cabeza del cortejo, representaba para ellos al Salvador, y aunque
tuviera lugar en tiempo de Pasión, era llevado desde cubierta, ofreciendo a
todos los ojos la imagen del Crucificado.
En algunos
lugares todavía se hacía de un modo más sensible el significado de esta marcha
triunfal. El libro de los santos Evangelios, rodeado de profundísimas muestras
de respeto, recordaba, en esta procesión, la profundidad del Hombre Dios. Los
diáconos lo tomaban del altar después de la bendición de las palmas, lo
depositaban sobre rico almohadón y lo llevaban en andas como si se tratara de
una reliquia. Numerosos cirios ardían en su derredor y entre nubes de olores
oloroso incienso, precedido del clero y seguido del pueblo con ramos, banderas
y oriflamas y de cuanto podía dar realce y brillo, era llevado en procesión.
Se ha dicho hasta nuestros días que Jesús quiso por
cabalgadura un asno como señal de humildad y de mansedumbre, como si quisiera
simbólicamente significar que iba hacia su pueblo como el Príncipe de la Paz.
Pero si pensamos en el asno antiguo encontramos que este animal se tenía como
orgulloso y guerrero; hermoso y gallardo cuando el caballo y digno de ser
sacrificado a las divinidades. Homero se entendía de comparaciones y no quiso
deprimir a Ayax el forzudo, al orgullosísimo Ayax, cuando se le presentó la
oportunidad de compararlo al burro. En cambio, los judíos se valen de los asnos
para otras comparaciones. “El hombre es falto de sentido y temerario de corazón
–dice Sofar Naamatites a Job- que nace semejante al pollino de asno montés”
Textualmente afirma: “El insensato se
hará cuerdo cuando un pollino de onagro nazca hombre” (Jb. 11,12). Y Daniel
(uno de los deportados de Israel) interpretó el texto escrito por una mano
misteriosa en las paredes de los salones del palacio del rey Baltasar, hijo de
Nabucodonosor al usar los vasos de plata del Templo de Jerusalén, en expiación
de sus tiranías: “fue expulsado de entre los hombres y su corazón se hizo
semejante al de las bestias; estuvo conviviendo con los onagros; se alimentó de
hierba como los bueyes, y su cuerpo fue bañado del rocío del cielo, hasta que
reconoció que el Dios Altísimo domina sobre el reino de los hombres y pone en
él a quien le place” (Dn. 5,21). “Aquella noche fue asesinado Baltasar el rey
de los caldeos. Y recibió el reino Darío el Medo, que contaba sesenta y dos
años (Dn. 5,30-31).
Jesús ha pedido expresamente un asno no domado, que
nadie ha montado –en una palabra, parecido al montés-. Porque en aquel día la
bestia por él no representa en símbolo la humildad del que la cabalga sino al
pueblo Judío que será libertado y domado por Cristo; el animal indócil y terco,
duro de boca, que ningún profeta y ningún monarca supo domar y que hoy está
atado al palo, como Israel está atado por la soga romana bajo la torre Antonia.
Por: José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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-Historia
de Cristo. Versión española. Mñor. Agustín Piaggio. Editorial Lux. Santiago de
Chile.1923.
-Festividades
del año Litúrgico. Editorial Luis Vives. Zaragoza. Lino, Obispo de Huesca.1945.
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