El cielo tiene un corazón, el de María, que fue llevada en cuerpo y alma junto a su Hijo para siempre.
Son muchas las preguntas que surgen
sobre la vida de la Virgen después de la Ascensión de Jesús a los Cielos. No
ofrece ninguna duda de la Asunción de María a los cielos, por lo que no me
extenderé en esos detalles, recogeré y traeré a escena para edificación
nuestra, algunas de las noticias que la tradición nos ha conservado acerca de
los últimos años de María y sobre su muerte y gloriosa elevación al reino de
los bienaventurados.
¿Cuántos años sobrevivió María en
la tierra a su Hijo? Es difícil afirmar con certeza, según la opinión común y
las tradiciones antiguas, la Virgen Murió a los 72 años.
A los pies de la cruz legó Jesús
a su Madre al discípulo amado con estas palabras a María: “Mujer, ahí tienes a
tu hijo”, y estas otras a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”. A partir de ese
momento Juan recibió a María por Madre (Jn. 19, 26).
Dormición de María
Capilla de la Asunción de Villaescusa de Haro
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Era un 15 de agosto y el sol caía
a plomo por el escalerón de la calle Caballeros cuando subía a la casa de mis
abuelos, en la calle Alfonso VIII, para acompañar a misa de doce a mí abuelo, a la Capilla de la Virgen del
Sagrario donde se oficiaba la santa Misa en verano. Llegué acalorado a su
casa y aún tuve que reponer el agua de los botijos bajando a la fuente de
Zapaterias que caía un agua fresca y deliciosa donde me mojé la cabeza para
reponerme del calor acumulado de la subida.
Ese día tocaban las campanas de
San Felipe a muerto. Al volver a casa pregunté por tal hecho y mi abuelo
contestó que había fallecido un vecino, diciendo: “Eustaquio ha muerto el mismo día que la Virgen María”. En mi corta vida jamás había pasado por mi
cabeza que la Virgen María pudiera haber muerto y eso me dio, como a cualquier
mente infantil habida de aprender cosas, por preguntar por aquel hecho misterioso.
Mi abuelo, como persona paciente
dejó la narración para después de la Santa Misa. En el sermón el sacerdote
habló de la Asunción de la Virgen y eso me llenó de más dudas, ¿Cómo había sido
ascendida al cielo si había muerto como me había asegurado mi abuelo?
Todo se fue aclarando cuando
después de salir de Misa nos refugiamos en la sombra que daban los árboles que
lucían majestuosos en la Plaza. Sacando el vaso plegable que siempre llevaba mi
abuelo en su bolsillo, me lo dio para que lo llenara del agua que salía
cantarina de la fuente de la Plaza, y comenzó el relato después de dar un sorbo
al agua fresca del vaso.
“Los Apóstoles enterraron el cuerpo de la
Madre de Dios, de acuerdo con su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el
jardín de Getsemení, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de sus padres, San Joaquín y Santa Ana y el
de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros, al tocar el
féretro los ciegos recobraban la vista, los enfermos sanaban y los demonios
huían”.
-¡Todo eso está bien, pero quiero
saber cómo fue todo, como murió y después como se la llevan al cielo! –Le dije
a mi abuelo-
-Tranquilo Josemari-, todo a su tiempo, esto es para que sepas algo
más.
- ¿Has traído la libreta que te regalé? -
-Si, pues toma nota –repicó mi
Abuelo- . Has de saber que en el siglo II, la historia de que el cuerpo de
María subió a los cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de
Sardis. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición
sobre la “Dormición” de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca
de Jerusalén, le dijo a la Emperatriz Pulqueria
de Bizancio: “Pese a que no existen datos
sobre su muerte en las Sagradas Escrituras, sabemos por las creíbles
tradiciones de su veracidad”. Dicha tradición fue expuesta en la historia
de la Iglesia de Nicéforos Callisto durante el siglo XIV.
-¡Deja eso y vamos a
lo que interesa!
–Paciencia eso es para que veas cómo antes que tú se interesó
gante instruida que nos dará luz a las dudas que hoy podemos tener sobre este
hecho. –Dijo mi abuelo-.
En el momento de su dormición, María
había regresado a Jerusalén, pues durante las persecuciones del rey Herodes
contra la joven Iglesia de Cristo (Hch. 12, 1-3) viajó, con San Juan, a la
ciudad de Éfeso, en el año 43. También viajó a Chipre para estar con San
Lázaro, el resucitado por Cristo, donde San Lázaro era Obispo.
