Biografía de San Julián según el Canónigo D. Trifón Muñoz y Soliva
Segundo Obispo de Cuenca
Cuatro años llevaba el santo
arcediano Julián siendo el modelo de las virtudes públicas y privadas, al
amparo de los menesterosos, siendo el espejo de la justicia y el más perfecto
imitador de los Apóstoles, cuando falleció en esta ciudad su primer obispo. El
conquistador de Cuenca D. Alfonso VIII, sintió en gran manera la pérdida de D.
Juan Yañez, pero se consoló al ver que le daría un digno sucesor. Testigo de la
caridad, celo, prudencia, sabiduría e infatigable laboriosidad del arcediano de
Toledo para la mitra de Cuenca en el año 1196, y tan extendida estaba la fama
de su santidad, que esta ciudad y el cabildo le pidieron para su Pastor.
Solo una persona sintió esta
elección y fue la del elegido. Su humildad le sugería que él solo era apto para
obrar como subalterno a las órdenes de un jefe y que era absolutamente nulo
para dirigir por sí una diócesis. Así, pues, no solo renunció sí no que también
con reiteradas súplicas y con lágrimas rogó se le aceptase la renuncia. Siendo
inútiles los consejos de sus compañeros, solo le hizo aceptar el de la persona
que más interesada estaba en conservarle a su lado. El Arzobispo D. Martín
López de Pisuerga, que por la gloria y servicio de Dios le indujo a aceptar el
arcedianato de Toledo, por iguales motivos le aconsejó aceptase la mitra de
Cuenca. Le expuso que desde diecinueve años que esta ciudad había sido ganada
a los moros, los tres primeros estuvo sin pastor, y que en los catorce del
pontificado de D. Yañez, obligado este santo prelado a buscar ministros, levantar
templos y a llevar moradores cristianos, su laboriosidad no bastó para
desarraigar la mucha maleza que encontró en su diócesis, que todavía los
sectores del impostor árabe tenían en Cuenca y los judíos Sinagoga, y que
siendo en su mayor parte la población cristiana gente de guerra, era
indispensable su presencia y laboriosidad para continuar y consumar la obra del
difunto obispo.
Cediendo a estas razones, San
Julián aceptó, el Papa Celestino III confirmó el nombramiento y le consagró por
el mes de Junio de 1196, en Toledo, su
amigo y admirador el Arzobispo D. Martín y sabiendo el nuevo Obispo de Cuenca
que le preparaba un fastuoso recibimiento, se puso en camino sin más compañía
que la de Lesmes.
Es gracioso la descripción que D.
Trifón hace de San Julián: “Su talla era
de dos varas y sesmo, su cuerpo robusto, sus miembros fornidos, su figura
noble, su cabeza grande y adornada con cabellera cumplida, su frente ancha, sus
ojos vivos y graves, su barba poblada y entrecana, y su talento ingenuo y
bondadoso”.
Peste en Cuenca. Autor Bartolomé de Matarana
Capilla Honda. Catedral de Cuenca
Foto:© José
María Rodríguez González
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Cuando San Julián entró en
Cuenca, la ciudad estaba invadida por la peste. El Santo que a imitación del
Apóstol San Pedro, su modelo, había hecho siempre todo lo poaible para ganarlos a
Jesucristo, en esta calamidad de su grey desplegó, si cabe, mayor celo. Asistió
a los cristianos afectados con limosnas, con los santos sacramentos, y con
fervorosas exhortaciones, y a los que morían les daba sepultura por sí mismo. A
los moros y judíos con paternal solicitud los cuidaba, socorría y llamaba a la
luz del Evangelio, y sus súplicas a Dios y sus penitencias fueron tan eficaces,
que dicen los historiadores, que orando en la Santa Iglesia Catedral con
algunos prebendados, para que cesara el cruel azote, se oyó una voz celestial
que decía: “por los ruegos de vuestro
Obispo tiene Dios a bien que cese esta plaga. Enmendaos vosotros de vuestros
pecados”.
Cuenca, 18 de enero de 2018
José María Rodríguez González.
Profesor e investigador histórico.
Como siempre muy interesante. Gracias.
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