Cómo se produjeron los hechos de su acuñamiento y devoción
El siglo XIX es el siglo de la Inmaculada Concepción de María. En esta centuria sucedieron tres hechos que coronaron las gestas concepcionistas de modo resonante y definitivo. Fueron éstos, por orden cronológico, la Manifestación de la Medalla Milagrosa, la Proclamación dogmática del misterio y las Apariciones de Lourdes.
Hoy traigo a estas líneas cómo por doquier se ha servido Dios de objetos sensibles para proclamar sus maravillas. Si hemos leído la Biblia recordareos como en la antigua ley con la simple vista de la serpiente de bronce curaba las ponzoñosas picaduras de las serpiente a los israelitas en el desierto. Con el sagrado madero de la Cruz se obraron muchos milagros y el Señor multiplica sus prodigios por medio de la Medalla de la Santísima Virgen revelada en 1830 y cuyo culto se extendió desde entonces a la Iglesia universal.
Los hechos sucedieron así:
Corría el año 1830 cuando en el noviciado de las Hermanas de San Vicente de Paúl de París, vivía la piadosa novicia Catalina Labouré en él.
Una noche oyó una suave voz insistente que le decía al oído: "Levántate". Recordaba esa voz al eco misterioso de las revelaciones que con frecuencia nos relatan los Hechos de los Apóstoles. Durante la noche en cuestión y a las once y media, tres veces consecutivas llamó el ángel a la joven novicia por su nombre. Al recorrer el dosel que cubría la cama vio a un niño de cuatro o cinco años de sin igual belleza, de él se desprendía innumerables rayos que iluminaban la estancia, con voz dulce le dijo: "ven a la capilla, la Santísima Virgen te espera", Catalina le dijo: "Pero me van a oír y lo verán" "Nada temas" - respondió el niño contestando al pensamiento de Catalina- "son las once y media y todos duermen yo te acompañaré". Al oír estas palabras y no pudiendo resistir a la invitación del cariñoso guía, se vistió a toda prisa y acompañó al niño. Subió de punto su admiración al ver abrirse la puerta de la capilla en cuanto la hubo tocado el niño, toda la capilla estaba iluminada. El niño la acompaño hasta la barandilla del comulgatorio donde la dejó arrodillada.
Tras breves instantes exclamó el niño: "Mira a la Santísima Virgen"; una señora de sin igual belleza se presentaba ante su vista cubierta de blanco ropaje con velo azul. Repentina e interior lucha se entabló en el alma de Catalina entre la ilusión y la realidad de tal aparición; más pronto cesó la duda, y siguiendo los impulsos de su corazón, se arrojó a los pies de María Santísima. "En aquel momento -nos dice- sentí la más dulce emoción de mi vida. Imposible me sería manifestarla. Me explicó de qué modo debería comportarme en las penas. Después de hablar con al Santísima Virgen el niño la acompañó de nuevo a su cama. En su relato cuenta que el niño piensa que sería el ángel de la guarda, según ella le había pedido insistentemente que le obtuviera el favor de ver a la Virgen. Cuando volvió a la cama dice que oyó el reloj dar las dos y que ya no puedo dormir el resto de la noche.
Este relato es el introductorio a la verdadera misión que le encomendaría. He aquí lo que ocurrió en la aparición del 27 de noviembre de 1830.
Lo cuenta el señor Aladel, director espiritual de la piadosa novicia, al promotor de la fe de la diócesis de París, y lo encontramos en el proceso verbal de información con fecha del 16 de febrero de 1836: "A las cinco y media de la tarde, hora en que las hermanas acostumbra a tener rezos en la capilla, se había aparecido la Virgen a la joven como en un marco ovalado; estaba de pie sobre el globo terráqueo del que se veía nada más que la mitad. Vestía ropaje blanco con manto azul plateado, parecía tener diamantes en las manos de las que caían haces de rayos luminosos a la tierra y con mayor abundancia sobre un punto de la misma. Creyó oír una voz que decía: "Estos rayos son el símbolo de las gracias que María obtiene para los hombres y el punto sobre el cual caen más abundantes es Francia".
