San Irineo fue
discípulo de san Policarpo, cuyas enseñanzas decían: “atesoro no en el papel,
sino en mi corazón, porque lo que se aprende en la niñez forma parte de nuestra
alma”.
Procedía del
Asia Menor. En Esmirna se hizo discípulo de san Policarpo, de su maestro, que
había conocido a san Juan Evangelista, recibió una doble lección apostólica, la
de la fidelidad y la manera de ser fiel
siendo bueno.
Sin duda
estuvo en Roma y más tarde fue enviciado a Lyón, el gran centro comercial y
político de las Galias, donde la persecución se ensañaba con la joven Iglesia,
y en el 177 lleva al Papa una carta de los cristianos lioneses encarcelados, lo
cual posiblemente le salvó de la hecatombe en la que iba a perecer el obispo
san Poltino.
A su regreso a
Lyon será su sucesor, haciendo renacer de sus cenizas las comunidades Galias,
sin dejar de vigilar el depósito de la fe, como cuando escribe contra los
herejes gnósticos, “deshaciendo sus tinieblas y errores”, lo cual le convierte,
según el parecer de los autores antiguos, en el primer teólogo de la Iglesia.
Los restos
mortales de san Irineo fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que
entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante se llamó de San
Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruida por los calvinistas en 1562 y al
parecer desaparecieron los últimos vestigios de sus reliquias.
Cuenca, 28 de
junio de 2020.
José María
Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.
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FUENTES
CONSULTADAS:
-Año
Cristiano para todos los días del año. P. Juan Croisset. Logroño. 1851.-La casa de los santos. Carlos Pujol. Madrid. 1989.
-Año Cristiano. Juan Leal, S.J. Madrid. 1961.
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