En el segundo aniversario de la muerte de mi madre
La madre es como la aurora que resplandece en Oriente; hermosa como la majestad de un sueño; pura como la luz que enciende los diamantes que coronan la imagen de una Virgen. Toda su figura resplandece en el arte helénico, a veces, su corazón abierto florece entre las penumbras de una historia triste.
Esperanza González Vega 10 de diciembre de 1946 - con 22 años |
Nos dejó la noche mágica de Reyes, enamorándose de un rayo, prendida del pálido fulgor de una luciérnaga que iluminaba el sendero de la eternidad, camino del Padre Celeste e Inmortal.
La existencia de los que nos dejaron permanece en el recuerdo de los seres que amó y dió todo por ellos. Un seis de enero de hace dos años, bajo las luces sombrías de un boxes de urgencias del hospital, aprecié en su mirada dulce e inocente como de virgen cristiana, su eminente partida. Sus ojos luminosos y bellos lo pregonaban teniendo la atracción irresistible del abismo cuando horas antes de dar el salto al mundo inmaterial, hablando con ella me preguntaba por todos sus hijos.
Ella esperó, como la madre del hijo pródigo, la reconciliación de sus vástagos, hasta en el lecho de su muerte pero no llegó, el perdón y la misericordia de una madre no tiene límites como el del Creador.
La ingratitud supone mucho dolor para cualquier persona, sobre todo si viene de algunos de sus hijos. Las madres siempre están dispuestas a sacrificarlo todo por sus hijos, sacrificando comodidades e incluso llegando a sacrificar sueños por ver a sus hijos con un futuro mejor o por la sonrisa de un hijo en un día cualquiera.
Esperanza González Vega año:1940. con 18 años |
Las madres nos alimentan, cuidan y nos educan, además nos aman incondicionalmente durante toda su vida. Como hijos esperamos de ella el apoyo, el cariño y la comprensión. También que escuche y que adivine lo que nos pasa, lo que deseamos y lo que sentimos, que nos dé soluciones a nuestros problemas sin equivocarse y que sea lo suficientemente inteligente para saber hasta cuándo debe de dejar de intervenir en nuestra vida, pero olvidamos que ella también es humana y puede equivocarse.
El mayor valor de una madre está en la entrega incondicional y absoluta, nunca espera nada a cambio del amor, comprensión y fortaleza que nos brinda en cada una de las etapas de nuestra vida. ¿Acaso los hijos devolvemos un poco de todo eso que nos ha dado? Claro es el Evangelio: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen los días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12). Este es el primer mandamiento con promesa, y está en vigencia desde el principio de los tiempos para todos sin excepción, no hay época en la que los hijos estén excusados en honrar a sus padres. Creyentes o no es una verdad innegable que debemos respetar y por ello debemos atender a nuestros padres con respeto, agradecimiento, consideración y amor hasta sus últimos días.
Esperanza González Vega año: 1962 con 40 años |
Hay que reconocer que existen los hijos buenos, honorables pero hoy quiero hablar de la otra clase de hijos que han perdido el rumbo, los que han alimentado su soberbia, a través del egoísmo y la ingratitud y que a la muerte de sus progenitores son los primeros en exigir su parte material de los bienes dejados. Es ingrato tener que escribir sobre este tema tan escabroso y frío pero es necesario reconocer el valor que todas las madres tienen, que algunas padezcan la ingratitud de los hijos. ¿Acaso esos hijos piensan que no llegarán a tener descendencia? ¿Qué les impulsa a dejar de visitar a su madre y expresarle una palabra de aliento y de amor? ¿Es que no se ponen en el lugar de las mujeres que les dieron la vida y que deberían ser amadas hasta el fin de sus vidas? ¿Es que han perdido los valores más esenciales como el amor, el respeto y la gratitud? Es devastador tener hijos desagradecidos para una madre que ha sacrificado mucho de su propia vida, los hijos ingratos son doblemente dolorosos. Que los hijos ingratos sepan que es necesario que valoren cuanto se hace por ellos. Aunque muchos digan que para las madres no hay sacrificio, seamos honestos, sí que lo hay, y si nosotros mismos no aprendemos a reconocerlo, entonces no sabremos trasmitir a los hijos el valor en la vida de los principios, del respeto ni del agradecimiento.
Sean estas palabras un homenaje a todas esas madres que han dado todo sin esperar nada a cambio y sufren en secreto la soledad de la ingratitud.
Si tienes la suerte de tener a tu madre, aún tienes tiempo de acercarte a ella y de demostrarle tu gratitud, porque tener una madre es como tener un pedacito de Cielo contigo.
Cuenca, 6 de enero de 2016
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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