lunes, 1 de noviembre de 2021

Fiesta de los Fieles Difuntos.

   Después de la fiesta universal de Todos los Santos, existe en la Iglesia desde San Odión de Cluny este recuerdo particularizado para “los que nos precedieron con la señal de la fe”, como dice la liturgia, y esperan en un misterioso ámbito, más allá de esta vida, su purificación para entrar en el Reino de los Cielos.

¿Quién habrá sido completamente fiel? Fundándose en una creencia de la que hay testimonios en el Antiguo Testamento y que aparece en numerosos autores de los primeros siglos, como San Agustín, Trento definió el dogma del Purgatorio como lugar de expiación definitiva, último crisol de las almas.

Lo lamentable es que la tradición cristina ha ido deformando el significado de esta festividad, que se apoya en la comunión de los santos y que un momento de vida eterna, para darle un aire morboso y hasta siniestro; para muchos, es el día de los “muertos”, con un ritual de tristeza que se acompaña de ingenuas y terroríficas imágenes de fuego.

Los fieles difuntos, “nuestras amigas, las almas del Purgatorio” no se evocan entre las brumas otoñales como un signo de muerte, sino de gozo por la segura, aunque retardada, conquista de la eternidad con Dios. La muerte no abre las puertas de la nada, sino de la plenitud de la vida, no hay otra visión posible desde la fe.

Y más que en un mar de llamas –el dogma nada obliga a creer acerca de eso-  imaginamos un inmenso espacio de sombras, ausente de la luz que ya se conoce con certeza y que se ansía. A tientas, en esta oscuridad terrible y esperanzada, con una dolorosa impaciencia de Bien, el ejército de la purificación es nuestro valedor, como nosotros pedimos ·que brille pronto para ellos la luz de la eterna gloria”.

Publicado en Cuenca, 2 de noviembre de 2019.

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

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