Biografía de San Julián, según el Canónigo D. Trifón Muñoz y Soliva. Siglo XIX
Pasadas las penurias que asolaron a la ciudad, como la
peste y la hambruna, San Julián emprendió con celo caritativo la reforma de su
Obispado, cuyas costumbres se encontraban muy deterioradas. Dio al Cabildo los
sabios estatutos que por siglos guiaron con edificación y armonía al clero
parroquial, unas luminosas instrucciones para que supiera dirigirse en tiempos
tan difíciles. Para evitar rivalidades y disensiones formuló una concordia
entre la Mitra, el Cabildo y los párrocos del Obispado sobre muchos y
diferentes capítulos.
San Julián jamás abandonó su connatural modestia y la
labor humilde de la fabricación de cestas para acudir a su sobrio sustento.
Cuenta su biógrafo que cierta
persona de alta posición, le reprendió su conducta de pobreza que sustentaba y que
la labor que hacía con sus manos estaba mal visto e inducía a escándalo al no
disponer de las comodidades que le otorgaba su posición como Obispo de la
diócesis.
San Julián ante esta opinión
contestó: “si desde el primer momento he
adoptado este género de vida con recta intención, no lo abandonaré por
cualquier escándalo farisaico, más habiéndole adoptado desde mi juventud y
siendo estudiante, catedrático misionero y arcediano, sin que me lo reprobasen:
ni el claustro de Palencia, ni el clero de la España árabe y cristiana, ni el
Cabildo y el Arzobispo de Toledo, y sin que sobre este asunto me llamasen la
atención el Señor Rey D. Alfonso, que me nombró; ni el sucesor de San Pedro que
confirmó mi nombramiento, no puedo acceder a vuestro aviso, que agradezco”.
Nuestro Santo Prelado se asemejó
a los árboles seculares de nuestra Serranía conquense, que nacidos en las
grietas de los riscos y vigorizados con sólo el rocio del cielo resisten y
triunfan en el tiempo y en las tempestades, gozando de buena salud a pesar de
su ancianidad, de sus perpetuos ayunos.
Con relación a su catequesis los
viernes, días solemnes de los mahometanos, se los dedicaba y versado en la
literatura árabe, les hablaba de los muchos pasajes en que Mahoma en su Corán
llama a Jesucristo: Verbo de Dios, varón
sabio y prodigioso; Mesías del
Criador del Universo, profeta, maestro y doctor excelente, hijo sin padre de
María, anunciado por el ángel Gabriel, concebido por virtud de Dios de Madre
Virgen; santificado por el Espíritu Santo; curador de ciegos, mudos y leprosos;
resucitador de muertos y obrador de milagros; promulgador del Evangelio,
producción divina, camino del cielo, y luz y verdad… y les estimulaba con
cariño a abrir sus ojos a la luz y verdad y a entrar en este camino.
Los sábados, días festivos de los
judíos, les dirigía la palabra. Él sabía que pertenecían a la tribu de Sadoc,
introducida en España por el año 800 por Rabí Anann y su hijo Rabí Saul, con
ellos intentaba hacerles ver las partes del Antiguo Testamento que los unía con
el cristianismo, les mostraba que Jesucristo e
ra el verdadero Mesías y les
inducía a que se incorporaran a la Santa Iglesia Católica.
Los domingos explicaba a los
cristianos con la elocuencia de San Crisóstomo, cuyas obras le eran familiares,
la doctrina del Crucificado, que él tan fielmente practicaba y casi siempre
concluía estimulando a la limosna. Con sus catequesis consiguió que muchos
moros y judíos abrazaran la religión cristiana.
En sus últimos años se produjeron
incómodas competencias entre el Cabildo y Municipios de esta ciudad. El Santo Obispo,
viendo en ellas un fecundo germen de escándalo y no alcanzando su autoridad a
extirparlas, se acogió al juicio del rey D. Alfonso VIII, quien restableció la
paz a gusto de aquellos y viendo que no era justo el resultado se vio precisado
a proceder con severidad con algunos. Los obstinados hicieron recurso al Arzobispo
de Toledo, D. Martín de Pisuerga, que lo admitió. No viendo acertada la
decisión tomada, D. Julián acudió a la Santidad del Papa Inocencio III quien le
dio la razón y restableció la justa medida ejercida por el Obispo de Cuenca,
mandando al Arzobispo de Toledo que en lo sucesivo no volviera a obrar por su
cuenta sin contar con Roma sobre el proceder de los obispos dependientes del
Arzobispado y en particular que no volviera a poner en duda la acción de D.
Julián sobre la dirección de su Diócesis.
Hoy 28 de enero todos sus
herederos en la fe vamos a donde el Santo Obispo se retiraba, a la Cueva del
Tranquilo, (a media hora de esta ciudad en la montaña de la derecha del Júcar)
según la tradición a trabajar cestas; aunque yo creo que era para entregarse a
Dios en la soledad, porque los historiadores convienen conmigo, que la
fabricación de cestos le era frecuente en cualquier parte que se hallaba; no
temiendo a nada este pararrayos de la ira de Dios, este dignísimo sucesor de
los Apóstoles, este padre de los pobres y orgullo de Cuenca llegó hasta el día
28 de enero de 1208, en que sintiéndose llamado por Dios al descanso eterno,
después de recibir los Santos Sacramentos, vestido de cilicio, cubierto de
ceniza y sobre el duro suelo, implorando sus misericordias como si fuese un
grande pecador, tuvo el consuelo de que le visitara María Santísima de la que
fue siempre muy devoto; acompañada de ángeles y puso en sus benditas manos una
verde palma, símbolo de su virginidad y victoria. Murió a los 80 años de edad y
con 13 años de su Pontificado. Al espirar se oyó música celestial y Dios obró
muchos milagros en los nueve días que duraron sus exequias.
Su cuerpo fue sepultado en la
Capilla de Santa Águeda, que estaba en el primer arco del lado de la Epístola
más arriba del crucero, contiguo al pilar principal de la Santa Iglesia
Catedral, donde hoy está el púlpito y cuya capilla se deshizo al verificarse la
obra del nuevo coro.
Cuenca, 25 de enero de 2018
©José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico
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