sábado, 25 de agosto de 2018

"El hijo de las lágrimas de su madre", San Agustín


 El amor es una perla preciosa, que si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, sobra todo lo demás (San Agustín).


Son muchas las curiosidades que existen en una catedral, cada rincón es un pozo de sabiduría que si echamos el balde siempre sacaremos alguna enseñanza.

Dos cuadros pasan desapercibidos en el retablo de la Sacristía Mayor, retablo barroco de una rica historia pero que en esta ocasión nos centraremos en los lienzos existentes en el centro, uno a cada lado, a los pies de la Virgen con el Niño que lo preside. En ellos están pintados los Doctores de la Iglesia, en la izquierda San Jerónimo y San Gregorio y en el de la derecha San Ambrosio y San Agustín.
San Agustín y San Ambrosio
Sacristía Mayor de la Catedral de Cuenca

Para profundizar en este gran Doctor de la Iglesia no me queda más remedio que acudir a la sabiduría de mi abuelo Sabino, esa persona que con sus razonamientos me hizo aprender a pensar y comprender los grandes misterios que encierra la vida y la sociedad donde nos ha tocado vivir, distanciadas en el tiempo pero iguales en las reacciones humanas.

Estábamos terminando la estación estival con los últimos días del mes de agosto, cuando estando en casa de mis abuelos por las ventanas que dan al barrio San Martín divisó a un tal Agustín que estaba empleado en el servicio de limpieza del Ayuntamiento.

¿Sabías que hoy es su santo? – ¿De quién? dije a mi abuelo, de Agustín, tengo que felicitarle cuando lo vea por la Plaza limpiando. -¿Vamos a ir a verlo? más tarde, ahora te hablaré de quien fue San Agustín. Nació un 13 de noviembre de 354. - ¡Pues nació en el mismo mes que yo! Si, pero él nació en una pequeña ciudad de Numidia en el norte de África, que por esa época pertenecía al Imperio Romano, su padre se llamaba Patricio y su madre fue Santa Mónica preocupada siempre por el bienestar de su familia y cuando vio que su hijo se desviaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante. Años más tarde el mismo San Agustín se llamaría a sí mismo “el hijo de las lágrimas de su madre”. – ¿Por qué dijo eso, es que fue un trasto como yo? – No Josemari, fue porque en su búsqueda insaciable por encontrar la verdad  San Agustín después de pasar por varias escuelas no encontró en ellas una verdadera respuesta a sus inquietudes y creyendo que en el sistema maniqueísmo podría encontrar el modelo que orientaría su vida. -¿Que es el maniqueísmo?, pregunté. Es el nombre que recibe la religión universal fundada por un sabio persa llamado Mani quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad. -¿Y eso era verdad? Escucha y atiende que te sigo contando.

San Agustín paso varios años en esta doctrina y finalmente, decepcionado la abandonó al considerarla simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal. Así que en el año 383 partió para Roma, la capital del Imperio, vamos como si nosotros nos fuéramos a Madrid porque allí están la gente más sabia, pero estando en Roma enfermó de gravedad, cuando superó la enfermedad, gracias a su amigo y protector Simaco, prefecto de Roma fue nombrado magister rhetoricae,  de Milán, vamos como si dijéramos el jefe de los maestros, al ser un perfecto orador y tuvo de rival en oratoria al Obispo Ambrosio en Milán. Siendo este lugar donde se convirtió al cristianismo asistiendo como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del Obispo Ambrosio y este fue quien le hizo conoce los escritos de Plotino y las epístolas de Pedro de Tarso decidiendo romper por completo con el maniqueísmo. 

La vida está llena de cosas sencillas y hay que buscar la simplicidad de las cosas para llegar a lo más complicado. El Obispo Ambrosio fue quien le dio la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la Biblia la fuente de la fe.

Según cuenta el mismo San Agustín, estando en casa de su amigo Alipio, reflexionando en el jardín oyó una voz de niño en su cabeza que decía: “toma y lee” y entendiendo esto como una invitación divina, cogió la Biblia por las cartas de San Pablo y leyó el pasaje de la Epístola de los Romanos que dice: “Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rm. 13. 13-14). Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda y se convirtió al cristianismo en el año 385 y un año después se consagró al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo, renunció a su cátedra como maestro y se retiró con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 24 de abril de 387 a sus 33 años fue bautizado por el mismo Obispo

Todo me intrigaba pero en realidad no sabía porque este hombre llegó a ser Doctor de la Iglesia. Preguntando a mi abuelo ¿Qué razones de fe llevó a este hombre a tan alta distinción?

Como hemos visto antes, a los 16 años San Agustín rechazó la fe por la razón, sin embargo con el tiempo fue cambiando y vio que la razón y la fe no están en oposición, si no que se complementan, Según él la fe es un modo de pensar asintiendo y si no existiese el pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados. Vamos que si uno es inteligente piensa afirma y comprende. Algo así Josemarí, ¿ya vas entendiendo?, dijo mi abuelo.

Está tocando mangana la medía, ya oigo, nos queda algo de tiempo, pero ¿Qué es el tiempo? ¡Qué cosas tienes abuelo! El tiempo es lo que se pasa y no vuelve, -le dije todo cargado de razón. San Agustín decía sobre el tiempo que si nadie se lo preguntaba sabía lo que era pero si debía explicarlo ya no lo sabía y a partir de estos términos ensayó una reflexión sobre la naturaleza del tiempo y su relación con la eternidad. Del hecho que Dios sea un ente creador pero no creado se desprende que la medida con que medimos nosotros el tiempo no existe para Dios. Dios le dijo a Moisés: “Yo soy el que soy” (Ex. 3,14) eso equivale a que Dios está fuera del tiempo con que nosotros somos seres humanos estructuralmente temporales. San Agustín separaba el mundo de Dios, eterno, perfecto e inmutable con el de su creación, dominado por la materia y el paso del tiempo. Pensó que Dios creó el tiempo a la par que el mundo y sometió su creación al discurrir de ese tiempo, de ahí que todo en este mundo tenga su principio y su final.

Llegando un poco a cansarme le pregunte a mi Abuelo ¿Este Santo nunca se equivocaba? Si claro también fue humano como nosotros. Te voy a contar una leyenda que parece que sucedió.

Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, junto a la playa, dando vueltas a su cabeza sobre todas estas cosas que te he contado y sobre el misterio de la Santísima Trinidad, cuando observó a un niño que corría hacia el mar, llenaba un cubo con agua y lo derramaba dentro de un pozo que había hecho en la arena y así una y otra vez hasta que el Santo percatado en ello le preguntó por curiosidad al niño ¿Qué haces? Y el niño le respondió: estoy sacando toda el agua del mar para meterla en mi hoyo. ¡Pero eso es imposible! Le contestó San Agustín, respondiéndole el niño “Mas fácil es que yo meta toda el agua del mar aquí que tú comprendas el misterio de la Santísima Trinidad” y desapareció.

Después de esta agradable historia nos fuimos a ver qué aspecto tenia San Agustín a la Sacristía Mayor de la Catedral donde hay un cuadro con los cuatro Doctores occidentales de la Iglesia.

Murió el 28 de agosto de año 430 a los 75 años de edad. Hoy día 28 de agosto celebramos su festividad,  San Agustín.

Felicidades a los que llevan tan digno nombre. ¡Felicidades!

Cuenca, 28 de mayo de 2018

©José María Rodríguez González

2 comentarios: