miércoles, 15 de junio de 2022

El Corpus Christi en los primeros siglos y la institución de la procesión.

Celebramos el 16 de junio de 2022, una de las festividades más conmovedoras y populares del culto católico.
A pesar de sus maravillosos encantos, no apareció esta festividad hasta el siglo XIII, aunque se atestigua que es tan antigua como la Iglesia. En verdad, el mismo Jesucristo instituyó la fiesta del Santísimo Sacramento, la tarde de la última Cena, víspera de su muerte.

Los devotos cristianos no han dejado de solemnizar desde entonces el aniversario de este magno acontecimiento el día de Jueves Santo. En medio de las tristezas del tiempo de Pascua, en los postreros días de la Cuaresma, que deben ser de mayor recogimiento y austeridad, se reviste la Iglesia de sus ornamentos festivos, entona jubilosos cánticos y parece olvidarse un momento de su duelo para celebrar la institución del Divino Sacramento, fuente de todas nuestras esperanzas y alegrías.

La ceremonia que da a esta fiesta carácter popular más que a las demás es la procesión solemne en la que se lleva triunfalmente el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, paseándolo por calles y plazas.
Antes del siglo XI, en varias iglesias de Inglaterra y de Normandía solía llevarse la sagrada Eucaristía en la procesión del día de Ramos dentro de un copón; pero este rito no tenía más fin que el de representar la escena de Jesús entrando en Jerusalén el día de Ramos; no había intención ninguna de tributar a Jesús Sacramentado los honores públicos y triunfales de nuestras modernas procesiones.

No faltan quienes pretenden prohibir al Rey de reyes pasearse libremente por las calles de nuestras ciudades. Ya al origen de las procesiones, Lutero, Calvino y sus sectarios clamaron que aquello era supersticiosa novedad. Las ridículas comparsas carnavalescas pueden libremente ostentar por las calles sus atavíos a menudo indecentes; pero la procesión  de Dios que pasa derramando bendiciones a manos llenas, dicen que estorba la circulación.
Ni los herejes, ni los ateos llegarán jamás a suprimir el uso declarado por el Concilio de Trento “del todo conforme a la piedad”, de llevar con religiosa solemnidad el augusto Sacramento por las calles y plazas públicas.

Jesús ha de reinar. Rey es de las sociedades como de los individuos y de los corazones. A Él, pues, los honores reales ya en la tierra, en el augusto Sacramento donde quiere vivir presente.
Es curioso el procedimiento que se llevó para la realización del oficio del Santísimo Sacramento, fue mandado componer por el Papa Urbano IV. Cuenta la historia que mandó redactarlo a Santo Tomas de Aquino y a Buenaventura. Cuando lo tuvieron terminado acudieron ambos religiosos a someter su obra al juicio del Pontífice. Fray Tomás empezó la lectura del suyo. Al paso que iba leyendo sus himnos, lecciones y responsos, Fray Buenaventura, oculta sus manos debajo de su hábito, y va haciendo añicos hoja tras hoja, el manuscrito que contiene su oficio. Cuando le tocó leerlo, dijo sencillamente al Papa: “Santísimo Padre, al oír a Fray Tomás, pareció escuchar al mismo Espíritu Santo. Sólo Dios puede haberle inspirado tan lindos pensamientos; temiera yo cometer sacrilegio intentando comparar mi humilde trabajo con tan admirables bellezas. Mirad lo que de él queda”, y levantando el hábito, dejó caer a los pies del Papa los fragmentos del manuscrito destrozado. Al año de publicar la Bula murió Urbano IV. Clemente V, elegido Papa el año 1305, infundió nueva vida a la Bula de Urbano IV y confirmó la institución de la fiesta del Corpus. Su sucesor, Juan XXII, puso todo su empeño en hacer cumplir los decretos de Clemente V; Martín V y Eugenio IV completaron la obra, enriqueciendo con indulgencias la nueva festividad.

Publicado en Cuenca, 15 de junio de 2019. y el 15 de junio de 2022

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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