Pues bien María un día recibió la
visita del Arcángel Gabriel y le anunció que pronto dejaría esta vida. Por ello
decidió visitar por última vez Belén llevando consigo a las tres jóvenes que le
atendían de diario, éstas eran: Séfora, Abigail y Jael. Antes de ésto anunció a
José de Arimatea y a otros discípulos que pronto dejaría este mundo.
María pidió al ángel que el
Apóstol Juan viniera a verla por última vez. El Espíritu Santo lo trajo desde
Éfeso. En sus oraciones pedía que en ese monto estuviera acompañada por los
Apóstoles de su Hijo y pronto ellos y discípulos llegaron hasta el lugar en el
que Ella se encontraba. Ninguno sabía la razón de encontrarse en este lugar
hasta que San Juan les explicó que el Señor había decidido juntarlos a todos
para presenciar la muerte de su Madre. También estaba entre los presentes Pablo
con sus discípulos Dionisio el Areopagita, Hieroteos y San Timoteo.
A las nueve de la mañana, tuvo
lugar el fallecimiento, los Apóstoles se acercaron a su lecho y ofrecieron
alabanzas a Dios. De repente, la luz de la Divina Gloria resplandeció enfrente
de ellos. El mismo Cristo apareció rodeado de ángeles y profetas. Viendo la
Virgen a su Hijo exclamó: “mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se regocija
en Dios mi salvador por que ha visto la humildad de su esclava”. (Lc. 2, 46)
Así entregó su alma a su Hijo y Dios.
Sabido por Jerusalén lo
acontecido, muchos de ellos se juntaron en la morada de María, llevando muchas
velas, ungüentos olorosos y especies aromáticas, como los hebreos tenían por
costumbre y cantaron himnos y cánticos para celebrar el glorioso tránsito.
Los apóstoles fueron los
encargados de llevar el féretro sobre sus hombros hasta llegar al jardín de
Getsemaní. Juan tomó la palma que le había entregado la Virgen y la llevó
delante del féretro. Todo el cortejo se cubrió de una nube luminosa, de forma
que se oían los cánticos pero no se veían. Los ángeles mezclaron sus voces con
las de los Apóstoles y en el monte Sión resonaron conciertos de maravillosa
armonía.
La ciudad de Jerusalén,
despertada por los ecos de los cantares acudió en masa preguntando que era
aquello, al decirles que era el entierro de la Madre de Jesús el que fue
crucificado, algunos judíos fueron a por armas animando a otros diciendo: “Venid todos, matemos a los discípulos y
arrojemos al fuego el cadáver de la que fue la Madre del Seductor”. Un
sacerdote judío llamado Efonio, lleno de odio quiso tirar el féretro de la
Virgen empujando con sus manos el féretro. Sus manos sacrílegas se secaron de
repente y se desprendieron del cuerpo quedando allí secas. Al propio tiempo,
los ángeles que iban en la nube luminosa cegaron a los demás judíos, cambiando
su furia en lamentaciones. Efonio arrepentido pidió perdón y comenzó a ser un
ferviente seguidor de Cristo quien le devolvió sus manos.
Cuando el cortejo llegó al jardín
de Getsemaní, comenzaron a dar el último adiós a la Virgen. Por tres días no se
fueron de ese lugar, orando y cantando salmos. El Apóstol Tomás, como le pasó
en la aparición de Cristo no estuvo presente en el funeral. Llegando al tercer
día a Getsemaní y acercándose a la tumba lloró preguntándose por qué no se le
había permitido a él presenciar la partida de María. Los apóstoles decidieron
abrir la tumba para que Tomás pudiera dar su último adiós a la Madre de Cristo.
Cual fue su sorpresa que sólo encontraron sus lienzos y entendieron que su
cuerpo también había sido recibido en los cielos por el mismo Cristo.
Asunción de María
Capilla de la Asunción de Villaescusa de Haro (Cuenca) |
Por la tarde de ese mismo día,
estando los apóstoles reunidos en una casa de Juan para comer, la Madre del
Salvador se les apareció diciéndoles: “Regocijaos, porque estaré con vosotros
todos los días de vuestras vidas”, ellos exclamaron: “Santísima Madre de Dios,
sálvanos” y tras esas palabras la Virgen les fue acompañando en la
evangelización del mundo, como fue en la aparición de la Virgen a Santiago en
Zaragoza y muchas otras para darles ánimos en la misión que les fue encomendada
a cada Apóstol.
Ese día entendí que cada hombre
había nacido para cumplir la voluntad de Dios y que todos somos parte de su
Creación.
Cuenca, 16 de agosto de 2018.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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