Los días del calendario corren y nos precipitan inexorablemente
sobre la Semana Grande de Cuenca. Su Semana de Pasión.
Hoy me he levantado pensando en
todo lo que me rodea. Salgo al patio y veo como los jacintos se abren camino
entre la tierra para dejar ver sus nacientes tallos, la flor de la banda es madrugadora,
dejando ver como se acerca la primavera. Todo se pone en movimiento. La vida
renace una vez más y la primera Luna llena de primavera nos quiere abrir el
camino de la Salvación.
Estas cosas me hacen volver a los
años de niñez vividos, cuando todo para mí era nuevo, cuando en esa mente de
niño quería encontrar la respuesta que no tenía y que me eran dadas por los
razonamientos de mi abuelo. ¿Ves en lo alto de este retablo a una figura de una
persona mayor con una bola del mundo en la mano? – Si abuelo. Es la imagen de
Dios, de Dios Padre, nos lo enseña la fe y la razón natural. No repliqué sólo asumí y llevándome
a otro lugar, señalando a otra figura que llevaba en su mano unas llaves. Es San
Pedro – me dijo. Príncipe de los Apóstoles, sobre el cual Jesucristo prometió
fundar y edificar su Iglesia. De ahí me llevo a otro retablo. – Este hombre que tiene un globo o
esfera en la mano representa a un sabio y juicioso filósofo, que por
contemplación de las cosas creadas viene a hablarnos de la existencia del
Creador, porque sabe que no puede haber
efecto sin causa; y observando todas las cosas naturales, su orden y
movimiento infiere que es indispensable y necesario que exista un Creador y
primer motor inteligente, tú mismo lo conocerás, aunque cuando no hayas
estudiado filosofía, pues que la sola razón natural basta para ello.
Ante tantas cosas no sabía que
responder a mi abuelo. Salimos de la Catedral, nos sentamos en el bordillo junto
a la barandilla de la plaza contemplando toda las casas que nos rodeaban. Y
prosiguió. - ¿creer que esta catedral y los edificios que nos rodean han sido
obra del ocaso?; ¿qué todo se ha hecho por sí mismo, sin que nadie, ni
arquitecto ni artífice, hubiera construido el edificio y ordenado los
adornos?, ¿Nos tendríamos como loco a quien estas cosas dijera? Pues de la misma
manera el mundo es este inmenso y magnífico palacio que el Sol ilumina de día y
la Luna de noche; el cielo está poblado de estrellas, la tierra de hombres, animales
y plantas; el mar y los ríos de peces y el aire de aves; la primavera, el
verano, el otoño y el invierno, se suceden con un orden admirable; en las
entrañas de la tierra hay oro, plata, piedras preciosas y un sin número de
metales: y un mundo de tanta riqueza y hermosura ¿Nadie lo habrá creado? Sí, lo
creo Dios. Todas las cosas con voz muda, pero enérgica: Él nos creó y no
nosotros mismo.
Josemarí, a lo largo de tu vida
encontraras a gente que te diga todo lo contrario, son esos de los que habla
San Pablo, cuyo Dios es su vientre, gente que únicamente tratan de complacer
con buenos bocados y bebidas, con ricos vestidos y cosas deshonestas en que se
revuelcan, a la manera de los cerdos en su fango, como dice San Pedro. Pero
incluso estos en lo más profundo de su corazón saben que existe un Dios, y no
lo dice porque así lo crean sino porque su corazón pervertido y contaminado con
los vicios y culpas, quisieran que no lo hubiera. Pero mal que les pese, su
entendimiento conoce la existencia de ese Dios.
Muy cargado de razón y mirándome a
la cara me dijo: Nosotros, pues hemos de creer que hay un Dios, que tiene todas
las perfecciones; que está en todas las cosas; que todo lo sabe; que todo lo
ve; que todo lo oye.
La mañana se acrecentaba y levantándonos
del asiento provisional de piedra, nos fuimos a casa donde mi abuela Florencia me
tenía preparada una torrija, la que comí con ganas mientras miraba al Corazón
de Jesús que lucía en lo alto del Cerro del Socorro, visto desde la ventana de
la cocina de mi Abuela.
Cuenca, 8 de marzo de 2018
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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