miércoles, 7 de enero de 2015

La realidad de un sueño


A mi madre, en el primer aniversario de su muerte

Sentado al calor de la estufa, un abuelo contaba a su nieto un cuento, que él aprendió hace ya muchos años en este mismo hogar de oírselo contar a otro que entonces era su abuelo. Contando los últimos minutos del año y nevando. La lumbre se iba consumiendo poco a poco igual que la noche que tenía el suelo cubierto de nieve y el cielo incansable seguía enviando su aguinaldo de copos blancos.

Esperanza Gonzalez Vega
Pasadas las fiestas navideñas el frío viento de enero se hacía notar entre las rendijas que dejaba la puerta del balcón que daba al barrio de San Martín, poniendo cerco a una casa humildemente vieja desde donde se divisaba a lo lejos, entre la blancura de la nieve, el Corazón de Jesús en lo más alto del cerro. Nada humano se apreciaba, parecía que todo se hubiera apartado del mundo, noche abandonada entre la blancura de la nieve como expiación a sus culpas y a modo de túnica nazarena, con cilio de hielo, se vistió la tierra en sus ansias de elevarse hasta Dios.
Aquella casa donde Esperanza se había criado se tornaba en la sala de urgencias del hospital. Esa noche del cinco de enero, noche de Reyes, en una cama anónima yacía la hija, convertida en madre y abuela con los años. El hijo pensaba que el fin de ella se acercaba sin que él lo pudiera evitar; con cara sonriente preguntaba a su hijo ¿vendrán los Reyes? pues ya lo creo, pero intenta dormir que los Reyes no vendrán hasta que estés dormida como me decías cuando era pequeño. Así ella se iba olvidando de su dolor al hacer efecto el medicamento. Cerré los ojos y a mi mente vino la imagen de mi abuelo, su padre, al que le preguntaba ¿Y que se sueña la noche de Reyes? Se sueña que por un camino empedrado  de estrellas, tendido sobre el cielo de azul, tres Reyes envueltos en un gran resplandor, sobre tres camellos muy blancos, avanzaban precedidos de una estrella que les guiaba hacia la ilusión creada en la mente de los niños; las nubes se apartan para dejarles pasar y sobre ellos muchísimos ángeles cantaban unas cosas tan bellas que la madre convertida en niña sin dejar de dormir sonreía.

Los Reyes andaban despacio, pero por fin los Reyes llegaron a las primeras casas de la ciudad de Cuenca, un ángel que en una mano llevaba una lista decía lo que en cada ventana había que dejar. Terminaron y ya se marchaban y la madre-niña pensaba ¿Se olvidarán de venir a mí? No, no se olvidaban que ya habían cogido el camino que conducía hasta allí. Uno de los tres Reyes hablo: “has sufrido mucho y has seguido siendo buena, tu sitio no lo tienes en la tierra ¿por qué no vienes con nosotros al cielo? los ángeles así también lo querían”. Ella se sonreía estaba contenta porque ya se veía marchar por aquel camino alumbrado por la luz del amor más Divino. Como había de marchar quiso despertar para despedirse de los suyos, pero ya era tarde, el alba venía y el tiempo apremiaba; sobre una estrella le hicieron un lecho y partió con la caravana de Dios. Al acercarse sus hijos hicieron notar que en el rosto de su madre una sonrisa tenía. (Nacio para morir el 12 de junio de 1922, murió para vivir el 6 de enero de 2014).

Cuenca, 7 de enero de 2015

José María Rodríguez González.

1 comentario:

  1. Muy emotivo, saca toda tu sensibilidad desde el interior hacía afuera ..El recuerdo de los que se quedan mantiene vivos a los que se van.

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