El ejercicio del cargo
sacerdotal y la plaza de Arcediano de Toledo
Según cuenta en la biografía el
canónigo D. Trifón Muñoz y Soliva, San Julián decía misa todos los días con
abundancia de lágrimas, con pausa y con sentimiento y afectos de fervor.
Asistía con frecuencia a los hospitales, repartiendo las medicinas del espíritu
y del cuerpo. Cuidó de la infancia abandonada, de la juventud viciosa, y de la
ancianidad desvalida, no solo entre los cristianos, si que también de los mahometanos
y judíos, con tanta caridad que mereció el epíteto honroso de “Padre de los pobres”.
San Julián y Lesmes. Retablo siglo XVI
Catedral de Cuenca
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Con tan bellos `recedentes,
Julián resolvió a conceder las primicias de su voz y apostolado a su patria,
donde los cortesanos, unos partidarios de los Castro y otros de los Lara, con
sus envidias y competencias sobre la tutoría del niño rey D. Alfonso VIII, con
sus escándalos desmoralizaban al pueblo y con sus crímenes le atormentaban. El
vehemente sabio y fervoroso doctor y catedrático de Palencia, disparó desde le
púlpito lluvias de saetas encendidas con la caridad que le abrasaba; pero
viendo que se embotaban en los duros corazones de sus paisanos y que nadie es
profeta en su patria, eligiendo por compañero de apostolado a un joven
virtuoso, burgalés, llamado Lesmes, salió a emplear en la España árabe y
cristiana el método de doctrina que con poco fruto de los magnates empleó en
Burgos.
Veinte años duró esta excursión
evangelizadora y preparando siempre Julián el terreno con su caridad con toda
clase de desgraciados, y acometiendo después a los moros con la razón, con la
historia y el Corán, a los judíos con el Antiguo Testamento y a los cristianos
con el Evangelio, consiguió rendir a muchísimos a los pies del Crucificado. Los
frutos de su misión los aclaman copiosísimos las Bulas de Clemente VIII, de
Paulo V y de Clemente X.
La fama de su santidad, sabiduría
y celo por la gloria de Dios era tan general, que la vacante de la Dignidad de
Arcediano en la imperial Toledo, estando de Arzobispo D. Martín López de
Pisuerga, varón que por sus virtudes recibió el nombre de Magno, le eligió para ella. Le rogó e insistió para que la aceptara
y sólo Julián accedió a ello cuando haciéndole presente los muchos moros,
judíos y cristianos que moraban en la ciudad de Toledo y haciéndole ver que
reclamaban su presencia accedió a ello. Esto era en el año 1192.
(*) José María Rodríguez
González. Profesor e investigador histórico.
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