Se leían alrededor del cuadro estas palabras escritas con caracteres de oro: ¡Oh María! sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a Vos". Esta oración estampada en semicírculo, comentaba a la altura de la mano derecha, y pasando por encima de la cabeza de la Virgen venía a terminar también a la altura de la mano izquierda. Habiéndose vuelto el cuadro, vió en el reverso del mismo la letra "M" rematada de una cruz con un trazo transversal en medio; y por debajo del monograma de María, los Corazones de Jesús y de María, rodeado el primero de una corona de espinas y atravesado el otro por una espada. Luego le pareció oír estas palabras: "Hay que hacer acuñar una medalla según este modelo: Las personas que la lleven obtendrán indulgencia si rezan con piedad esta oración gozarán de una protección especial de la Madre de Dios". Y en este preciso instante acabó la visión".
Catalina Labouré, murió en París, en olor de santidad el 31 de diciembre de 1876, y fue beatificada por Su Santidad Pío XI en 1933.
Cuenca, 27 de noviembre de 2016
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico
Tras breves instantes exclamó el niño: "Mira a la Santísima Virgen"; una señora de sin igual belleza se presentaba ante su vista cubierta de blanco ropaje con velo azul. Repentina e interior lucha se entabló en el alma de Catalina entre la ilusión y la realidad de tal aparición; más pronto cesó la duda, y siguiendo los impulsos de su corazón, se arrojó a los pies de María Santísima. "En aquel momento -nos dice- sentí la más dulce emoción de mi vida. Imposible me sería manifestarla. Me explicó de qué modo debería comportarme en las penas. Después de hablar con al Santísima Virgen el niño la acompañó de nuevo a su cama. En su relato cuenta que el niño piensa que sería el ángel de la guarda, según ella le había pedido insistentemente que le obtuviera el favor de ver a la Virgen. Cuando volvió a la cama dice que oyó el reloj dar las dos y que ya no puedo dormir el resto de la noche.
Medalla de la "Milagrosa" |
Este relato es el introductorio a la verdadera misión que le encomendaría. He aquí lo que ocurrió en la aparición del 27 de noviembre de 1830.
Lo cuenta el señor Aladel, director espiritual de la piadosa novicia, al promotor de la fe de la diócesis de París, y lo encontramos en el proceso verbal de información con fecha del 16 de febrero de 1836: "A las cinco y media de la tarde, hora en que las hermanas acostumbra a tener rezos en la capilla, se había aparecido la Virgen a la joven como en un marco ovalado; estaba de pie sobre el globo terráqueo del que se veía nada más que la mitad. Vestía ropaje blanco con manto azul plateado, parecía tener diamantes en las manos de las que caían haces de rayos luminosos a la tierra y con mayor abundancia sobre un punto de la misma. Creyó oír una voz que decía: "Estos rayos son el símbolo de las gracias que María obtiene para los hombres y el punto sobre el cual caen más abundantes es Francia".
Se leían alrededor del cuadro estas palabras escritas con caracteres de oro: ¡Oh María! sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a Vos". Esta oración estampada en semicírculo, comentaba a la altura de la mano derecha, y pasando por encima de la cabeza de la Virgen venía a terminar también a la altura de la mano izquierda. Habiéndose vuelto el cuadro, vió en el reverso del mismo la letra "M" rematada de una cruz con un trazo transversal en medio; y por debajo del monograma de María, los Corazones de Jesús y de María, rodeado el primero de una corona de espinas y atravesado el otro por una espada. Luego le pareció oír estas palabras: "Hay que hacer acuñar una medalla según este modelo: Las personas que la lleven obtendrán indulgencia si rezan con piedad esta oración gozarán de una protección especial de la Madre de Dios". Y en este preciso instante acabó la visión".
Catalina Labouré, murió en París, en olor de santidad el 31 de diciembre de 1876, y fue beatificada por Su Santidad Pío XI en 1933.
Cuenca, 27 de noviembre de 2016
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico