Domingo de Ramos y la Anunciación a María.
En este domingo, día 25 de marzo
se fusionan dos festividades importantes, tanto que sin la una no hubiera sido
posible la otra.
Hoy celebramos el misterio de la
Anunciación del ángel Gabriel a María que marca el camino de la Redención
humana. María divide la historia en un antes y un después, cierra el capítulo
de lo viejo y abre el camino a lo nuevo.
El segundo acontecimiento que
celebramos, este mismo día, es el Domingo de Ramos que marca el fin de la
Cuaresma y el inicio de la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de la
Pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra evoca
la Pasión del Señor en el Evangelio de San Mateo.
Llegó por fin la hora prefijada
en los eternos decretos de apiadarse de los humanos la divina justicia
ultrajada. Llegó la hora de la misericordia. Era la media noche del 25 de
marzo, la Virgen María velaba en su oratorio, dice San Vicente Ferrer, y releía
las palabras de Isaías: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz a un
Hijo que será llamado Emanuel”. En ese preciso momento, en ángel Gabriel,
tomando forma humana, aparece ante el oratorio de María. Después de
tranquilizarla el ángel en nombre de Dios, le explica el motivo de su embajada
y le propone el maravilloso pacto, el admirable contrato que el Creador quiere
negociar con la criatura: “He aquí – le dice- que concebirás y darás a luz un
hijo a quien llamarás Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo. El Señor
le concederá el trono de David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa
de Jacob”.
En el mismo instante que María
dio la respuesta afirmativa al ángel, la Santísima Trinidad operó en ella la
más portentosa de sus obras. Por el poder del Padre y el amor del Espíritu
Santo, el Verbo, Sabiduría eterna de Dios, como el rayo del sol que atraviesa
un cristal sin romperlo ni mancharlo, entró personalmente en el seno de la
Virgen, y de su purísima sangre formó un cuerpo humano. Las tres divinas
personas concurrieron juntas a revestir el Verbo de la naturaleza humana; pero
únicamente la persona del Verbo se despojó a nuestra vista del resplandor de la
divinidad, tomó la forma de esclavo y se hizo hombre semejante a todo a
nosotros a juzgar por su apariencia.
Hoy al mismo tiempo que
recordamos ese momento sublime, vamos con el pensamiento a Jerusalén que Jesús
entra como Rey, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir en
todo con las profecías. La liturgia de la palabra anticipa en este domingo,
llamado de Pascual Florida el triunfo
de la resurrección, mientras que la lectura nos invita a entrar conscientemente
en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo. Es San Lucas
quien en su Evangelio no habla de palmas de olivos, sino de gente que iba
alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que
gritaba “Bendito el que viene en el nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria
en las alturas”.
Sea este domingo motivo doble de
alegría celebrando con regocijo de nuestra alma, el gran acontecimiento que se
representará en nuestras calles, de igual modo vivámoslo en nuestro corazón.
Cuenca, 25 de marzo de 2018
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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