Siempre me he
preguntado cómo surgió una estrella en el cielo que anunciara el nacimiento de
un gran rey. ¿Qué misterio escondía? ¿Qué esperaban aquellos que la buscaban y
como supieron el significado que entrañaba la aparición de este astro?
La mitología
grecorromana me ha fascinado siempre como fascinó a los artistas del
renacimiento y a cuantos han profundizado en ella. Todos volvemos a nuestras
raíces para encontrar el sentido a la existencia. Pues bien, Varrón, en sus obra Antiquitates rerum humanarum, recuerda la leyenda de Eneas, salvando a su padre y a sus penates de las llamas de Troya, y
llegando después de largas peregrinaciones a los campos Laurentinos (1*) término de su viaje. De ello nos da la razón siguiente:
“Cuando hubo partido de Troya, vio todos los días y durante el día, la estrella
de Venus, hasta que llegó a los
campos Laurentinos, donde dejó de
verla, lo cual le dio a entender que aquellas eran las tierras señaladas del
destino” (2*).
Sigamos
descubriendo enigmas y tomemos ahora una leyenda de la obra que tiene por
título Libro de Set, y que un autor
del siglo VI relata en estos términos (3*): “He oído hablar a algunas personas de una Escritura que, aunque no muy
cierta, no es contraria a la ley y se escucha más bien con agrado. Leemos en
ella que existía un pueblo en el Extremo Oriente, a orillas del Océano, que
poseía un Libro atribuido a Set, el cual hablaba de la aparición futura de esta
estrella y de los presentes que había que llevar al Niño, cuya predicción se
suponía transmitida por las generaciones de los Sabios, de padres a hijos.
Eligieron entre ellos a doce de los más sabios y más aficionados a los
misterios de los cielos y se dispusieron a esperar a esa estrella. Si moría alguno de ellos, su
hijo o el más próximo pariente que esperaba lo mismo, era elegido para
remplazarlo.
Les llamaban, en su lengua, Magos, porque
glorificaban a Dios en el silencio y en voz baja. Todos los años subían a un
monte que, en su lengua, llamaban monte de la Victoria, en el cual había una
caverna abierta en la roca, agradable para los riachuelos y los árboles que la
rodeaban. Una vez, llegados a este monte, se lavaban, oraban y alababan a Dios
en silencio durante tres días; esto lo hacían durante cada generación, siempre
esperando, por sí casualmente aparecía esta estrella de dicha durante su
generación. Pero al fin apareció, sobre este monte de la Victoria, en forma de
niño pequeño y presentando la figura de una cruz; les habló, les instruyó y les
ordenó que emprendieran el camino de Judea.
La estrella les precedía, así, durante dos
años, y ni el pan ni el agua les faltaron jamás en sus viajes”. Lo que
hicieron después, se explica en forma resumida en el Evangelio.
El Evangelio
de San Lucas dice con relación a este hecho: “Estaban velando en aquellas
cercanías unos pastores y haciendo centinela durante la noche a sus rebaños. Cuando he aquí que un Ángel del Señor apareció junto a ellos y una luz divina
los cercó con su resplandor, por lo que empezaron a temer grandemente. Más el
Ángel les dijo: No temáis, porque vengo para todo el pueblo; y es que os ha
nacido hoy el Salvador, que es Cristo Señor nuestro, en la ciudad de David. Y
ésta será la señal para conocerle: Hallaréis un Niño envuelto en pañales y
reclinado en un pesebre. En ese instante se dejó ver con el Ángel una multitud
de la milicia celestial que alababa a Dios y decía: Gloria a Dios en las
alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. (Lc. 2, 1-7).
En el
evangelio de San Mateo continúa con el relato: “Habiendo nacido Jesús en Belén
de Judá en tiempos del rey Herodes, he aquí que unos Magos de Oriente llegaron a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está
el que ha nacido Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en Oriente y
venimos a adorarle. …. Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se
informó de ellos sobre el tiempo en que la estrella ser les había aparecido; y
encaminándolos a Belén, des dijo: Id e informaros cuidadosamente, para que yo
vaya también a adorarle.
Ellos, luego
que oyeron al rey, partieron; y de pronto, la estrella que habían visto en
Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a posarse sobre el lugar donde
estaba el Niño.
A la vista de
la estrella, se regocijaron con inmensa alegría. Y entrando en la casa,
hallaron al Niño con María su madre y prosternados, le adoraron; y abrieron sus
tesoros, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra” (Mt. 2, 1-11).
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-
1* Cabalísticamente, el oro injerido, injertado.
-
2* Varro,
en ervius, AEneid, pág, 386.
-
3*Opus
imperfectum in Mattheum. Hom II,
incorporado a las (Euvres de saint Jean
Chysostome, Patr, grecque, t, LVI, pág 637.
Cuenca, 5 de diciembre de 2019.
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
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