Celebramos el 16 de junio de 2022, una de las
festividades más conmovedoras y populares del culto católico.
A pesar de sus maravillosos
encantos, no apareció esta festividad hasta el siglo XIII, aunque se atestigua
que es tan antigua como la Iglesia. En verdad, el mismo Jesucristo instituyó la
fiesta del Santísimo Sacramento, la tarde de la última Cena, víspera de su
muerte.
Los devotos cristianos no han
dejado de solemnizar desde entonces el aniversario de este magno acontecimiento
el día de Jueves Santo. En medio de las tristezas del tiempo de Pascua, en los
postreros días de la Cuaresma, que deben ser de mayor recogimiento y
austeridad, se reviste la Iglesia de sus ornamentos festivos, entona jubilosos
cánticos y parece olvidarse un momento de su duelo para celebrar la institución
del Divino Sacramento, fuente de todas nuestras esperanzas y alegrías.
La ceremonia que da a esta fiesta
carácter popular más que a las demás es la procesión solemne en la que se lleva
triunfalmente el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, paseándolo por calles y
plazas.
Antes del siglo XI, en varias
iglesias de Inglaterra y de Normandía solía llevarse la sagrada Eucaristía en
la procesión del día de Ramos dentro de un copón; pero este rito no tenía más
fin que el de representar la escena de Jesús entrando en Jerusalén el día de
Ramos; no había intención ninguna de tributar a Jesús Sacramentado los honores
públicos y triunfales de nuestras modernas procesiones.
No faltan quienes pretenden
prohibir al Rey de reyes pasearse libremente por las calles de nuestras
ciudades. Ya al origen de las procesiones, Lutero, Calvino y sus sectarios
clamaron que aquello era supersticiosa novedad. Las ridículas comparsas
carnavalescas pueden libremente ostentar por las calles sus atavíos a menudo
indecentes; pero la procesión de Dios
que pasa derramando bendiciones a manos llenas, dicen que estorba la
circulación.
Ni los herejes, ni los ateos
llegarán jamás a suprimir el uso declarado por el Concilio de Trento “del todo conforme a la piedad”, de
llevar con religiosa solemnidad el augusto Sacramento por las calles y plazas
públicas.
Jesús ha de reinar. Rey es de las
sociedades como de los individuos y de los corazones. A Él, pues, los honores
reales ya en la tierra, en el augusto Sacramento donde quiere vivir presente.
Es curioso el procedimiento que
se llevó para la realización del oficio del Santísimo Sacramento, fue mandado componer
por el Papa Urbano IV. Cuenta la historia que mandó redactarlo a Santo Tomas de
Aquino y a Buenaventura. Cuando lo tuvieron terminado acudieron ambos
religiosos a someter su obra al juicio del Pontífice. Fray Tomás empezó la
lectura del suyo. Al paso que iba leyendo sus himnos, lecciones y responsos,
Fray Buenaventura, oculta sus manos debajo de su hábito, y va haciendo añicos
hoja tras hoja, el manuscrito que contiene su oficio. Cuando le tocó leerlo,
dijo sencillamente al Papa: “Santísimo Padre, al oír a Fray Tomás, pareció
escuchar al mismo Espíritu Santo. Sólo Dios puede haberle inspirado tan lindos
pensamientos; temiera yo cometer sacrilegio intentando comparar mi humilde
trabajo con tan admirables bellezas. Mirad lo que de él queda”, y levantando el
hábito, dejó caer a los pies del Papa los fragmentos del manuscrito destrozado.
Al año de publicar la Bula murió Urbano IV. Clemente V, elegido Papa el año
1305, infundió nueva vida a la Bula de Urbano IV y confirmó la institución de
la fiesta del Corpus. Su sucesor, Juan XXII, puso todo su empeño en hacer
cumplir los decretos de Clemente V; Martín V y Eugenio IV completaron la obra,
enriqueciendo con indulgencias la nueva festividad.
Publicado en Cuenca, 15 de junio de 2019. y el 15 de junio de 2022
Por: José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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