QUINTO VIERNES DE CUARESMA
Siguiendo con los relatos de los
viernes de Cuaresma hoy os traigo lo que sucedió con la Sagrada Corona durante
la Revolución Francesa.
He de decir que providencialmente,
la sagrada Corona se libró de las profanaciones revolucionarias de 1789. Luis
XVI en 1791 la hizo trasladar de la Santa Capilla a la abadía de San Dionisio,
de allí a París en 193 para ser conservada por algún tiempo en la Casa de la
Moneda. Entregada al examen de la Comisión temporal de las Artes, pasó a manos
del presbítero Barthélemy, uno de los conservadores de medillas de la
Biblioteca Nacional.
Estos diferentes traslados de la
reliquia, tan peligrosos para su integridad, cesaron, y desde 1794 hasta
octubre de 1804 se guardó sin gran culto, pero también sin peligro, entre las
medallas y otras antigüedades de la famosa Biblioteca.
Por fin, el cardenal Belloy,
arzobispo de París, después de haberse procurado los informes propios para
certificar su conservación, obtuvo el retorno de la sagrada Corona a la iglesia
catedral y pudo así ser de nuevo expuesta a la veneración de los fieles.
Algunos días antes de la traslación fue encerrada en el relicario que aun hoy
día la guarda.
La reliquia de París no tiene
ninguna espina: es una corona de juncos inofensivos, despojada desde tiempo ha
de toda la parte espinosa, por los donativos hechos a diferentes iglesias. Pisa
y otras ciudades poseen espinas leñosas veneradas desde hace siglos, muy
diferente de la reliquia de París, pues aquéllas pertenecen según los botánicos
a un arbusto espinoso llamado por los antiguos Rhamnus spina Chisti y por los modernos Zizyphus spina Christi. Este arbusto, según San Agustín y San
Jerónimo, “tiene espinas muy punzantes y fruto muy espinoso. El arbusto está de
tal modo erizado de espinas que retiene cuanto toca, y cuando pincha se dilata
dentro de la herida.
¿Cómo conciliar estos dos
monumentos tan diversos de la corono, las espinas y los juncos, igualmente
venerados? Parece natural que los soldados debieron servirse de juncos para
atar y mantener las espinas leñosas con las cuales formaron la corona que
prepararon para Jesucristo.
Fuera de esto veamos las
explicaciones que da a este respecto el
señor de Fleury en su notable Memoria sobre los instrumentos de la Pasión, después
de haber comparado minuciosamente la reliquia de París con la de Pisa.
Corona de Espinas como se imagina que pudo ser en ralidad |
La corona –dice este autor- no
era un simple cerquillo que circundaba la frente y las sienes, sino una especie
de capacete que cubría todo el cráneo y parte superior de la cabeza. Las ramas
de Zizyphus spina Christi o de
azufaifo, cascadas o encorvadas por medio para formar el capacete, estaban
sujetas por sus extremidades, bien sea por dentro, bien por fuera de la corona
de juncos de París.
Aquí me quedo por este viernes,
pues aún nos restan unos pocos hasta el Viernes de Dolores. La semana de Semana
Santa hablaré de los dolores de María, tema poco tratado y muy interesante. Queda pendiente para el próximo la dispersión
de las espinas y con ello doy por terminado el tema.
Un saludo y gracias por leerme.
Cuenca, 31 de marzo de 2017
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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